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De la Edad Media a la Edad Mediática de la post mentira

Fernando Garrido Raposo • 1 de diciembre de 2021

De la Edad Media a la Edad Mediática de la post mentira


© Fernando Garrido, XII, 2020-2021*


Hay quien nos advierte que nuestra civilización no avanza sino al contrario, que retrocede. Es terrible, porque analizando el presente esa sentencia parece tener validez. Desde la Edad Media el Hombre como individuo libre no había dejado de crecer en ese medio hostil que es su existencia. Pero desgraciadamente hoy la jibarización del ser humano es un hecho que se oculta tras trampantojos ideológicos que nos vuelven a tiempos remotos, en un recorrido elíptico que debe hacernos reflexionar y reaccionar.


La Edad Media occidental fue un largo periodo llegado tras el colapso del Imperio Romano. Aquel hombre medieval nunca fue consciente, ni falta que le hacía, de que vivía bajo esa clasificación histórica, que en realidad fue acuñada por el hombre renacentista cuando fue consciente de que él ya vivía en otra época y considero a lo precedente como un tránsito, una molesta medianía entre la antigüedad clásica y él, que estaba en el Humanismo, periodo al que ahora llamamos Edad Moderna.


Quede claro que la clasificación de edades históricas es metodológicamente muy deficiente aunque sí orientativa, pues lo cierto dentro de cada periodo coexisten dialécticamente distintas corrientes de pensamiento, ideas y creencias, junto a diversos movimientos culturales o artísticos, reflejo de aquello otro.

Más allá de la filiación conceptual e histórica de esos hombres, ellos vivieron bajo el esquema mental de su tiempo, que vino a ser sustituido por el siguiente como producto de síntesis de la tensión dialéctica racional. Y siempre, cada hombre tuvo como lo más noble de su quehacer el descubrir la verdad de las cosas, cuyo resultado quedaba al servicio de las sucesivas generaciones, donde aquellos prohombres con mayores capacidades quedaban encumbrados e impelidos a orientar y dirigir a los pueblos.


La época presente, por el momento llamada Edad Contemporánea, inaugurada con la Revolución de 1789, significó básicamente la caída del Antiguo Régimen y todo los cambios que de ello se derivaron: la derogación de la sociedad estamental, la industrialización, el auge de las ciudades, las constituciones liberales, la plenitud de la economía de mercado y el sistema capitalista, la democracia, las libertades individuales y la aparición de la clase media; pero al tiempo irrumpen movimientos políticos y culturales totalitarios capaces de remover los cimientos de todos esos logros, subvirtiéndolos. Me refiero al socialismo de corte idealista-nacionalista, llamado fascismo o nazismo, y de otro lado al socialismo de orientación internacionalista y materialista, el comunismo. Ambos socialismos, antidemocráticos, liberticidas y criminales, provocaron las más grandes tragedias del siglo pasado. El primero quedo desarticulado, juzgado y condenado tras Núremberg; pero desgraciadamente el comunismo no, que quedo cristalizado en la URS y difundido por América y Asia (v.gr., Cuba, China, Venezuela…), adoptando a veces nuevas formulas para enmascarar su siniestra realidad. Pero ahí está, lo tenemos aquí y ahora, más vivo que nunca.


En fin, podemos decir que la Antigüedad, el Medioevo y la Modernidad, operaron sucesivamente sobre lo precedente una serie de cambios que en cierto modo nos traen al momento presente, en que es difícil saber en qué Edad estamos.

Ya vendrán a poner la etiqueta definitiva dentro de algún siglo, y me disgusta imaginar cual será. De momento, algunos lo han llamado postmodernidad. Démoslo por válido, porque efectivamente vivimos ya desde hace décadas en una permanente revisión de los fundamentos sobre los que se asentaba nuestra civilización, y aunque la racionalidad y el avance científico en todos los órdenes nos han supuesto un notabilísimo avance en nuestra calidad de vida, el relativismo y perspectivismo postmoderno han desarticulado el sistema moral y ético sobre el que construíamos estados y sociedades libres y soberanas, como también la cultura. Así el individuo del presente, desorientado culturalmente y vaciado de contenido y sentido moral en su existencia, está en predisposición de adoptar el modelo humano impuesto por un nuevo orden, en realidad viejo pero, revitalizado a fuerza de crear artificialmente conflictos ético-sociales y forzando revisionismos históricos falaces, donde nada de lo precedente quede en pie. El feminismo radical, el multiculturalismo excluyente, la artera discriminación positiva, el cambiazo climático, el cuestionamiento de la propiedad, la deshumanización del arte, etcétera, etcétera, constituyen la caja de herramientas del totalitarismo que se nos viene. Y ahora se la añade un virus, como el instrumento mortífero más eficaz de todos ellos.

