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© Fernando Garrido, 8, III, 2025
Desde que el actual gobierno declarose instrumentalmente ser el más feminista que vieron los tiempos, la degradación de los feminismos, como todo lo que apadrina el sanchísmo, ha ido adquiriendo cotas de vileza jamás alcanzadas ni imaginadas. Hoy, tal que un día como hoy, hace justo cinco años, cientos de miles de manifestantes fueron arrojadas al contagio cuando el virus chino ya estaba danzando entre nosotros. Muchas lo pagaron muy, muy caro…
Pero callaron y nunca pidieron responsabilidades de aquello, porque ese feminismo que hace prisioneras y no reconoce sus propias víctimas se ha convertido en el movimiento más sumiso, extravagante, feminicida y ginefóbico de cuantos habíamos conocido.
Las abanderadas desquiciadas de la igualdad las invitan a ellas a ser como ellos y viceversa, o a ser ambas cosas a la vez, o a suscribirse en otras inusitadas clasificaciones.
Pues las alianzas del feminismo con el dispar conglomerado elegetebeí ha hecho que la frontera entre ser mujer y cualquier otro ente de ese catálogo no sea ni clara ni declarativamente muy disímil, es decir, que forzada y preferiblemente buscan ser iguales en virtud de una metafísica social que reivindica el disparate volitivo y el victimismo como razón y coartada. Porque la igualdad, su palabra mágica y sagrada, que siendo algo irrealizable cuando se trata de subvertir la naturaleza de las cosas, adquiere en el discurso ultra feminoide la categoría de aberración.
Y así es como se entiende hoy ese feminismo a sí mismo y a la entera humanidad. Pero la naturaleza es tozuda, de ahí que en muchas ocasiones les vuelven como un bumerang las flemas que lanzan a la legislación, la moral, la lengua, las relaciones interpersonales o de pareja, la prole, la división del trabajo, etcétera. Cuestiones todas éstas que permitieron al ser humano salvarse por sí de su primitivo estado, progresando hacia la racionalización y socialización de su ser individual y colectivo.
Un largo proceso civilizatorio que el actual feminismo radical, basado en esa mitología de la igualdad difundida con metodología totalitaria y practicada como lucha frentista, pretende desandar hacia un origen místico donde la hembra se construya como un macho, ocupando el lugar de este para resetear a la especie y redimirla de todo rol heteropatriarcal.
Esa es la esencia y corolario de los discursos feministas que se escuchan a esas fanáticas lideresas adscritas a ministerios, cuya corrupción moral y material es directamente proporcional a su indigencia intelectual. Discursos dogmáticos, perversos e inflacionarios, que han sido asumidos como fundamentos de las políticas de estado.
Cuando hablan de “conquista de derechos”, lo que está detrás no es otra cosa que la justificación del antiguo “derecho de conquista”, en virtud del cual se adquiere la propiedad, el poder o la soberanía sobre los territorios y sus moradores. Pero, sinceramente, el actual feminismo no ha conquistado nada, ya venían conquistadas de casa. No han logrado nada nuevo, salvo abrir una brecha hacia la esclavitud bajo un modelo de mujer desdibujado en el espejo del varón, que por tanto niega la esencial feminidad en su más amplio sentido, despojándola de su ser mujer, madre, compañera e ideal propio de belleza.
Sobre esto último, no resisto la tentación de terminar aquí transcribiendo una magnífica apreciación de Ortega por la que seguramente hoy sería arrojado a la hoguera de las variedades feministas. Él nos dijo que:
“El resultado de la atención constante que la mujer presta a su cuerpo es que éste nos aparece como impregnado, como lleno todo él de alma. En esto se funda la impresión de debilidad que su presencia suscita. Porque, en contraste con la sólida y firme apariencia del cuerpo, el alma es algo trémulo, el alma es algo débil. En fin, la atracción que en el varón produce no es, como siempre nos han dicho los ascetas, ciegos para estos asuntos, suscitada por el cuerpo femenino en cuanto cuerpo, sino que deseamos a la mujer porque el cuerpo de Ella es un alma”.*
*José Ortega y Gasset, El Hombre y la Gente, cap. VI: “Más sobre los otros y yo. Breve excursión hacia ella”, c. 1935.