Un relato de, Frido Carrasosa
Una familia va de tiendas con dos perrhijos peludos y dos hijos
Un matrimonio atravesado, retorcido y mal avenido con dos hijos y dos perrhijos peludos enormes, penetra en una tienda de ropa de Valencia do Minho bajo la condición masiva de turistas indistintos.
Los niños, hijos, juegan chillando y correteando por la tienda como si les perteneciera. La madre de los perrhijos e hijos, despide cierto aroma a champiñón de intemperie, toca faldas colgadas y finge que les gruñe. El padre es un sujeto hosco y pardo que parece tener la tiña y no haberse lavado desde que cualquier mujeruca lo alumbrara, cuarenta y cinco años atrás, en la trastienda de una carbonería.
Es verano y reina un calor climático de Bruselas democrático. Estamos en el mes del calentamiento globalicida solar.
Los perrhijos, muy buenos y de hocicos guapos, entran en la tienda sin atar y sin que las dependientas objeten nada racional que les distinga del uso racional de los propios cánidos y, estos son besados con lengua, acariciados y chuchi-rascados. Luego se tienden en el suelo de la tienda buscando el frescor y ocupan el poco espacio disponible. Los expositores, cargados de todo tipo de ropa, lo llena todo menos un par de pasillos que más bien parecen sendas en un huerto de berenjenas urbano.
Llevan ya cuarenta y seis minutos allí apostados, viendo y comprando ropa - supone la dueña-, y probándose cosas. Otros clientes van entrando y saliendo de la tienda sin que puedan caminar cómodamente por los estrechos espacios libres. Saltan por encima de los perrhijos, quietos, espatarrados y echados, y sortean a los niños, juguetones pero cansados.
Las dueñas de la tienda no dicen nada. Están atentas a la situación y esperan cobrar algo. Los perrhijos se estiran a placer en el suelo e impiden el paso por uno de los pasillos y la mitad del otro. Una pareja de mujeres decididas y maduras, (casi seguro que enamoradas recientemente), entra en la tienda y una de ellas choca con uno de los perrhijos peludos, que rezonga, y está a punto de perder el equilibrio.
Cuando se recupera exclama: ¡Pero bueno, qué mierda es esta! ¿Esto es una tienda para vender ropa a los perros o a las personas?
El padre y la madre de los perrhijos y de los dos hijos, le ponen expresión hostil y extremadamente progre. Las dependientas y la dueña intercambian miradas de preocupación. Cuando una de las mujeres vuelve a pasar por donde están tendidos los enormes perrhijos peludos, intenta dar un saltito por encima, pero se detiene, piensa que se caerá y en vez de saltar, le da una buena patada en el culo al chucho, que, se queja con un gruñido.
El padre del perrhijo agredido, herido en su cánido honor de padre de familia, se abalanza con los puños cerrados hacia la mujer y la madre del perrhijo grita: ¡Le ha pegado una patada aposta! ¡Lo ha hecho aposta! El padre del perrhijo le pone la mano encima a la mujer, pero su compañera que se encuentra a un costado le suelta una patada desnuda en los huevos al padre de los perrhijos y le agrega una hostia en el centro de la cara al mismo tiempo que le hace caer sobre una de las estanterías de camisas.
La madre de los perrhijos chilla de nuevo: ¡Antonio! ¡que le ha pegado a nuestro ¡“perrhijo”! Los niños y las dependientas contemplan la escena con alarma y asombro. La madre de los perrhijos y la compañera de la clienta se intercambian patadas y manotazos y se estiran de los pelos. Ya están rodilla en tierra enzarzadas cuando en la puerta y ante el escaparate del establecimiento se congrega un destacamento de turistas curiosos y divertidos.
Los perrhijos siguen tumbados rezongando y rascándose el lomo patas arriba. El hombre se levanta y cuando va a agredir a una de las mujeres la otra le proporciona un golpe en la espalda con un expositor de metal bruñido lleno de camisas y vuelve a caer al suelo malherido tirando en su caída de varias perchas y barras de las estanterías llenas de camisetas, vestidos y camisas.
Los perrhijos huelen la ropa en el suelo y retozan y sueltan chorritos de orina canina en ellas. Los hijos ríen las gracias y acarician a sus herma-perrhijos. Las dependientas no saben qué hacer, pero piensan que los perros peludos (perrhijos) les han metido en un buen lío por haberles dejado entrar en la tienda.
(La pareja de mujeres -enamoradas- son funcionarias de ministerio de Igualdad y no quieren marcharse sin denunciar). El padre de los perrhjos es un machista violento sin educación - no hay más que ver el estado en que ha quedado la tienda-, y la madre de los perrhijos y de los hijos, es una machista progre consentida, confundida y mala persona. Los perrhijos, no.
Algunos turistas que observan la escena desde la puerta del establecimiento (todos indistintos), prevén un conflicto peliagudo. ¿Quién ganará la contienda? se preguntan unos a otros.
La guía turista y pastora de rebaños, con un micrófono en la boca y un pequeño paraguas con los colores del orgullo guay, abierto y aplicado a la cabeza, les informa que están en la zona comercial del centro de la ciudad y que en el siglo XVII era comercialmente muy próspera gracias al río Miño, cuyo cauce sigue pasando por ella.