Digital Español

contrarreforma culltural, liberalismo, tradición, crítica, actualidad, análisis...


Diseño del blog

UNA DE PERROS

F. Garrido • 11 de agosto de 2024

UNA DE PERROS


Un relato en cuatro fascinantes actos y un no menos luminoso epílogo


Por Fernando Garrido

 

I

 

A punto de aterrizar, el azafato de vuelo la advirtió de que no tenía bien abrochado su cinturón. María hizo como que no entendía. Entonces, el muchacho, muy servicial, se inclinó para atárselo a la vez que discretamente la entregaba en mano una tarjetita. Ella, sorprendida, la leyó con disimulo y, desaforada, se rio como nunca.

Pero esta historia comienza un par de meses antes cuando por lo demás, María, había alcanzado un insoportable clímax de indefinición existencial. Aquella misma tarde daba un repaso nada exhaustivo a su actual manera de vivir, sorteando contradicciones cada vez más aparatosas.

Ahora se debatía en una diatriba más: el repentino desamor que sentía por Chumy, un perro de excelente raza y pedigrí; un capricho de sangre caliente adquirido apenas un año antes, gastando lo que para ella suponía una fortuna, pero que no la había colmado las expectativas, si es que hubiera podido haber alguna otra menos banal que la de adherirse a la ola de poseer en propiedad un can de compañía que, sin embargo, la estaba hurtando una libertad de la que antes no había sido plenamente consciente.

Dio la deliberación por resuelta y concluida. Lo tenía decidido. Chumy habría de salir de su vida antes de las vacaciones. Porque su amor hacia la fauna, la flora y la naturaleza entera, tenía desde ahora una línea roja trazada en la puerta del avión rumbo a un encantador hotel resort con playa privada, sala de fiestas y todo aquello que podía desear, pero donde no se admiten mascotas.



Prohibición que en un principio la resultó intolerable y zoofóbica, aunque lo atractivo del paquete vacacional y la ilusión de viajar finalmente a ese destino aplazado por algún tiempo, bien merecía la pena el soslayar algunos incómodos principios, ciertamente nunca interiorizados por completo ¡Al diablo con ellos!

En realidad, estaba hasta el moño porque había caído en la cuenta de los estúpidos postulados e imposiciones de ese pensamiento woke o green age que lava en verde, violeta y arcoíris los cerebros de una sociedad que, narcóticamente entregada al animismo, persigue la felicidad con un volver a los chozos, a la tribu y navegar contravientos en el kayak de Noé.

De eso iba, al parecer, la espeluznante nueva ley sobre, explotación, bienestar y convivencia con animales vivos, que la incomodaba como una china en el calzado desde que el Ministerio de Igualdad Transversal la hizo llegar a casa una carta en que se la informaba, advertía y después amenazaba, acerca de las normas que en adelante habría de observar respecto a su mascota.

Pues, pensándolo bien, ella no estaba dispuesta a malgastar su tiempo ni dinero en cursos de capacitación para aprender a hablar el ladri-guau-guau, ni reeducarse en lo que de repente le parecieron retorcidas extravagancias otorgadas como gratuitos derechos a los chuchos, a la vez que costosísimas y disparatadas obligaciones para sus amos.

En su actual desencanto subyacía no obstante algo de lo que deseaba liberarse de una vez para siempre: el fastidio que a diario la suponía recoger las deposiciones de Chumy en medio de cualquier acera. Una faena humillante en la cual se veía obligada a doblar la espalda, exponiendo pública y respingonamente su trasero al transeúnte. Un sacrificio impúdico para quien, como ella, siempre había tenido a gala presentarse empoderada y femenina de toda feminidad ante el mundo, pues agacharse de tal modo no estaba ni mucho menos incluido en su grácil manual de usos y costumbres.



En estas reflexiones existenciales, entre aporéticas y paraestéticas, se hallaba cuando recordó una situación algo embarazosa vivida algunas semanas atrás con ocasión de su encuentro con Raquel, antigua amiga y compañera de oficina que también gestionaba un perro, con la que había quedado para salir a pasear los cuatro en pareja -ellas y sus mascotas- y ponerse mutuamente al corriente de sus vidas, cosa que no hacían ya muy a menudo desde que María cambió voluntariamente de departamento en el trabajo. Aunque, a decir verdad, algún latente incidente sentimental del pasado había deteriorado su mutua relación.

Después del paseo decidieron sentarse en una terraza. Raquel, cerveza en mano, no paraba de hacer constantes alegatos sobre lo plenamente feliz que se encontraba desde que adoptó, previo pago, a su perro. Un pastor alemán de tres años que, según expresaba, había llenado su vida como nunca antes lo hizo ninguna de sus parejas virtualmente fallidas.

A María aquello le pareció una solemne bobada. Comparar a este lobezno bobo y jadeante con aquel encantador forzudo. Sí, el típico adicto al gimnasio sin demasiado cerebro, pero con el que su amiga estuvo haciendo músculo pasional poniéndola incandescentes las pilas, tanto que Raquel tenía en aquel periodo el rostro encendido y radiante como nunca.

