COSAS Y PALABRAS
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© Fernando Garrido, 16, XI, 2024
Siempre es humano y necesario hacerlo: pensar, reflexionar, hablarse a sí mismo para contemporáneamente, o después, expresarlo con palabras o también escribirlo. En ese ejercicio íntimo no es difícil descubrir que aquello que se habla se dice peor que cuando se escribe, y que lo escrito se expresa con rango de inferioridad a cómo se piensa.
Esto nos muestra que el pensamiento encuentra límites en el lenguaje para su expresión plena, porque funcionalmente somos pésimos intérpretes cuando lo traducimos al verbo.
Hay en esto, como poco, una serie de procesos sentimentales, cognitivos y psicológicos contaminantes, tóxicos e insuperables que es preciso admitir para no engañarse.
Sin embargo, si la escritura suele superar a lo hablado, al menos eso nos consuela de una derrota total y la consiguiente melancolía ante la mediocridad e incompetencia del ser.
Uno escribe no porque lo sepa todo. No, ni mucho menos, ni aun una ínfima parte. Se escribe precisamente porque en la palabra escrita existe un mejor acomodo y espacio para la reflexión, pues la escritura es arquitectura y reconstrucción de ese pensamiento que demanda una proyección más pausada e íntimamente comunicada, superior a la voz en la cadena del habla.
¡Qué verdad encierra esta última expresión! Una cadena y condena en que quedan prisioneras las palabras como las moscas embelesadas entre el zumbido de un panal de rica miel. Y, aunque a algunas se las lleven los vientos de la memoria ajena, uno es esclavo de lo que dice y amo de lo que calla.
Recuerdo aquellos renglones iniciales de Unamuno, en su novelita San Manuel Bueno, mártir, en que escribe:
“¡Qué cosas nos decía! [don Manuel] Eran cosas, no palabras”.
Y más adelante, casi al final:
“Mira, Ángela, una de las veces en que al decirme don Manuel que hay cosas que aunque se las diga uno a sí mismo debe callárselas a los demás, le repliqué que me decía eso por decírselas a él, esas mismas, a sí mismo, acabó confesándome que creía que más que uno de los grandes santos, acaso el mayor, había muerto sin creer en la otra vida”.
Pensar solo es callar en libertad. Y si hablar es prisión verbal, el escribir sólo será una especie de libertad condicionada y provisional, por cuanto el ser parlante que escribe frena su voz para apenas decidir con qué hierros y eslabones construye la jaula a sus pensamientos.
De ahí que sea bueno iluminar esa celda y ordenar todo cuanto en ella se halle para explicárselo a uno mismo, a fin de no caer en las trampas que nos plantean el caos, la velocidad y confusión con que frecuentemente nos proyectan y aparecen en el teatro de nuestra mente las ideas sobre los hechos, fenómenos y acontecimientos encadenados a la palabra.
Palabras, palabras, parole, parole, parole, que son, cómo no, las de aquella maravillosa canción ligera italiana de Gianni Ferrio, Leo Chiosso y Giancarlo del Re: caramele, non ne voglio più, che cosa sei, che cosa sei, che cosa sei…
Inolvidables palabras interpretadas por Mina y Alberto Lupo, en un diálogo entre amantes que en realidad parodia la disonancia entre lo que hay, se piensa, se dice y a veces se escribe en una melodiosa canción.