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© Fernando Garrido, 19, II, 2025
El refranero tiene uno que entre tantos nos advierte así: “reunión de pastores, oveja muerta”. O lo que es igual, con alguna de ellas van a guisarse una caldereta. Y es eso mismo que sucede cuando los políticos de nuestra era se juntan en aquello que llaman cumbres, consejos o encuentros. En tal caso no hace falta preguntar quiénes son las ovejas; ya se sabe… El óvido eres tú.
Aunque también se me ocurre una parábola que podría ilustrar bien los entremeses, los cocidos y calderetas de este oneroso presente tributario de un idílico género de rompe y rasga pastoril.
Imagino, por ejemplo, a un pastor majadero que tirara piedras al Sol como un gamberro a una farola. Todo con la intención de hacerlo oscurecer para que nunca más seque las praderas primaverales, ni derrita la nieve invernal; sin embargo, la irresistible fuerza de la gravedad frente a su ridícula potencia hace que las piedras caigan sobre las reses de su rebaño, descalabrándolas. Pero además imaginemos que el Sol, irritado por las ínfulas y estúpida soberbia de aquel pequeño hombre, decidiera someterlo a escarmiento, eclipsándose tras la luna durante una temporadita. El resultado es que los campos a oscuras se llenan de impunidad para lobos, zorras y alimañas devoradoras de reses bobas. A más y más, aquellas infelices que salvan el pescuezo enferman desorientadas en la noche permanente y mueren de frío e inanición porque la hierba sin luz ni se ve ni crece, siendo sus despojos alimento de buitres y demás carroñeros de muladar. Sólo el pastor majadero puede salvarse con el calor y alimento de una hoguera donde va asando todo lo que perece.
Tras jugar al escondite lunar, el Sol, satisfecho de la venganza, sale y vuelve a brillar como de costumbre según su ciclo estelar, pero el mal pastor, que por su gran estulticia ha perdido en el lance todo el rebaño, regresa al pueblo diciendo a quienes le reclaman las cabezas que le habían confiado, que el astro abrasador fue el culpable de la hecatombe.
A los actores de este cuento, póngalos cada cual el nombre que quiera, y sin embargo todo puede ser más real que lo imaginado.
Moraleja… ¡Caray!, son unas cuantas. Pues ahí va una de tantas: no se fíen de aquellos pastores que apuntan al Sol con taponcitos de plástico…