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© Fernando Garrido, 27, II, 2025
Parece uno de esos principios físicos que aplicado a la economía del despilfarro podría formularse así: la insoportable deuda catalana, como la energía independentista, no desaparece ni se destruye, sólo se transforma en robo, indefensión, desigualdad e impuestos para el resto de los españoles, los presentes y los futuros. Pues cada bebé nace en España con una birretina de deuda milmillonaria que habrá de pagar a lo largo de su vida para que esa Cataluña, que mañana tanto como hoy le despreciará, sea independiente pero dependiente de nuestros cada vez más escasos dineros.
Es otra hipoteca más que SÁNCHEZ ha escriturado universalmente sobre los bienes de todos los españoles para seguir vistiendo el traje alquilado de presidente un día más. Un traje con etiqueta de la firma corrupción, exclusiva y carísima marca que gasta junto a toda su panda.
Uno de tantos argumentos que lanzan los engañabobos sobre este enésimo pago es un pareado disyuntivo, tan idiota como perverso: condonar o condenar, condenar o condonar.
Suena chusco como el chiste de aquel gañán que llega a la capital con la intención de ligar en un prostíbulo, así que antes pasa a una farmacia y haciéndose el fino pide que le despachen un “perversativo”. El farmacéutico, conteniendo la risa, le corrige en plan paternal y le dice – se llama condón. Entonces el gañán responde obediente – perdone usté, me dé un don perversativo.
Aun siendo uno de los peores chistes que puedan escucharse, con don o sin don, condonar la deuda es la causa que perversamente condena a los españoles a ser deudores por siempre, soportando más de lo único que hacemos de manera ineludible a lo largo de la vida, es decir, pagar más, más y mayores impuestos, antes de nacer hasta después de muertos.
Es este en realidad el gran problema que encadena tras de sí a todos los otros. La vivienda, la compra, los salarios, las pensiones, son cuestiones condenadas a perpetuidad en la prisión fiscal en que los socialismos han convertido las naciones donde abrevan, porque las cosas no cuestan lo que en realidad valen, sino tres o cuatro veces más después de pasar por esa hacienda que en los estados tremendamente endeudados (y por tanto corruptos) no es nunca verdad que devuelvan al ciudadano lo que le quitan.
Así la quita o condonación de la deuda a una parte, significa que otra la habrá de asumir y pagar. Es pura física y matemática. Por mucho que chiqui Marichús, la tunanta logopederasta, diga que “ochentitremil millone, nos va a regalá”.