O, si no, aquel otro, concejal de urbanismo del partido Progreso Obrero, que la llevó atragantada de placeres por restaurantes y hoteles de media provincia y alrededores en su descapotable hasta que, según él dijo, su esposa lo echo de menos un día para ir de rebajas y al supermercado. Pero, en las noticias aclararon después que las esposas eran dos y se las había colocado la Guardia Civil, para trasladarlo a vivir una temporada en un “hostal del estado” a pensión completa.

Aunque, a decir verdad, a María siempre le resultó más interesante el último de todos. Un lacónico filólogo de clásicas y frustrado poeta, con el que Raquel vivió por los cuatro costados un idilio en el que ella misma se vio furtiva e intensamente involucrada.

Porque María estuvo manteniendo en secreto con él una morbosa e intensa aventura. Seis meses inolvidables de traidora clandestinidad, que finalizaron tras planear una semana de escapada. Ella lo esperaba en el aeropuerto cuando recibió en su teléfono un mensaje en que el cobarde profesor se excusaba, según decía, “tras haber reflexionado en conciencia sobre la idoneidad de continuar por más tiempo el doble juego”. Así que, desapareció para siempre de la vida de ambas, sin dejar más noticia, rastro ni paradero. De eso hacía ya algún tiempo.

María, desarbolada, nunca subió a ese avión, como tampoco dejó de pensar en qué hubiese sucedido de haber viajado sola en compañía de sí misma en busca, por qué no, de aventuras de reemplazo. 


Ahora había elegido para sus vacaciones el mismo destino, sin perro, quizás por nostálgica venganza hacia aquel pretérito imperfecto. Un pasado que significó para ambas amigas un velado distanciamiento, motivado por la culpa y desconfianza respectiva que, sin hacerse explícita, anidaba en cada una de ellas. Porque Raquel, intuitiva, siempre sospechó de aquella traición de María, cuyo resultado final fue como lo del perro del hortelano. Pero en aquel tiempo ninguna poseía chucho, ni falta que les hacía.

Y ahora, era tanta la pasión y prosopopeya con que Raquel describía sus experiencias con el cánido que, María, abstrayéndose por un instante, sintió un vuelco al sospechar que su amiga mantenía de alguna manera relaciones con su peludo de cuatro patas. Pero más allá de imaginaciones, en un momento dado pudo observar como Sultán -que así llamaba, Raquel, a su cánido galán- atendía fijamente a la entrepierna de su ama moviendo el rabo y relamiéndose jadeante, quizás en espera de una orden que, cumplida, le reportase algún tipo de recompensa.

Es patético, se decía, que pudiera pensar de su amiga algo semejante. Pero lo cierto es que de ahí en adelante la imagen obscena y presentida de “perro complaciendo a chica y chica harto feliz”, se la venia encima con obsesiva frecuencia. Así, cada vez que se cruzaba con cualquier perro, perrito o perrazo, tirando ansioso de sus dueñas, no podía evitar caracterizarlos como una suerte de instrumentos sexuales sujetos de una correa.

Además, sin quererlo, creía ver en los rostros de aquellas congéneres hembras un semblante de satisfacción que encubría un secreto perverso, íntimo e inconfesable. Al tiempo, la ruborizaba pensar que alguien sospechase gratuitamente de ella eso mismo que, sin embargo, tufeaba en las demás.



Aun sintiéndose tremendamente incómoda instalada en esas aviesas apreciaciones, no podía evitarlo puesto que en ello concurría el refuerzo continuo de los mensajes lanzados a la sociedad desde los medios de comunicación, normalizando e invitando a practicar diferentes formas de amor conyugal o coyuntural. Opciones aceptadas ya por muchos, no sólo como deseables, sino políticamente saludables, por ser correctoras de lo que prescribía el atávico y despreciable sistema hetero patriarcal que, según decían, había constreñido desde la noche de los tiempos las relaciones de pareja, tristemente reducidas al binomio tradicional: macho-hembra.

Pero los avances y el progreso en la época actual, venían a sanar la ceguera en se estaba acerca de lo que es la proteica sicalipsis o ambigua naturaleza sexual de cuanto ser vivo existe en la Tierra. A lo que, además, los nuevos valores civilizatorios plasmados en la reciente declaración ontológica e intercultural de los derechos zoológicos, botánicos y minerales, aportaban una inusitada libertad y variedad libidinosamente creativa entre el ser humano y la amplia gama de especies planetarias.

Aun así, María, no le veía la gracia ni sentía deseo de aparearse con otro ente diferente que no fuese varón de la especie humana, caucásico, algo más alto que ella y de aspecto agradable según su canon particular. Tratándose de alguien así, coincidente con su idealizado modelo masculino, fantaseando y haciendo de la necesidad virtud, a veces imaginó con procaz agrado la posibilidad de recibir un azote en el trasero, por sorpresa, en ese delirante instante en que doblaba su verticalidad recogiendo las horribles “cositas” de Chumy. Sería, tal vez, se decía, una especie de merecida recompensa y premio a la repugnante empresa diaria de embolsar esa suerte de croqueta blanda y caliente, foco de miles de bacterias, que tanto asco y desasosiego la creaba.



