DIARIO DE UN CURA QUE HIZO A TODO
Vivencias, encuentros y crónicas de un Cura del Pueblo de Dios
Francisco Javier Gómez Oña
Grupo Editorial Fonte, Burgos, 2022, 438 pág.
© Fernando Garrido, 22, V, 2022
He conocido a don Javier siendo él ya capellán del recoleto templo de la Divina Pastora en el número diez de la céntrica calle Laín Calvo en Burgos; pared con pared del centenario Café España, encima del cual yo residía.
Aparte de sus obligaciones pastorales y de cuidar de dos acebos maltratados por los vándalos a la puerta de la capilla, don Javier Gómez Oña (1939, Navas de la Bureba) ofrecía cada martes, tras la misa vespertina, unas charlas-conferencia sobre patrimonio diocesano, artístico y monumental, de los pueblos de Burgos. Aquella tarde del mes de febrero tocaba el territorio de Amaya y avisé del evento a mi amigo, el bilbaíno Javier Pedrero, alcalde de Cañizar de Amaya. Ambos acudimos puntuales a la cita.
Casi desde el primer instante de su alocución, supe que estaba ante una persona muy inquieta y fuera del estereotipo de cura que solemos tener.
Andando el tiempo y por eso mismo, hemos hecho cierta amistad siguiendo el hilo de aquello que más nos une: la historia de esta nuestra tierra española y castellana. Reyes, condes, princesas, mozárabes, moros y cristianos, castillos, iglesias y cenobios, campos, villas y ciudades han ido desfilando verbalizados en nuestros ocasionales encuentros en su capilla, o paseando, o tomando algo y echando un cigarrillo por el centro histórico de la Capital.
Ahora que he leído su más reciente libro, puedo decir que no me equivoque en mi inicial y luego posterior sensación, porque a través de esas páginas quedan no sólo confirmadas, sino más que abrumadoramente aumentadas.
Pues son muchas las sorpresas que nos reserva el Pater (tengo por costumbre llamarlo así) en esta obra donde despliega un nutrido e interesante caudal de vivencias personales a lo largo de sesenta años en ejercicio del sacerdocio indiscriminado.
Un “cura del pueblo”, sí efectivamente, pero además un cura alcalde, cicerone, diplomático, maestro, restaurador, albañil, aparejador, periodista, divulgador, motorista, músico…
No sigo; porque probablemente no quedaría espacio para añadir más… Y debo decir que este su diario o novela de la realidad de “a diario” de un pastor rural, es decididamente a la vez un relato con valor antropológico de, como el mismo escribe, “unos tiempos pasados, que muchas veces no sabemos valorar justamente; y sin embargo, son el testimonio más fehaciente de esa realidad extraordinaria de una época que ha pasado y no volverá”. Esta es desde luego la sensación que nos embarga a lo largo de buena parte de sus crónicas.
La prosa ágil, sencilla y directa del autor, sin peroratas ni monsergas, tienen la virtud atrapar de inmediato al lector, máxime a quienes conocen de antemano al narrador.
Los capítulos breves, seriados cronológicamente junto a su encabezamiento noticioso de tipo analístico, nos llevan a introducirnos con avidez y sin reparo en cada relato que queda a su vez, casi siempre enriquecido con un flash back –permítanme el anglicismo cinematográfico- que remite a notas íntimas del hombre que fue y reflexionó en y sobre cada momento de intensa actividad pastoral, cultural y administrativa.
Los pueblos de Sedano donde ejerció mozuelo recién ordenado (Moradillo y Mozuelos de Sedano, Quinanoloma), después en Briviesca y más tarde la villa de Covarrubias, son los escenarios -sobre todo este último- de sus cerca de cuatrocientas “crónicas de un pueblo”.
La gente común y un amplio rosario de personalidades son el material humano de su memoria.
Nobleza, alto y bajo clero, políticos, diplomáticos, científicos, literatos, artistas, vecinos y la juventud, a quienes acompañó de una forma u otra, son parte de otros tantos saraos, enredos, anécdotas cotidianas u ocasiones solemnes que amenizan e ilustran cada rincón de su obra con la palabra y con un álbum fotográfico no menos interesante.
De este último no deja de sorprenderme, por poner sólo un ejemplo, la foto del Pater junto a la reina Sofía (1979) en la que él tiene un parecido extraordinario con Felipe González (Dios lo perdone).
La objetividad y el lirismo se entremezclan, sin fundirse, en una urdimbre narrativa memorística compacta y amena.
No faltan tampoco otros materiales incrustados de distinta índole y procedencia, siguiendo en cierto modo la escuela cervantesca. Y, para quien lo quiera ver, presenciará la construcción biográfica de crecimiento y evolución humana de un cura; desde el Pater yeyé en los sesenta, post vaticanista II montado en Vespa, al que es hoy, ya jubilado pero que, gozando de muy buena salud, sigue haciendo a todo y de ello nos habla en primera persona.
Asistimos a similar proceso de transformación en la sociedad, al tiempo que encarnado en la Colegiata de Covarrubias, que es sin duda la Rachela de sus amores y foco de atracción para tantos feligreses y visitantes. De los más significados nos dará cuenta puntual, y también en un anexo al final encontraremos la transcripción completa del libro de firmas ilustres donde, sin embargo, se cuela alguna que debería ser eliminada de tal honor y categoría (aprovecho sugerir a quien corresponda). Me refiero a las del cleptómano matrimonio Puyol, jefes de un clan delincuencial cuya firma mancha e hiere gravemente al noble, castellano y abacial pergamino de celulosa.
En fin, que puedo decir más sino felicitar, y agradecer al Pater está crónica autobiográfica que a muchos podrá servir como documento histórico, o tal vez como bazar de curiosidades, o quizás como ejemplo de una vida intensa en lo material y espiritual, haciendo a ambas cosas, es decir “a Dios rogando y con el mazo dando”.
No quisiera dejar de advertir al lector que, llegado un determinado momento, ¡sorpresa!, abrirá una página donde le está reservado un regalo tangible e inesperado con efectivo valor monetario… ¡Este cura es así de salao!