© Fernando Garrido, 7, VII, 2024
El edificio es de estructura hecha en hormigón. De por fuera, chapeado en madera y piedra, su arquitectura parece firme, emergente, bruta, pero delicada.
Penetrando, su interior tiene cierta laberíntica apariencia de búnker.
Son las doce del mediodía. Ahora, las salas están despejadas, solitarias, silenciosas. Momento óptimo para contemplar y reflexionar acerca de aquello que contienen sus amplios espacios, neutros, asexuados, sugerentes.
Se trata del Centro de Arte Contemporáneo de Burgos (CAB), en la zona alta del centro histórico, junto a la medieval torre e iglesia de San Esteban.
Desciendo a su segundo semisótano. Una sala amplia y profunda. La recorro con pausa y movimiento pendular. La muestra se titula “Deseo futuro”, un proyecto de Lorena Amorós.
Escruto, miro, contemplo e interpreto… Pero, a pesar, dejo para el final la lectura de los párrafos escritos, donde la autora y organización dan razón del discurso ético-estético desplegado en los objetos, pantallas y dibujos que se muestran en la sala.
Solo al terminar, miro ese memorando con la avidez del que está a punto de asistir a la revelación de un magnifico secreto.
Y leo:
Desde la perspectiva de género “me interesa explorar a través de mi obra el concepto de deseo en su intersección con la ciencia ficción y el feminismo especulativo”. Siguiendo el corpus teórico de Donna Haraway, “hago un uso de varios de los planteamientos que, en el ámbito del feminismo especulativo ha analizado dicha filosofa. En mi investigación la incidencia del género de la ciencia ficción y los productos de serie B en la cultura contemporánea, emplea como hilo conductor diversos enunciados, metáforas y narrativas extraídas de su imprescindible ensayística”.
Filosofía, género, deseo, feminismo, especulación… No sé -seguramente a causa de mi torpeza-, tengo la impresión de no haberme enterado de casi nada.
Reflexiono, no obstante, y llego a la conclusión de que contemplamos un arte que lo es, en primer lugar, porque ocupa un espacio o santuario que a priori ya entendemos como contenedor de obras singulares, creadas para la delectación estética, a partir de la cual encontrar y comprender otras miradas, más o menos concretas o abstractas, de la realidad.
Luego, inmediatamente, sentimos que detrás de las piezas expuestas está la voluntad de un creador, que ha querido representar ciertas ideas acerca del mundo a su subjetiva manera, particular, distinta, original, quizás más evidente o sorprendente, empleando las técnicas y medios materiales necesarios para dar corporeidad tridimensional, bidimensional o cinética, a esos conceptos propios o ajenos que han de ser presentados y transmitidos, a partir de la obra, a la mirada del público.
Dicho esto, bien a pesar, uno se encuentra las más de las veces perplejo ante el despliegue caótico de este arte contemporáneo incapaz de trascender más allá de la mente de sus autores. Nos sentimos desconcertados ante un rompecabezas al que nos parece que le faltan o sobran piezas, que parece exceder a nuestra sensibilidad para la experiencia estética e intelectual.
Pues si un ciudadano de cultura media asiste a un museo o una galería de arte, debería sin más experimentar un tiempo de sensaciones que, si bien requiere una predisposición sensible y actitud receptiva, mística, intelectual y hermenéutica, en el caso de cada vez un mayor número de propuestas contemporáneas, se hace muy difícil la experiencia frente la alambicada complejidad léxico-semántica que presentan.
Por eso la obra se ha de acompañar de tesis (literatura, ciencia o filosofía) que se engarzan en una forzada interpretación, con un relato escrito o dialogado de aquello ininteligible que se ve, o más bien que no se ve, que nos viene a seducir con afirmaciones extrañas.
Palabras que, en definitiva, advierten al veedor de su inferior inteligencia y capacidad para entender un constructo artístico que si no le habla es porque está sordo.
Quisiera pensar que todo el dislate se deba a una patología de la mente del artista en nuestro tiempo y no a una impostura crematística e intelectual.
Aun así, a qué conduce y a que propósito sirve un arte que no trasmite, que queda recluido en la burbuja de una élite artística especulativa que, endogámica, prospera por cooptación, adherida a la critica aúlica y a las corrientes políticas e ideológicas dogmático dominantes.
Entonces, cabe preguntarse, ¿de quién depende el "artista" de hoy? Pues eso.