No obstante, estaba convencida de que todas sus maniáticas pulsiones, aspavientos viscerales o deseos bajo instintivos, brotaban en su inconsciente transferidas del alargado subconsciente colectivo. En cualquier caso, pudieran ser técnica y freudianamente interpretadas en el sofá de un sicoanalista. Pero no. Qué horror, no pensaba dejarse averiguar los significados de sus ocultos recovecos por un empalagoso tanguista porteño.

Total, lo suyo era como un constipado comparado con lo que cada noche sucedía en un reality televisivo que María sintonizaba a menudo con escabroso interés, cuyo hilo discursivo consistía en primeras citas en un restaurante para singles en busca de pareja, donde acudían ejemplares de toda condición identitaria y tendencias sexuales registradas en el más reciente abecedario de la revolución biológica, donde lo verdaderamente raro era encontrar un ser normal o heterosexual. Claro que expresarlo así, crudamente, podría ser constitutivo -como poco- de reprobación social y delito de odio hacia la especie involucrada.

Si de veras aquello era una muestra o fiel reflejo de la ganadería humana, María opinaba que, ya que era posible inscribirse sin más requisito que tu santa voluntad en el registro civil, habría que ir pensando en declararse amiba, esa especie de protozoo rizópodo sin cutícula y que emite seudópodos incapaces de anastomosarse entre sí. De esa forma optaría al amplísimo rosario de ventajas y derechos otorgados, por arte de birlibirloque, con arreglo al igualitarismo desigual y asimétrico, positivamente discriminatorio en la disparidad diversificada de especies, razas y géneros vulnerables o disformes.

¡Qué maravillosa condición ha de ser la de amiba voluntaria y prioritaria!

En fin, para María lo importante y perentorio era organizar sus vacaciones. En ello no cabían más vacilaciones, sino la firme resolución de sacudirse todo prejuicio alucinatorio contra su auténtico ser y genuinas apetencias vitales.




II

 

A la mañana siguiente, María, buscó el teléfono del SMACEDRH, Servicio Municipal de Atención al Conviviente con Especies Distintas de la Raza Humana.

Marcó e inmediatamente una locución robotizada le proponía una serie de opciones que no pudo retener hasta escucharlas en bucle por segunda vez. La máquina locutora formulaba, con toda seriedad, excentricidades que provocaron en María un estado de gestual hilaridad al escuchar parrafadas como: “Si tiene ya registrado el ADN de las heces de su compañero o compañera doméstico, pulse dos; si aún no ha hecho caca para efectuarle la analítica, pulse tres; le recordamos que es este un requisito cuyo incumplimiento pude ser constitutivo de una falta grave, sancionable hasta con 20.000 euros o prisión equivalente; para vacunación contra el racismo animal, pulse cuatro; para pagar una sanción, pulse cualquier cifra; para denunciar machismo etológico, pulse seis. Si desea adherirse a la iniciativa popular para el proyecto de ley sobre el matrimonio mixto humano, zoológico y vegetal, pulse almohadilla”.

Esta y no se sabe cuántas más solemnes bacaladas del género híper-tonto hubo de escuchar. Lo peor es que ella, hasta ese momento crucial en su vida en que se caía del guindo naif, no había sido consciente de tanto disparate, sino que lo había aceptado, sin plantearse el insoportable nivel de esquizofrenia, degradación moral e irracionalidad que intoxicaba cada realidad del día a día en que lo antes considerado esperpéntico o kafkiano formaba parte de la nueva dogmática normalidad que todo lo impregnaba.



María esperó hasta que la grabación llegara el ansiado final en que debía escuchar: “si su consulta no está entre las opciones, díganos cuál es el motivo de su llamada y le atenderá una operadora, operador u operadore a la mayor brevedad. Manténgase a la espera. Gracias”.

La madre que os parió, dijo María, grave y solemne.

Durante cerca de un cuarto de hora sonó, sin solución de continuidad, uno de los últimos éxitos de la Mebarak, hasta que, ya a punto de desistir, por fin respondió un ente que parecía ser un humano de verdad.

-Buenos días, disculpe la espera, dígame en qué le puedo ayudar.

-Verá, yo quisiera segregarme, independizarme, separarme o divorciarme de mi perro macho, o como quiera que se diga según la lengua inclusiva. Es decir, finiquitar nuestra relación y, antes de que me lo pregunte, le informo de que me veo obligada porque no puedo atenderlo, debido a la vulnerabilidad que sufro en mi condición minoritaria de amiba rizópoda.

¡Toma ya! ahí lo teneis, la carreta antes de los bueyes, pensó. Y continuó:

- Tenía entendido que existe un servicio municipal gratuito de gestión, recogida, acogida y adopción de PENAS (perros no acompañados).

