© Fernando Garrido, 5, VI, 2022
Al parecer, por fin Toledo tiene un POM; siglas que así pronunciadas ya de por sí suenan a guarrada. Pero me temo que no menos escatológico es su contenido, si quien petardeando viene gobernando la ciudad, se ha quedado tan a gusto y se vana-gloria con su POM (plan de ordenamiento municipal).
Y no podemos menos que temernos que traerá el plus ultra de lo malo y lo peor. Disfrutemos pues del espectáculo con una sonrisa; porque sinceramente, da igual lo que se diga. Todo aquí es la troya que conduce al desastre y al disparate. Hacer un POM a fin cambiar alguna cosa para que todo siga igual de mal.
Así que, del estruendo informativo mediático del POM, lo único que he retenido, porque no existe el día que no se escuche mil veces, son las palabras mágicas: sostenibilidad, conectividad, inclusividad, y todo eso… Lo demás, créanlo o no, es accesorio y superfluo.
Pero una vez santificado el POM bajo las fórmulas talismán y fetiche que todo lo hacen bueno y justifican, me ha parecido escuchar de lejos que lo de Vega Baja se soluciona ahora de un plumazo; o sea, que se les fueron las plumas con el esfuerzo.
Ya era hora, aunque mala, porque Vega Baja es uno de esos temas polémicos que, extendidos en el tiempo, resultan ciertamente tediosos. Una controversia que se ha dado al margen del interés de la opinión pública por mucho que se pretenda otra cosa. Es más, la mayoría de ciudadanos se preguntan qué diablos pueda haber allí, en ese inmenso barbecho vallado y abandonado junto a la popular “Ruta del Colesterol”, y que da asco verlo.
Digamos que existen allí restos de lo que parece ser el antiguo complejo palatino del poder político y religioso visigodo. Pero no vayan a creer, no vayan a hacer fotos; lo que hay son cuatro piedras de cimientos bajo los matorrales, y basuras, y pintadas, y roedores, y poco más.
Como es habitual la pesada controversia de Vega Baja ha estado restringida a los nublaos de costumbre; cada cual defendiendo su caelus ideológico, político, profesional y dietético.
Todos los espectros castizos del toledoplanismo han andado picoteando en los rastrojos del secarral de Vega Baja a ver que sacan para su provecho, hasta que han dado el trun del POM para decir que lo convertirán en parque arqueológico.
O sea, que serán varios millones de euros a nuestra cuenta para llenar el comedero “vegano” de esa élite de medio pelo sabelotodo.
¿Se trata tal vez de otro éxito escénico estelar, tipo “Quixote Crea”?
No lo dudemos. Ya en su día estaba el proyecto en la mesa y los interesados peleándose para ponerse los primeros en lo que sería un gran centro de interpretación e investigación del Toledo visigodo. La crisis financiera de 2010 dejó la cosa en suspenso.
Se anuncia ahora pues, con un POM, que se nos viene encima un parque arqueológico que, como es natural, hará las delicias del toledano que no cabe en sí de gozo en una ciudad tan necesitada de atractivos históricos visitables. Y sobre todo traerá contento a la basca de activistas cani-pifanos y turistofóbicos que llevan la estampita de santa Ada Colau en la talega. También lo celebran las asociaciones de culturetas para la demagogia, las de facinerosos onerosos y, cómo no, los comandos de aplaudidores adictos, “in vino hispaniae mendacium”, a la croqueta, el pinchito de tortilla y canapé.
A todos ellos siento decir que, la realidad actual de los parques arqueológicos es que suponen un elevadísimo coste en comparación con otros espacios musealizados, a lo que se suma su escaso atractivo popular y pobres resultados en cuanto a disfrute se refiere para la sociedad; porque el común tiene dificultades en entender, aun con mediación, restos que sin embargo un arqueólogo interpreta como un ciego el braille, porque es lo suyo. El problema es que, al margen de eso y en general, paradójicamente el arqueólogo está ciego y no ve ni quiere darse cuenta de que fuera de la arqueología hay vida. Mejor dicho, por encima de los restos arqueológicos está la vida; la de verdad, la auténtica, la del día a día, como la que tuvieron en el pasado los hombres que crearon y se sirvieron de los restos que ahora vienen a condicionar nuestro presente y futuro.
Una pregunta quizás insolente ¿De verdad se justifica la creación de un parque arqueológico a cuenta de unas precarias estructuras de cimentación que poco o nada dicen, salvo a los especialistas?
El estudio de la alta Edad Media es fascinante, no cabe duda, se lo dice uno que a veces está en ello. Su investigación debe avanzar; en Toledo especialmente los siglos visigóticos de los que tanto desconocemos. Los yacimientos de ese periodo convenientemente estudiados van aportando valiosa información. Rotundamente SÍ; pero para eso no es necesario montar un expolio urbano. Porque queriendo, el procedimiento está perfectamente establecido: se escava, se recogen y catalogan restos, se toman datos y medidas de todo, se hacen planos, se protegen los restos de elementos fijos y luego se tapan para que la ciudad pueda seguir su proyección del presente hacia el futuro.
Así debería ser.
Frente a la voz bolivariana del “exprópiese”, ha de oponerse la voz racional y democrática: ¡excávese, investíguese, documéntese, cúbrase! y luego, discurra normalmente la vida en libertad.
Si algunos arqueólogos, historiadores, arquitectos, profesorandos y especulandos multi-disfunción, y otros agentes falsificadores de realidades, acompañados por la Madonna chachi del Cencerro y el Vizconde beodo de Fuensalida, con sus respectivos mariachis, necesitan calmar su ansiedad y mojar su hogaza en el puchero de euro-carcamusas, ahí tienen esperándoles el Circo Romano; restos, estos sí, con una entidad suficiente para ser comprendidos sin demasiado esfuerzo; pero que llevan un siglo ocultos, maltratados y ahogados en medio de un Parque Escolar viejo, lóbrego y mal encarado que pide a gritos desde hace décadas un replanteamiento.
No lo esperemos. En Toledo la ola vegana ha estallado para cebarse a cuenta de cadaveres visigodos. Que la tierra nos sea leve...