Así en este tiempo, dado el cuestionamiento postmoderno de la realidad, vivimos bajo el imperio de la mentira y de la ocultación.

Lo consustancial a la mentira es pasar como verdad, y el propósito de la ocultación es hacer desaparecer e invisible a lo real. Según apuntan autorizados antropólogos, psicólogos y otros especialistas en lo humano, vivimos rodeados de la mentira que nosotros mismos producimos, cada cual en su esfera, en un porcentaje que rondaría hasta un ochenta por ciento e incluso más. De ahí, el deber del ser humano por sacudirse esa trágica maldición y transitar el imperativo y difícil camino de descubrir la verdad, que discurre irremediablemente como una línea asíntota a la inalcanzable realidad absoluta. Sin embargo hoy más que nunca la mentira y su pariente cercana, la ocultación, llegan a sus mayores cotas, y lo peor, aquellos que debieran velar por desenmascarar la farsa se han sumado a la ceremonia de la falacia, me refiero a gran parte de la intelectualidad artística, científica o filosófica, y sus producciones espectaculares serviles a un cambio mental y la creación planificada de la opinión pública a través de la educación, el ocio, la información escrita, la televisión, la publicidad, el cine, las redes sociales… Todo ello ha roto su compromiso con la verdad, para convertirse en mera propaganda al servicio de un nuevo orden que se oculta aún entre contradicciones instrumentales. Nos están mintiendo, y nos mienten más que nunca.

Hace algunos años, cuando el apocalíptico cambio climático no estaba aún de manera generalizada ni prioritaria en las agendas político-ideológicas, quedé estupefacto al tropezar con un artículo de un gurú pseudo científico, que preconizaba que sería necesaria la supresión de las democracias para combatir el calentamiento global.

Este furibundo ataque contra la democracia, acusada de no poseer la fortaleza para afrontar ese problema, debería espantar a una sociedad de hombres libres, sin embargo pasa desapercibido, convenientemente enmascarado bajo el miedo frente a la amenaza apocalíptica. Un terror que representa una suculenta oportunidad en la mesa de las élites oligárquicas (políticas, financieras, empresariales, intelectuales, etcétera), hambrientas de poder omnímodo. Y así ha sido y viene siendo con cada vez mayor fuerza. El cambio o ciclo térmico-climático, con independencia de su causalidad y realidad, es un medio inflacionario perfecto para aumentar el poder del poder y cercenar la libertad y autonomía personal del individuo, o sea, la condena y derogación imperativa de la democracia liberal y su estado de derecho.

En el argumentario del cisco climático se andaban cuando, por el camino y no se sabe bien si inducido o planificado, surge un virus irradiado desde el oriente asiático comunista. Gran oportunidad, cuya urgencia sanitaria paliativa, les viene a servir de manera mucho más perfecta como coartada en medio de un caos generalizado y la consiguiente crisis de unos estados democráticos que, en mayor o menor medida, no aciertan a reaccionar eficazmente frente al problema, del que cabe ciertamente dudar si no se trata en realidad de una guerra vírica no identificada, razones para ello no faltan.

Pero, cualquiera que se atreva a dudar a propósito de la aparición o creación o difusión natural de la infección asiática, es sistemáticamente tachado de enfermo antisocial, contaminado por teorías conspiranoicas o negacionistas. El propósito es apartar y condenar al pensamiento discrepante y crítico con la dogmática establecida en los altares de la nueva iglesia de la experto-logia científica, que no para de dictar y hacer tachones continuadamente en su catecismo, según convenga cada día y a cada hora.

En España, el guión lo están aprovechando bien.