-Sí, así es, pero para el caso concreto que me comenta ha de ponerse en contacto con el departamento de ayuda psicológica, reeducación social y conciliación familiar humano-purina. Espere un momento, le paso…

Tras unos minutos más de espera amenizados con el soniquete, “tú, uhuhuhuhuuuu, tipos como tú, uhuhuh…”, el mismo operador al aparato le contestó:

-Tiene que disculparnos, en este momento están ocupados, no la pueden atender. La llamarán en cuanto les sea posible. Para ello déjenos grabado su nombre y número de teléfono tras escuchar y aceptar las leyes generales y particulares de protección de datos… Tiene usted alguna otra consulta que hacernos.

- No, no se esfuerce… ya sé, es la hora del almuerzo y sus compañeres, paritaries e inclusives, deben echarlo de menos en la cafetería, vaya usted y les saluda de mi parte, que ya entiendo que me llamarán después de sus gástricas ocupaciones…

El operador hizo como si no hubiera escuchado el dardo que María lo lanzaba.

- Procedo a ponerle la grabación. Gracias por su atención. Que pase un feliz día.



A continuación, escuchó una retahíla inacabable de cláusulas idiotas, ininteligibles y, sobre todo, repelentes al sentido común. Todo a mal fin de proteger supuestamente no se sabe el qué ni a quién. Lo que sí era seguro es que la administración lavaba sus zarpas y que, no obstante monsergas, los datos quedarían registrados y quizás sirvieran para engrosar la base de datos o lista negra de la Gestaperro, donde quedan anotados aquellos ciudadanos sospechosos de conducta antisocial por rehusar de sus mascotas.

¡Que les den!... Su paciencia había llegado al límite. María colgó el teléfono antes de que finalizara el insoportable rosario leguleyo. Además, visto lo escuchado, ya no deseaba recibir ninguna llamada ni recomendaciones de un psicólogo social, ni de cualquier proceloso trabajador animalista invitándola a reconsiderar su decisión. Era lo que temía que sucediese antes que después. Por tal vía no llegaría a ninguna parte, es decir, a reservar a tiempo sus vacaciones.

Pero aún no tenía un plan B.

Durante un par de días le estuvo dando vueltas al asunto. Lo malo es que cada opción que se le ocurría la creaba dispares conflictos de conciencia. A veces se decía “soy un monstruo” mientras miraba a Chumy, disimulándole su propósito emancipador como si él pudiera estar al tanto o sospechar las intenciones de su dueña. Aun así, se impuso un cordón sanitario contra el sentimentalismo, sirviéndose deliberadamente del desagradable recuerdo de los infaustos momentos diarios en que se veía impelida a colocar su sagrado pompis a noventa grados de la vertical.




Atardecido, sonó el teléfono. Se trataba de Raquel, nunca peor ni más intempestiva. La retaba, o así le pareció, a dar otro paseo acompañadas de sus peludos.

María trató de poner escusas, pero la plasticidad transigente y acomodaticia de Raquel la desbarataba cada intento de zafarse. Así que al fin claudicó por obligada educación antes que ponerse grosera, que es lo que en realidad le pedía el cuerpo.

Bueno, se dijo con estoicismo, cuanto antes mejor. Quizás más adelante ya se hubiese desecho de Chumy y tendría que darle explicaciones sobre los motivos de su separación canyugal.

Quedaron para el día siguiente a tomar café en un quiosco perfectamente equidistante de sus respectivos domicilios, para practicar el igualitarismo perimetral simétrico en la ciudad del todo a diez minutos. Después irían caminando la perpendicular de ida hacia el parque Anubis. Célebre lugar donde habitualmente acuden perros acompañados de personas a socializar bajo la advocación del caniforme dios egipcio.



Aquel parque había sido de siempre la “Rosaleda de San Antonio”, hasta que sustituyeron el nombre, entre otras razones para descristianizarlo y liberarlo de toda nota machista. Porque era tradición antigua que las damiselas acudiesen al lugar, convenientemente acompañadas, para buscar novio o encontrarse con el prometido. Costumbre que ahora caía bajo clasificación de abominable herejía del tipo “heteropatiarcal” en la Ley de Memoria Feminista & LGTBIQ.

Sea como fuere, a María, después de su epifanía liberadora, aquel parque le suscitaba ser un desfile de horteras de perrera, al que se acudía más que otra cosa a ligar aprovechando el desinhibido acercamiento entre los canes para hociquearse sus traseros y zonas pudendas. Conducta a partir de la cual, los amos, en plan imitativo, hacían de reojo algo similar, aunque más hipócritamente incivilizado, para después entablar conversación con desconocidos acerca de las cualidades de sus chuchos, pero con propósitos que iban más allá del natural e instintivo impulso olfativo de sus mascotas.

Es más, las malas lenguas decían que eran muchas y muchos los que habían comprado un cánido sólo por ese motivo, tras fracasar con otros métodos de apareamiento naturales o menos sofisticados.

