Puede escuchar este artículo haciendo clic abajo
© Fernando Garrido, 16, III, 2025
Me ha sucedido en varias ocasiones que algún amigo de visita por aquí me ha comentado que ese lugar le recordaba a la romana Piazza Navona. Algo tiene, sí. Un cierto aire en su trazado, aroma y largueza. Pero esta plaza burgalesa que, por itálica simpatía, podríamos llamar “Piazza orto del Re”, no luce el cosmopolitismo ni decoro de aquella otra. Lo primero va de suyo, pues todos los caminos terrícolas conducen a la Ciudad Eterna. Por lo demás, la céntrica y castellana Flora viene sufriendo -in crescendo- en la última década una caótica invasión que ha hecho de ella la nada buena estampa de una plaza tumultuosa e hipertrofiada.
De tal modo que nos recuerda a esos cúmulos de muebles, trastos y tenderetes como el que puede contemplarse en la madrileña plaza de Vara Rey, durante el rastro del domingo o, sin ir tan lejos, en esas naves de centros benéficos (Reto o Remar) que revenden a precio de saldo, todo aquello que vacían gratuitamente de casas desahuciadas.
A tal punto ha llegado el desafuero de Huerta del Rey que su amplio espacio público ha quedado reducido a ser una monografía urbana del ambigú anárquico y discrecional, que pide a gritos una purga y reordenación por parte de quienes tienen la capacidad y competencia. Así lo llevan tiempo denunciando los sufridos vecinos, de cuyas quejas recientemente se ha hecho eco el Diario (10-III-2025).
Lo cierto y canónico es que las plazas, ágoras o foros, desde su creación fueron concebidos como espacios polivalentes, no exclusivos de una actividad, clase, casta o gremio. Y así, si dispusiéramos de una linterna mágica del tiempo, podríamos contemplar alternarse en ellos distintas actividades o eventos culturales, festivos y comerciales. Sin embargo, nuestra Huerta del Rey ha experimentado un inverso proceso restrictivo de secuestro para una única actividad, en tiempos que precisamente se apela más que nunca al sentido de lo común e inclusivo del espacio público.
Para ilustrar este retrógrado fenómeno valga como muestra –aunque hay bastantes más-, la expulsión, impuesta por los secuestradores, que sufrió el mercado y fiesta de las flores. Tradición primaveral que fue concebida con proverbial dedicación a este espacio presidido por el conjunto escultórico de Flora, o Cloris para los griegos, ninfa o deidad a la que atribuyen el ser una reputada meretriz, que gracias a su arte y belleza acumuló una gran fortuna, que después legó al pueblo para que cada año celebrasen unas fiestas en su honor llamadas floralias.
Pero hoy, Flora, se encuentra maltrecha y prácticamente ahogada en su fuente, donde sobrevive amordazada entre barricadas de trastos y sombrillas que la rodean como caníbales alrededor de un gran puchero hirviente.
Si Burgos de veras quiere merecerse la capitalidad cultural europea, debería empezar por restaurar el respeto al carácter y funciones propias de sus espacios significativos, como esta Navona castellana, cuya construcción y concepción a lo largo del tiempo ha cumplido de acuerdo a una racionalización y carácter urbano concreto, donde son impropias las distorsiones, extorsiones y exclusividades.
Nuestra primera constitución (Cádiz, 1812) en su artículo segundo nos dice que “la Nación española es libre e independiente, y no es, ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”.
Creo que esto bien pudiera y debiera ser aplicado de igual modo a nuestras plazas, paseos y espacios públicos.