© Fernando Garrido, 10, VI, 2022
Nuevamente el Corpus como de costumbre empezó con el pregón en el Teatro de Rojas, este año a cargo del socialista A. Felpeto. Pregón que ha resultado ser un lamentable y pesadísimo prolegómeno.
El acto estuvo precedido de la entrega de los premios Tarasca de manos de su Mismísima mismidad, junto a un personaje de cera, pero incombustible presidente de la Junta Pro Corpus. En fin, el habeas corpus de las vanidades del provincianismo endogámico de autobombo y autocomplaciente habitual, con la presencia perfumada de representantes institucionales, la clá y el baberío de costumbre. Nada nuevo bajo el trampantojo de la pictórica cubierta del “teatro toledano”.
Lo del pregonero fue sin duda lo peor. No se entiende cómo un sujeto que ha tenido responsabilidades de gobierno y gestión en el ámbito de la cultura puede presentarse así, mal leyendo un discurso imporocedente, del cual sería un piropo el decir que resultó ser eficaz para aburrir a las ovejas. Y no cabe duda que allí había muchas; porque nadie decía ni “mu”.
El pregón consistió en un plomizo repaso felpetocéntrico y autobiográfico, que nos atizó comenzando desde la madre que lo paría en Lugo, para seguir contando su infancia y juventud vividas en su Galicia natal; todo él ñoño y moñas.
En medio de la travesía, un señor al piano y el nieto del pregonero al clarinete hacían sonar piezas clásicas, de cuña y coña sin ton ni son.
Cuando el relato biográfico por fin llego al desfase toledano, ya los bostezos eran difíciles de disimular, aunque el auditorio hacía torpemente como que estaba encantado con el plomazo. El público de estos eventos es así de sufrido, masoquista y pastelero. Hipocresía protocolaria obliga.
Me cuentan que la cosa acabó patrióticamente con el himno a Toledo; pero debo confesar que no puedo referir la crónica de la parte final del pregón ni del acto. Mis compañeros y yo, haciendo cabal ejercicio de amor propio y estima a nuestro reloj, decidimos salir del palco dirección de salida antes de empezar a roncar. Creo que fuimos allí los únicos dignos representantes y voz de la cofradía de “el rey está desnudo”, en este caso arropado por un indisimulado abuelo cebolleta que, según el dicho, “pregonado batallitas, a su familia tiene frita”.
Sí la ciudad de Toledo con la Tarasca campanuda desdoblada en Bolena, gigantones y gigantillas de “progreso”, no tienen otra cosa que ofrecer como pregón de su Fiesta Grande, esto no comienza bien y está aún peor de lo que pensaba.