Esto no era en absoluto producto de la imaginación de María, que conocía, como cualquiera, la acre realidad de la leyenda urbana contemporánea que señalaba hoy al parque Anubis, como ayer a la Rosaleda San Antonio -“rollaleda”, que decían los castizos-, lugar para encontrar rollo. O sea, todo igual, pero más farisaicamente perverso.



María, cada vez más desatada en su ansia de autonomía y ruptura con lo establecido, llegó a la cita con casi media hora de retraso. Se disculpó vagamente, aunque a Raquel no pareció importarle porque mantenía una animada conversación con una señora sentada una mesa contigua, con la que ponía en común la admiración hacia sus respectivos cuadrúpedos. María tomó asiento y trató de integrarse en la charla con aquella mujer, propietaria de una bolita de pelos con chaleco y un quiqui en lo alto de lo que apenas se adivinaba como el cráneo de una ratita de tómbola, a la que tan cabalmente llamaba Filfa.

Allí se andaban cuando irrumpió por la acera, delante de las mesas del quiosco, una joven con las mejillas entumecidas que llevaba de la mano una correa en cuyo extremo sorprendentemente no estaba el pescuezo de un perro, sino que arrastraba a una pequeña corona de flores artificiales.

¿Era real o estaba sufriendo una alucinación? María quedo perpleja. Era como para salir corriendo de espanto. No daba crédito a aquella aparición casi fantasmal, genuinamente surrealista.



Lo cierto es que a la nena sólo le faltaban unos polvos de arroz en el rostro y el iris seccionado por una cuchilla para resultar protagonista de una escena, quizás descartada e inédita, del buñuelesco film, “El Perro Andaluz”.

Raquel, al verla, emitió un profundo ¡Ay, Dios mío! ¿Qué ha pasado?

Al parecer la conocía. Conmovida, se lanzó inmediatamente hacia ella y, deteniéndola, la preguntó por Tobías, a lo que la chica rompió en sollozos y lamentos.

-Tobi, ha muerto ¡me lo han envenenado! Ha sido un asesinato.

- ¡Nooo, qué horror!

Mientras esto sucedía, Filfa, Sultán y Chumy tiraban de sus cintas para acercarse a olisquear la corona. Raquel tratando de tranquilizar a la chica la invitó a sentarse con ellas para escuchar bien lo sucedido.

La muchacha, destrozada, tomo asiento. Para sosegarla, pidieron un té ecológico sin huella ni querella de carbono, a partir de lo cual se desahogó ampliamente relatando las circunstancias del inesperado óbito de su Tobías el día anterior.

Al parecer el animalito ladraba por las noches y tenía en vela al vecindario. Aunque, según su desconsolada dueña, eran los vecinos quienes no entendían que esa actitud venía provocada por las malas vibraciones la ciudad, el edificio y la acomodada la vida de sus consumistas moradores, que herían la moral de Tobi, un ser extremamente sensible, que reaccionaba con ese modo particular de protesta que para los perros es el ladrar o aullar en el silencio de la oscuridad cuando todos duermen.

Así que, presuntamente, algún insomne patológico y vengativo había proporcionado al animal una dosis letal de anticongelante para automóviles, estratégicamente vertido en una de esas palanganas de acero inoxidable, que normalmente se colocan a las puertas de cualquier lugar con el piadoso afán de dar de beber al perro sediento.

El examen efectuado por el veterinario de cabecera y la autopsia del forense de la SSA, Seguridad Social Animal, había sido clarificadora y concluyente: fallecido por envenenamiento. Ella ahora venía de participar una rueda de prensa junto al responsable facultativo y policial de canecidios, y de asistir luego a una tertulia con opinólogos, en una cadena local, donde habían debatido sobre la necesidad de reestablecer la pena de muerte revisable (sólo póstumamente) para delitos similares. En este momento, les dijo, que ya se dirigía finalmente a poner la correspondiente denuncia en comisaría, a fin de que se investigara entre los vecinos para esclarecer los hechos y detener al depravado.

María escuchaba estupefacta; le resultaba evidente que aquella chica estaba algo desequilibrada de fábrica. Su expresión boba, ademanes zombis y el modo en que narraba los acontecimientos, así lo daban a entender. Pero más allá del extravagante duelo con corona de flores atada a la correa de su difunta mascota, el relato le interesó en el punto que le aportaba una valiosa sugerencia técnica que ella desconocía. Es decir, algo tan corriente como el líquido azulón que ella misma tenía en el maletero de su coche, para reponer en el caso de que una lucecita roja del tablero de mandos se lo indicara, resultaba ser una sencilla y expeditiva manera para acabar con el insomnio de todo un vecindario. Algo así como una especie de “valium social” a beneficio del descanso de la comunidad.



