© Fernando Garrido, 28, VIII, 2024
Esto se acaba. Quién le hubiese dicho a Octaviano Augusto, allá entre el siglo I antes y después de nuestra Era, que el mes consagrado a su imperial persona serían esos siempre escasos treinta días en que tradicionalmente se dice hacer singular negocio en su augusto nombre: “el agosto”.
De tal modo que las vacaciones de unos son el frenético afán de otros que petan la caja, o más bien el datáfono mientras existan clientes que tengan el gusto o disgusto de restregarle su plástico bancario a quema ropa.
De todas formas, aquello, lo del agosto, es un decir. Aunque aún sea este periodo el más turísticamente agitado, no es menos cierto que el espectro vacacional y de escapadas se ha ido alargado tremendamente hasta abarcar el resto del calendario anual. Pues en los países del primer mundo el turistear es hoy una de las prioridades a la hora de gastar e invertir el tiempo feriado, puentes y demás permisos laborales.
No es extraño pues que, alertados, quienes quieren cambiar el mundo para quedárselo entero, han de poner sus mentes y zarpas a trabajar para primero arruinarlo, porque les resulta insoportable que la gente viva o viaje a su libre albedrío.
Así, ya han señalado al turismo como una de las últimas bestias negras que acechan en este nuestro siglo XXI. Por eso, rápidamente pusieron toda su maquinaria política y mediática para inocular en la sociedad la aversión y ese rechazo que se ha dado en llamar “turismofobia”, porque toda opinión que no contenga el sufijo “fobia” parecería no existir.
No obstante, dejando a un lado cuestiones semánticas, estamos ante un fenómeno paradójico por cuanto muchos de aquellos que se suman a la queja desde sus barrios o ciudades, serán objeto de esa misma protesta y hostilidades cuando hacen lo propio en otros lares. Se trata pues de una cuestión odiosa de ida y vuelta especular contra uno mismo.
Así de absurdo es, como todo lo que impregna el variado resentimiento anotado en la agenda de los malos contra cualquier circunstancia que estorbe sus desteñidas y suculentas utopías.
En este caso se trata de otra nueva creación frentista, propiciatoria para su mesiánica victoria en la “lucha final” de clases. Ahora ampliada al equipo local o vecinal contra el visitante, es decir, turista latente contra turista ejerciente o, en el peor de los casos, el envidioso ciudadano que se queda en casa contra el que sale de ella; aquel otro quizás sea el enfurruñado vecino, nostálgico, que gustaba ejercer como policía de balcón cuando la plandemia. Siempre son los mismos tontos, voceros, chivatos y esclavos a la brasa, adheridos a la causa liberticida…
Otro sí es que esos que ahora declaran al turismo una amenaza para las ciudades, el clima, la fauna, la flora y demás oráculos délficos, hablaban hace no tanto de “democratización” del ocio, cursilería empleada para reivindicar el acceso generalizado a todo aquello que, como el viajar, estaba reservado a gentes de renta elevada.
Pues ahí lo tienen, el piso de alquiler turístico, madre de todas la turismofobias, responde a ese anhelo, porque permite a ciudadanos y familias alojarse por algo menos, al tiempo que repartir dividendos derivados de su estancia con otros operadores particulares, fuera de la gran industria hotelera y hostelera. Pero además ello apunta a un cambio de preferencias en el visitante que gusta el vivir una experiencia de ciudad diferente, antropológica, alojado como un ciudadano más entre otros, convivir, cocinar, hacer la compra…
Así que si en estas fechas has sido tú uno de los afortunados en sentir clavadas en las espaldas las agostofobias de los lugareños, no desesperes porque pronto tendrás la oportunidad de venganza, que ya vendrán a recibir lo suyo allá donde moras el resto del año.
Esto es lo que siembran a diario las cadenas del régimen para mantenernos entretenidos y alerta de nuestros iguales, mientras los jefes se pegan el festín con el dinero que, mediante impuestazos, no podrás gastar de vacaciones; ya se lo quedan ellos para sus opulentas vidas, viajes, chanchullos y mantenerse en el poder con mil corruptelas.
Por su parte, la industria y propietarios particulares no desesperen ante la falta de clientes convencionales, porque tendrán asegurado un lleno absoluto con el floreciente gran turismo de pateras africanas.
Fenómeno que se anuncia como el gran negocio, el agosto de la pobreza, la okupación e inseguridad ciudadana en aquellos lugares donde antes se alojaba el molesto y salvaje turista.
Qué más quieren.