© Fernando Garrido, 6, I, 2022
No sé, quizás esté yo equivocado y fuese el hecho de pronunciar el ordinal femenino, lo que lo puso contento, porque señalaba también el prado mediático en que pasta. O tal vez se quedó corto, porque le faltó decir “albricias, por fin” y aquello de “ha llegado para quedarse”, coletilla idiota que tanto gusta a la clase periodística y tertuliana.
Por mi parte, no voy a descubrir nada nuevo si afirmo que padecemos una manipulación brutal de la información que, cada vez más alejada de la veracidad crítica y científica, entra dentro de la categoría de lo mítico. De ahí que el tipo de discurso –involutivo- que encontramos a diario en la mayor parte de los medios de comunicación, sea del tipo epopéyico.
En Occidente heredamos el pensamiento o tradición mítica de la Grecia antigua. Y fueron ellos mismos, los griegos, quienes primero refutaron su verdad absoluta. El siciliano Evemero de Mesina, en el siglo IV a.C., hizo un hizo un buen intento de ello, sin hacer sangre. Y por cierto, ahora estamos frente a un evemerismo del revés.
En aquel entonces, la epopeya era vehículo para ordenar, comprender, divulgar y trasmitir la cosmovisión antigua, a la que se opondría, siglos después, el discurso y método científico como forma racional de abordar y conocer el Mundo en las sociedades desarrolladas, tal como pareciera ser la nuestra.
Digo “pareciera” porque dando un vistazo al panorama presente, no resulta ser así. Me explicaré de nuevo con un ejemplo. Uno minúsculo, entre un mar de ellos que completan y forman parte de la nueva epopeya.
El caso es que, desde la honestidad propia de un abordaje científico de la cuestión, sabemos -o deberíamos saber- que, en los EEUU esos fenómenos son recurrentes y tienen su explicación en una suma de circunstancias complejas bajo determinadas condiciones atmosféricas, independientes del decreto ley del cambio climático mundial obligatorio, y por supuesto de la intervención humana, que es sólo un granito de arena en un océano.
Pero no. Resulta que el maniquí televisivo nos cuela, a modo de estribillo, una visión y juicio particular del fenómeno. Siendo eso precisamente lo que se quiere destacar del hecho, que en realidad no les importa sino para introducir su moraleja ideológica.
Naturalmente, esos figurines rapsodas, acríticos, amén que amorales, actúan vicariamente al servicio de los intereses de sus respectivas cadenas y éstas a los del Poder, o sea, a los del Gobierno que les inyecta, para que se vayan apañando, varios cientos de millones de euros-año. Es el elevado y coercitivo coste que pagamos para que hagan literatura en lugar de información, insultando de paso al ser humano y la inteligencia de algunos contribuyentes.
Lo cierto es que, aunque el mito es suculento y delicioso en su lectura o estudio, no debemos creer -o permitir que nos hagan creer- que hemos pasado de pantalla; porque la humanidad nunca ha abandonado del todo al mito, ni a su predecesor el pensamiento mágico. Es más, en vista de cómo nos comportamos, estamos en condiciones de asegurar que pervive en nuestra sociedad en mayor medida que el razonamiento ilustrado: lógico, científico y filosófico.
Es sorprendente, sí, pero no menos cierto, porque la evolución/involución humana va siendo un proceso lento donde el sustrato precedente no se borra por completo, sino que resiste formando parte de la cultura, aunque sea en forma de ideas o creencias muertas, o tal vez no tanto. Sobre todo si existe, como es el caso, una decidida voluntad e interés instrumental en resucitar el espíritu del mito. Una voluntad que brota de la necesidad del Poder de ocultar la realidad de las cosas, para actuar licenciosamente en la trastienda, tal como dioses en su olimpo, ventilando sus pulsiones, deseos y corruptelas que, abajo necesariamente, sufren los humanos corrientes en forma de plagas, tormentas, terremotos o volcanes, crisis financieras, energéticas, etcétera.
