Puede escuchar este artículo haciendo clic abajo
© Fernando Garrido, 6, IV, 2025
Últimamente a muchos nos disgustaba no encontrarlo allí, en el que fuese su lugar, tras esa barra donde servía los vermuts que quizás apreciábamos más por él, que por lo que en justicia, cualidad y calidad aquella casa merecía. Pero las querencias son tozudas. Y no sólo se cumplen por cabal definición e idiomático respeto, sino más bien por amistosa devoción, hasta que el destino da un puntapié al statu quo que desbarata lo que un día se antojaba eterno.
Así fue. Jorge trabajaba en ese local desde su mismísima apertura. Diez años nada menos. Y ya nos lo iba advirtiendo que necesitaba un cambio de aires. Aquello no pintaba bien, el ambiente estaba enrarecido y los himnos sonaban a cajas destempladas. Cuánta razón había. Cuánta ingratitud, antipatía y posturera mediocridad. Allá queden ellos con sus lodos y que el futuro se lo demande.
Porque para nosotros, sus amigos, los de Jorge, no hay retrato más importante que el que hemos pintado y colgado en la memoria de tantos gratos momentos, de tertulias y confidencias, de trabar y trovar amistades. Lo que allí infausto queda adherido a las paredes sólo son manetos fantasmas donde anidan ácaros y arañas.
Son estas las verdades del barquero con las que nuestra alegría se mudó a un arroyo claró y fuente más serená…, porque a Jorge podemos felizmente visitarlo hoy en su nueva casa de la calle Santa Clara, que es casi la nuestra, en esa otra orilla donde al pasar nos declara el buen barquero que las niñas bonitas no pagan dinero. Y como así lo dice la canción, ni somos bonitas ni queremos serlo, aunque, caray, que contentos nos pone verlo de nuevo y como siempre, tras la barra, repartiendo de ese buen decir y hacer que lo distingue allá donde las copas siempre nos suenan a campanas de festivo.
EL BARQUERO es su reciente creación. Una tabernita acogedora, sin pretensiones superfluas, de ambiente castizo y familiar, de rondas generosas con sabrosos vinagrillos y pinchos que con verosímil encanto prepara Elvira, siempre tan amable, y que embarcada junto a Jorge en este batel pasó de simple grumete de fogón a comodora en cambusa de mejor navío.
E la nave va, desafiando sátiras fellinianas.
Y como no podía ser de otro modo, la singladura de EL BARQUERO marcha a todo remo desde diciembre del pasado año cuando, por cierto, un servidor tuvo la dicha y honor de ser el primero en subir y botar con vidrio templado, color cereza de ribera, esa recoleta barca construida con tablas de maderas y nobles sentimientos, donde no cabe duda de que propios y ajenos se sentirán muy bienvenidos con empatía y sincera amistad. A buen seguro que EL BARQUERO será, porque ya lo va siendo, un referente para torear vermuts y navegar otros caldos en Burgos con la mejor atención y agradable compañía.
Háblanos del mar marinero, háblanos tú, barquero…
EL BARQUERO, está en la céntrica y popular calle de Santa Clara número 23, en Burgos. Abre de lunes a sábados de 12 a 16 y de 19 a 23. Se descansa los martes, y domingos tarde.