Con esa idea criminoide dándole vueltas, el paseo por el Anubis se la hizo inusitadamente corto. Embargada, le reconfortaba imaginar que tal vez encomendando los tusos a su homólogo, el dios egipcio, hubiese para ellos una placentera vida de ultratumba. Quién sabe…

 


III

 

No, María no consentiría jamás convertirse en una asesina, lo tenía claro. Por eso, preventivamente, decidió indultar a Chumy y explorar otra salida a su problema antes que cargar en su conciencia un vil envenenamiento que podría arruinarla la vida si fuese descubierta y, además, de no ser así, la supondría muchos gastos e inconvenientes con arreglo a la hipertrofia normativa vigente: informe veterinario, certificado de defunción, incineración y seguro que cualquier otro tramite inesperado.

Desayunando, recordó haber visto alguna vez en un periódico semanal anuncios donde particulares ofrecían mascotas en venta o regaladas a quien quisiera hacerse cargo - ¡Que infelices!

Buscó por casa uno de aquellos periódicos para tomar nota. A continuación, marco el número de teléfono para contactar con el departamento de clasificados y dictar el anuncio por palabras en la sección de obsequios y mascotas. Después hizo lo propio en internet, en un portal de compra-venta e intercambios entre particulares. El anuncio en ambos casos rezaba algo así: “se regala joven y precioso can de raza… por no poder atenderlo, llamar al tel. …”

Ahora sólo quedaba esperar a que apareciese un nuevo esclavo para Chumy, que la reemplazara en adelante por siempre jamás.



A medio día recibió la primera llamada.

– Es por lo del perro. He visto su anuncio y podría estar interesado en quedármelo, pero ya sabe cómo están las cosas…, no sólo cuidarlo y mantenerlo, sino sobre todo ese embrollo normativo que supone hoy en día un esfuerzo del copón… Mire, yo, si nos entendemos, me lo llevo por cien euros de propina por recogérselo. Tenga en cuenta que vivo en la otra punta de la ciudad.

María no podía creerlo ni imaginar que la pidiesen cien pavos por llevarse un bellísimo perro de regalo. Indignada, colgó el teléfono. Además, pensó, quién la aseguraba a ella que aquel caradura no dejase a Chumy abandonado inmediatamente en el portal, llevándose el propinazo by the face ¡Qué jeta!

La siguiente llamada tenía una voz difícilmente distinguible, entre masculina y femenina. A duras penas se entendía. Emitía palabras como: “quielo”, “pelo”, “pelito” … Tras un minuto de confusión, María, llego a concluir que su interlocutor era asiático. Un chino que probablemente quería comerse a Chumy. ¡Ni hablar! No estaba dispuesta a regalar un pivonazo de can para que acabase asado en un wok como si fuera una grosera pularda.



Sintió cierta naúsea recordando la última vez que visitó un restaurant chino. Quizás la sirvieron en plato a la mascota de otro perfectamente embalsamada con aceite de palma, salsa de soja y generosa guarnición de pimiento, cebolla y arroz, mucho arroz. Con reflujos parasimpáticos de aquel recuerdo sobrevenido a su esófago, hizo aún varios intentos de terminar amistosamente la caótica conversación, hasta que, saturada, se vio obligada a disparar como Clint Eastwood revolver en mano, un grave y sonoro, “Sayonara baby, bang, bang…” y liquidar el indigesto asunto oriental.

A la tarde recibió otra llamada. Una chica muy alegre y entusiasmada le preguntaba si Chumy aún estaba disponible y, a continuación, toda una batería de preguntas acerca de su look, aspecto y características. Pero no satisfecha, le pidió a María que si disponía de un book fotográfico o podía enviarla algunas imágenes para hacerse idea.

-No, no es posible, encanto. No quiero tener problemas. Ya sabes que la ley de protección y privacidad sanciona duramente por difundir imágenes de menores, humanos racializados y también mascotas. Las cosas están así, qué le vamos a hacer.

La chica se hizo cargo de tal inconveniente y continuó interrogando a María. Hasta que formuló, con indisimulada avidez, la pregunta clave y fundamental que iba buscando: ¿Está entero o castrado? María, ante aquello sintió tanta repugnancia que mintió, respondiéndole en plan pedagógico que Chumy era un can eunuco, como el perro de San Roque, porque eso mismo se lo habían cortado. Entonces la voz de su interlocutora bajo de tono para decir: “qué lástima, yo necesitaba un buen reproductor, de todos modos, gracias…”.



Una hora después, la llamada de otro número no identificado en su agenda de contactos. Se trataba de una anciana señora preguntando si tal vez Chumy fuese el perro que la había desaparecido unas semanas antes.

-No señora, lo adquirí en el mercado legal, en un conocido pet shop de un centro comercial, nuevecito y muy cachorrín, con su chip digital, identificador de ADN, certificado de nacimiento, árbol genealógico, libro de familia, cartilla de vacunación, testamento vital y todo lo demás, aunque todavía si lo adquiriera hoy eso sería poco. Lo siento de veras, créame que desearía tanto como usted que fuese su perro, pero no, no lo es. Buenos días y siga buscando.