Un gobierno intelectualmente escuálido y moralmente criminal, maridado con una ecléctica banda bien dotada mentalmente para el mal, con dispares intereses, pero coincidentes en un objetivo común de derribo del Estado, ha encontrado en el virus chino un excelente aliado, para cada cual forzar la realidad para la consecución de sus espurios objetivos político ideológicos y económicos.

En la era mediática, el virus no es combatido racionalmente, sino declarativamente con proclamas y propaganda, estratégicamente combinadas con metodología medieval, aquella que a falta de remedios eficaces, básicamente servía tanto para una epidemia como para una guerra. Así, mediante la confusión, el miedo y terror inoculado a la ciudadanía (que es el enemigo), la sociedad mediatizada se bate entre sí, enfrentada al tiempo a un fantasma aerosol que, como toda fantasmagoría, no se manifiesta ni percibe en el mundo sensible sino en el teatro mental, cuya tramoya ha sido estratégicamente diseñada y llenada de virales emoticonos donde, como en un videojuego, cada individuo se convierte frente a los demás en un presunto terrorista, portador de una mochila cargada de mortíferas gutículas aéreas, que ponen en peligro a la toda la sociedad.

El virus asiático nos ha traído la proclamación (rufianesca) de una nueva era. Esto, al menos esto, es trágica verdad: estamos en la edad mediática la post-mentira, que significará un cambio de paradigma político y social que nos lleva veloz a la pérdida de derechos, libertades y garantías, a una falsa y solo aparente democracia, una dictadura tiránica y populista de facto, de corte comunista y por tanto criminal.

Quiero recordar aquí que en España, la anterior crisis económica fue negada y ocultada hasta la nausea por un presidente que finalmente pagó por ello. La democracia cumplió su función y su partido fue desalojado del poder. Aquellas circunstancias propiciaron la aparición del quince eme, cosa asamblearia populista anti sistema. Aquel presidente estuvo tentado de plantarse como líder de aquel movimiento; pero le faltaron bemoles, tiempo, actores, comparsa y el guión táctico estratégico que hoy los engendros salidos del quince eme poseen y conocen, porque aquello fue el casting de liderazgos, contratación de la clac y los figurantes, y un ensayo general para el futuro derribo del sistema monárquico constitucional.

Ellos sí que pueden porque saben que ahora, aliados a un presidente radicalmente postmoderno y amoral, que ejerce de actor invitado, han conseguido conformar la compañía necesaria para el estreno de la post corona, novísima comedia del teatro español, cuyos protagonistas encabezaran la algarada populista contra el ciudadano escéptico, contra la corrupción institucional y la catástrofe sanitaria y económica que ellos mismos han forzado. Representación dramática en cuya apoteosis aparecerá un nuevo Dios, salvífico y justiciero que castigará con férreo látigo a los mortales e instituciones responsables; pero los ciudadanos convertidos de nuevo en súbditos serán en última instancia las víctimas sacrificiales de sus crímenes pasados, presentes y futuros.

En la nueva era mediática de la post mentira, totalitarios, asesinos y criminales, son el nuevo hombre modélico.

Todo va perfectamente sincronizado y publicitado, la realidad es el relato producido por hagiógrafos y exégetas a sueldo, al dictado de comités de expertos espectrales reunidos en logias sustitutivas del parlamento, componiendo una melodiosa epopeya en que los héroes y sus hazañas trocan su papel con el Mal, con demonios y villanos, ahora santificados en la realidad mediática paralela.

Esta vez será más difícil que el mecanismo democrático e institucional del estado funcione para desalojar del poder a sus enemigos, la maquinaria está siendo desmontada y vuelta del revés, recuerden aquello de, “el miedo ha de cambiar de bando”, esto es, el mal es el bien, la mentira es la verdad.


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* El presente artículo fue escrito y difundido hace justo un año (diciembre, 2020), pero inédito hasta ahora en estas páginas. Dado que poco y nada a cambiado, he creido de nuevo oportuno su publicación en el Castellano.



Fernando Garrido

Fernando Garrido, articulista, historiador, fotógrafo e ilustrador; es licenciado en Humanidades y master en gestión e investigación de patrimonio histórico-cultural por la UCLM. Completó su formación en la Facultad degli Estudi  Filosofía y Letras de Cagliari, y en el Instituto Europeo di Design di Milano.



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