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© Fernando Garrido, 2, II, 2025
Ayer amanecía febrero regalándonos una soleadísima tarde en el escueto paseo del Tránsito, frente a la sinagoga que le da nombre desde que después de aquello pasara a ser iglesia y luego, haciendo leales y toponímicos honores, transitó mutando a museo. Lugar en cambio para el culto a las musas sefardíes, hoy titulares residentes en este su templo de arquitectura mudéjar, ladrillo tosco y piedra que llaman oportuna e hidalgamente “aparejo toledano”, adornándose, allá en lo alto, con una galería de vanos estrechos fabricados con arquillos de ojivales herraduras, junto a la doble espadaña de cristianos tañires y, bajo ella, la puerta adintelada por donde los visitantes acceden al interior de una insólita nave palaciega techada con un extraordinario par y nudillo.
Aljamiado templo fundado por el judío Samuel, secretario y por tanto fiel custodio de los secretos de estado y dineros del rey don Pedro, el único de su nombre, que siendo monarca hispano también lo era de Sefarad, obligado a ser dueño y protector de sus judíos. Ellos, en compensación, agradaban así fuese a Yahvé como a su castellano rey, entre tanto se retrasaba aquel otro enviado divino, destinado a ponerse al frente de las tribus israelitas y su reino sin fin.
Una maravillosa tarde soleada apenas iniciado el mes de febrero, del que dicen que a veces es loco, quizás incluso erasmista; será un bulo esférico o cuadrilátero como este mínimo y entrañable kiosco del Tránsito, que a esta hora (serán las cuatro tras el meridiano) se muestra bien concurrido. Forasteros mayormente, o únicamente, porque me temo, sospecho y afirmo que nadie es de por aquí; salvo la íntima primera persona del singular que ahora se solaza divagando en esta mesita con la mirada cara al Sol, frente a la verdosa colina, Tajo mediante, salpicada con deliciosos cigarrales.
Casi mejor así, sin paisanos cuyo saludo pueda turbar este transitar entre la lectura y la escritura que nos ocupa, pues como advertía mi tocayo, Fernando Sánchez Dragó -inhóspito y posturero él-, en un azulejo a la puerta de su casa soriana decía: “visita no acordada, visita no deseada”.
¡Cave draconem!, que dirían los romanos.
Nada que ver esa aspereza con Tere, que así se llama la responsable de las mesas entorno a su kiosco, que lleva aquí toda la vida ofreciendo asiento y refrigerios en esta formidable sala al aire libre por la que ya han pasado generaciones desde más de medio siglo, porque aquí siempre hubo alguna Teresa. La actual es la tercera de una ilustre saga de enérgicas kiosqueras, precedida por otras Teres, su madre y su abuela, también Teresa, una y trina. Mujeres poderosas, teresianas, así de nacimiento, con su gran moño, sin que nadie las viniera a contar ridículos empoderamientos para birlarles su femenina, castiza y natural fortaleza matriarcal.
Así, esta Tere actual probablemente no será la última que se afane en atender a la variopinta concurrencia turística, ella amable y esforzada siempre, con la ilusión de que tal vez un día volverán a visitarla en busca de la Casa del Greco, de esta o la otra sinagoga de al lado, de San Juan de los Reyes o del puente de San Martín. Un quinteto monumental de éxito asegurado desde que la industria turística hiciera su aparición in crescendo desde aquel Gran Tour, ilustrado y neoclasicista, que precisamente no solía tener a Toledo como escala y sitio donde desempacar baúles aquellas jóvenes y distinguidas embajadas culturales, pululando durante meses o años de aquí para allá. Tal que así se practicaba entonces el turismo, exclusivo de las élites que, ahora degeneradas en extractivas castas políticas dirigentes, casi ágrafas e incultas, involucionando muy democráticamente nos lo quieren hacer ver y nos cuentan que el turismo es una odiosa plaga que nos invade, a fin de disuadir al ciudadano para que se quede en casa donde ser sableado más cómodamente.
Esto es lo que hay, pues hace no más de un año Tere nos vendía un café a euro, en primavera se vio obligada a subirlo treinta céntimos y ahora acabo de pagarlo a uno con cincuenta. En verdad que el estado inflacionario de bienestar nunca podría haber sido imaginado tan salvaje ni progresistamente expoliador. Será que el café viene de Rusia o Ucrania o palestinando de Israel, o si no que Trump ya venía imponiendo retroactivamente aranceles en los lejanos cafetales, desde donde nos llegan las subidas en patera como chinescos piojos norteamericanos.
Nunca el mundo se dejó tanto de ser tragado por rufianescos leviatanes inventivos como el mismo infierno mítico del buen marxista, achicharrando a la sociedad que se deja okupar de ellos. Son nuestros tiempos de derrota y resistencia liberal, de desamparo y traición. He ahí que significa tanto tan corta soleada tarde de un primero de febrero en el toledano Tránsito, evocador de otros mayos cantados aquí del mismo acomodo que en la cordobesa Corredera, esa gran corrala castellana a orillas del Guadalquivir, o en las Riviereñas terrazas del Espolón burgalés que nos aguardan, a no tardar, para el tránsito de termómetro hacia horizontes más primaverales.
¡Cave canem! ¡Sic Transit gloria mundi!