¡Jopé! no quería ni pensarlo. María se malició lo peor respecto al paradero de aquel infeliz canido, quizás en el chinesco fogón de un sonriente chef amarillo…

Al rato una nueva llamada. Esta vez un varón con una seductora voz y mucha educación, aunque algo impostado. Enseguida María dedujo de sus palabras que el tipo en realidad no quería al perro como tal, sino que con la excusa de que se lo enseñase buscaba quedar con su dueña entre la arboleda y el verde follaje del Anubis, para darla una vuelta a ella bajo la amantísima advocación del canino dios.

María, irónica y mordaz, le advirtió que si aún desconocía que en ese parque se había decretado una alerta sanitaria de plandemia, porque la gente estaba contrayendo un peligrosísimo virus venéreo, así que prefería no hacer tratos con personas que rondasen el lugar.

- Tenga cuidado. Le aconsejo que se abroche las ingles y encomiéndese a la estampa del Tenorio, don Juan… Tanto da lo mismo que igual.

¡No te jibia, el sátiro fulano…!




María empezaba a desesperarse viéndose mermada, a medida que recibía llamadas, su ya maltrecha confianza hacia el ser humano. Comenzaba a dudar seriamente de la efectividad del anuncio, cuando la llamaban de nuevo.

- Buenas tardes, es por lo del perro. Verás, soy profesional especialista en retirar mascotas no deseadas. También me ocupo del papeleo y demás tramites que son necesarios, todo por menos de lo que te cuesta el mantenimiento de tu animal a lo largo de un año.

Su prosodia y tono de voz la recordaba a algo o alguien. María estuvo a punto de colgar el teléfono. No podía creer que la pidieran otra vez dinero por llevarse un ejemplar de perro de categoría categórica. Pero, en vista del fracaso de lo precedente, se contuvo. Pensó que quizás, aunque insultante, la solución estuviese irremediablemente ahí. En definitiva, se sentía decepcionada y agotada. Tenía que llegar a tiempo. Ahora se trataba de ser práctica y acabar de una vez, sin soportar más estúpidos sainetes a cuenta del maldito anuncio.

- Dígame, cuánto supone, que no tengo ni idea…

María quedo sorprendida al escuchar de su interlocutor resabios de avezado contable desplegando un desglose tan amargo, aunque aparentemente real y preciso.

- No me lo puedo creer ¡Joroba! No había echado cuentas. Entonces ¿Cuál es su precio? Dígame.

- Mira, me caes bien…

¡Habrase visto el perdonavidas este!, pensó, y por segunda vez, María, sintió deseos de mandarlo al guano, pero lo dejó continuar.

- Sólo te cobraré la mitad de la carga que soportarías por el mantenimiento de tu animal de aquí en un año. Tú verás. Lo tomas o lo dejas. Mi oferta estará en pie hasta final de mes. Piénsalo, pero si me confirmas ahora te hago un diez por ciento.

- Y ¿Qué sucederá con mi perro?

- Eso es enteramente cosa mía. Soy profesional. En ningún caso puedo revelar esa información para evitar situaciones ulteriormente desagradables. Además, tendrás que firmar un documento de donación con algunas cláusulas, entre las cuales está la renuncia expresa a conocer el destino de tu ex mascota, ni reclamar en el futuro la filiación ni la de su descendencia o su eventual patrimonio. Pero no has de preocuparte en absoluto…, es un mero trámite que nos protege a ambos.

- Mmmm, déjeme un momento… Si le digo más tarde ¿Me sigue haciendo el descuento?

- Bien, lo haré sólo por esta vez, pero tendrás que decidirte hoy.

- Vale, de acuerdo, lo daré una vuelta… ¿Llamo a este mismo número que me aparece aquí?

- Correcto, quedo a la espera.

Tan sólo una media hora más tarde se produjo esa llamada que, en última instancia, representaba para María el pasaporte hacia el paraíso imaginado.





IV

 

Sentada en la butaca del Boeing 737 de Aerolíneas Argentinas, con destino al paraíso aplazado, María, reflexionaba acerca de su vida anterior. Se felicitaba de cómo el desprenderse de Chumy había significado, más allá del hecho emancipador en sí, un punto de inflexión a la vez que un reencuentro inesperado.

La divertía imaginar el momento en que Raquel habría recibido en casa el perro que había adquirido animada, sin duda, no tanto por su precio chollo como por sus cualidades masculinas. También intuía que posiblemente habría algo de sorda envidia al elegir un ejemplar idéntico a Chumy como segundo macho. Pero lo que más le suscitaba curiosidad era cómo habría sido el momento de descubrir que se trataba en realidad del mismísimo.

¿Qué estaría pensando ahora de ella? Aunque quizás no hubiese sucedido así.



En cualquier caso, volando sobre el océano a once mil metros de altura, no dejaba de rememorar tampoco el instante en que él apareció puntual a domicilio para recogerlo y resolver el asunto de aquella forma. Ahora estaba sentado a su lado, junto a ella, con el brazo sobre su hombro.