El problema actual es muy serio, porque también desde la propia ciencia se da pábulo y rienda suelta al mito para explicar a la sociedad los acontecimientos presentes, pasados y futuros.
El asunto es tristemente apasionante y desborda las posibilidades de este artículo, pero sería materia para un ensayo o una tesis doctoral. Lamentablemente, el intrépido que se dedique a ello no tendrá la financiación de una investigación adscrita, por ejemplo, a la mitología de género y que tuviera por título, pongamos por caso, algo así como: “El pirulí y el chupachups, mitos franquistas del hetero-patriarcado”.
La nueva epopeya, como la antigua, gira, con planteamientos maniqueos y fantásticos, en torno a un problema central: una guerra o un periplo en enfrentamiento con un enemigo terrible. En este caso pongamos que ese enemigo, sin ánimo de agotar la nómina, es de manera contingente y estratégica el virus chino, e invariablemente la hueste de fantasmas antisociales llamados negacionistas, fascistas, automovilistas, heterosexuales, carnívoros, españoles… cuyo credo es el capitalismo, el libre mercado, el liberalismo…
Es una lucha que se verifica en un vastísimo espacio global, el Mundo conocido, el planeta Tierra e incluso el Universo. Cuya narrativa se expresa haciendo uso de epítetos y fórmulas recurrentes estereotipadas, como son todas aquellas empleadas a propósito del cambio climático, de la violencia machista, la pandemia…, eso que ahora llamamos mantras y que a menudo hacen su aparición en enumeraciones o catalogos de elementos y actores participantes, cuyo minuto y resultado vienen explicitados periódicamente en los fogones de la estadística sociológica (v.gr., CIS et altr.). Dichos catálogos se nutren de incidencias acumuladas, de partidos y políticos, de pueblos y países, de instituciones y empresas, de variantes víricas y vacunas, de inmigrantes, pateras y oenegés… separando a los malos de los buenos, acompañados de atributos simbólicos. Un simbolismo nutrido con la sacralización o demonización objetual, léxica y conceptual que se materializa en la corrección política, que en el relato epopéyico cobra valores y significados nuevos.
No falta tampoco en la nueva epopeya la invocación a las musas feministas, a vigorosas viragos, a quirúrgicos trans y travestidos, a orgullosas marilocuelas y demás bestiario inspirador de un nuevo espíritu (santo) virtualmente democrático. Digo virtual porque bajo el mito no puede haber democracia sino olímpica tiranía.
Y cómo ya apuntaba antes, la intervención arbitraria de aquellos dioses que juegan su liga en las aturas celestes de un olimpo invisible para los individuos; pero desde el cual se determinan las condiciones necesarias de su buena o mala existencia, a la cual está ligado el héroe mesiánico o semi-dios, que hace su aparición decisiva con grandilocuentes discursos salvíficos, de donde emana la ética oficial o dogma que conduce del Estado Nación hacia el Estado Emoción.
Por ello invito a quien tenga interés o curiosidad, aún a riesgo de ser idiotizados, asistir al evento diario y paradigmático de la nueva epopeya. Sintonicen por favor la cadena de RouRES. Obsérvese que su estadillo o escaleta está perfectamente acomodada a la nueva mitología de la logia olímpica, y todos los resortes engrasados para el tutelaje de conciencias y de la opinión pública. Cada tele-espacio tiene su función doctrinal acomodada al gran relato, a la nueva epopeya. Cada noticia informa, instruye y reeduca en un temario obligado dentro del relato mítico, y cada noticia se presentan en forma de parábola apelando a lo emocional en ruptura con la razón.
Ese culpable seré yo por estas líneas; será el lector por su atención a ella. Al fin y al cabo lo será necesariamente toda la sociedad, desposeída, por el soplo del mito, de la verdad y de la más preciada herramienta humana: el libre pensar y la razón.
Pero ¿Qué es la razón? Y nos contesta burlesco don Miguel de Unamuno, “la razón es sólo aquello en que estamos todos de acuerdo; la verdad es otra cosa; la razón es social, la verdad es individual”. Pues, ¡estamos aviaos!