-Así que, después de aquello, no sólo nos dejaste plantadas, sino que también abandonaste tu actividad docente para dedicarte a la retirada de perros no deseados. Entiendo, desde luego, que no quisieses continuar dando clases desde que os recortaron la libertad de cátedra para que exclusivamente atendierais las directrices del Ministerio del Nuevo Humane. Pero jamás hubiera caído en la cuestión de que ayudar a las personas perradictas fuese una ocupación tan lucrativa y necesaria. Labor que además te honra. Eso sí, me asustas cuando dices que esto no tiene solución, que las ciudades serán enteramente de los perros y demás especies dentro de una década; que está cambiando el actual modelo de familia hacia otras formas como el cániarcado fluido y esas otras modalidades que ni me atrevo a pronunciar.

-Así es, encanto, no tengas duda, aunque nada se diga, existen informes y estadísticas ocultas que lo confirman. El propósito no está muy claro, aunque ya sabes lo que dicen del autoproclamado presidente vitalicio de la Federación Socialista de Repúblicas Populares Ibéricas, Perro Begóñez, cuyo nombre no es ni mucho menos una broma del destino ni de su madre, tampoco una frutopía, sino su auténtico karma.



-Aún no puedo creerlo, de verdad; como tampoco concibo tu casual aparición ¿Encontrarme así…, por un anuncio? Claro que quizás de otro modo no hubiera accedido siquiera a hablar contigo. Fuiste tan hijo de puta y canalla… Ya sé, no me lo digas, se te ocurrió seguir adelante hasta la consumación de, “yo me llevo su estorbo y me hago perdonar la fechoría pasada”, en lugar de decirme que eras tú y que querías verme.

Lo del plantón aquel fue muy, pero que muy fuerte. Te quisiera perdonar, pero no sé, a pesar de la carga que me has quitado de encima y de emplear la tarifa que no me cobraste por tus servicios para pagar los billetes y gastos de este viaje…

Anda que, vaya ocurrencia tan malvada la de colocar a Chumy precisamente a Raquel. Inducir a que picara de ese modo. Eres cruel. La pobre no sabe qué hacer con su vida y creo que ha descubierto en ellos su mejor perriamigo. No quiero ni imaginarlo, pero tú tienes la culpa de que Chumy haya entrado a formar parte de su doméstico serrallo. Total, ella se ha quedado con mi perro, tú conmigo, yo contigo, pero no te creas, ya veremos…



María formuló esto último con un tonito perverso e inquietante mientras leía la nota que, disimuladamente, el amable azafato de vuelo la había entregado mientras la abrochaba el cinturón de seguridad. Lo sucedido a continuación fue el preludio de una cruel venganza, y él así lo percibió si entender del todo que sucedía.

La risotada de María llegó a escucharse en la cabina de pilotos. El joven se ruborizó cuando a continuación el resto de pasajeras del vuelo la siguieron.

Con la agitación del apoteósico momento de risa e histeria colectiva previo al aterrizaje, a María se le cayó la tarjetita al suelo. Él la tomo y pudo leer lo que aquel apuesto infeliz había escrito:

“Deseo pasar la noche con usted, si está dispuesta no diga nada, simplemente sonría”.





Epílogo

 

Terminado el periodo vacacional, María, no se reincorporó al puesto de trabajo ni usó el billete de vuelta a Europa. Aquel país la resultó un lugar perfecto, sin agenda establecida, donde recuperar la cordura y la fe en la libertad del ser humano.

Él sí regresó, portando ciertas protuberancias en testa, pero habiendo expiado en parte su pecado original … Así que, a la vuelta, se empeñó en sustituir y expulsar con éxito a Sultán y Chumy de la vida de Raquel. Porque también se lo debía.

Respecto a aquel joven intrépido, aún hoy sigue viajando como azafato por aeropuertos, ciudades y hoteles de medio mundo, visitando a las pasajeras de aquel ruidoso vuelo AR1133 del Boeing 737.

Ah, por cierto, ninguna lo delató y, María, fue la primera agraciada, pero esa es otra historia.


Por F. Garrido 24 de noviembre de 2024
PEGGY SUE SE CASÓ EN BURGOS, CON MOHAMED
Por F. Garrido 22 de noviembre de 2024
EL BANDO DE MURPHY
Por F. Garrido 21 de noviembre de 2024
EUROPA NOSTRA
Por F. Garrido 18 de noviembre de 2024
LA DANA BÍBLICA
Por F. Garrido 16 de noviembre de 2024
COSAS Y PALABRAS
Por Fernando Garrido Raposo 14 de noviembre de 2024
TOLEDO, SAN EUGENIO DIES
Por F. Garrido 12 de noviembre de 2024
ESPAÑA LES HUELE A PUEBLO
Por F. Garrido 10 de noviembre de 2024
EL CIGÜEÑAL LEVANTINO
Por F. Garrido 7 de noviembre de 2024
DONALD FIRST 
Por F. Garrido 4 de noviembre de 2024
PRESIDENTE A LA FUGA
Más entradas
Share by: