DONALD FIRST
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© Fernando Garrido, 7, XI, 2024
No es un pato simpático, tampoco una multinacional de comida rápida, es el superpresidente número 47 de los Estados Unidos de América.
Su victoria ha sido proverbial. La precede su nombre, Donald, antropónimo de origen gaélico escocés que significa “el hombre que gobierna el mundo”. Más aún, su preclaro apellido, Trump, anuncia literalmente “el triunfo”. Y que Dios lo bendiga, porque ya lo salvó de dos intentos de liquidarlo de verdad y no con un santo palo…
A Trump se le ama o se le odia, en esto no parece haber mucho término medio. Será su carácter, su temperamento, su osadía. Sí, Donald es histriónico y agresivo en sus formas, tanto que se presta fácilmente a lo caricaturesco. Quizás sea eso lo mejor que sus adversarios, o más bien enemigos, usan en vano para destruirlo.
Pero a pesar, Trump, hoy lidera en las Américas, junto a Milei, la motosierra contra la dictadura de lo correctamente político. El movimiento ideológico memo, pijo y radical, engendrado precisamente en las universidades de EE.UU., dirigido contra los valores tradicionales de la civilización occidental hacia el disparate y su ruina ética, estética y económica.
Donald representa al capital y el liberalismo, un binomio que ha proporcionado, allá donde impera, las más altas cotas de bienestar y libertad, generando una prodigiosa gran clase media que ahora se ve amenazada, herida e infectada por ese wokismo neomarxista y totalitario, que quiere al hombre esclavo a latigazos de un progreso del revés, que comienza imponiendo su lenguaje y no acaba hasta meterse como un centinela moral en la cama y los recovecos de la vida pública o privada de cada individuo.
He ahí Trump, que aplica la máxima de que para combatir a la internacional agendista implicada en la demolición, primero es necesario enfrentarse a lo que tiene en casa, “América first”, “America great again”. Usando, si es preciso y sin complejos, de los mismos instrumentos de destrucción social e individual que emplean aquellos censores enemigos de la libertad, para así administrarles su misma droga como antídoto, es decir, la mentira como arma política contraofensiva.
Por eso resulta enternecedor ver como ahora en España las cadenas –perdónese la redundancia- del régimen, se rasgan las casposas pashminas palestinas, ante las mendacidades y bravuconadas de Donald Trump, vencedor indiscutible del voto electoral y popular, con el que ha obtenido la mayoría no sólo del Congreso, sino además en la Cámara de Representantes y el Senado americanos.
Le critican por embustero y sus ramalazos de autócrata aquellos políticos de la hipocresía y sus periodistas o tertulianos falderos que cantan sin embargo alabanzas a Begóñez, su amo de infausto nombre y solemne perdedor de elecciones, que chulescamente defeca cada día sobre la verdad e instituciones democráticas desde que el diablo lo expulsó a la política.
Pero también se hacen trizas sus americanas de marca buena parte de los representantes de las happycracias wuokes de la bostezante Europa unionista, edificada sobre el capital y bajo la protección yanqui, que ahora temen perder, lo que les obligará a salir de la adolescencia decadente y la cómoda dependencia yonqui en el inmenso vacío existencial que, por la pereza moral de sus líderes, sufre el viejo continente y, por ende, el ciudadano europeo.
Donald Trump, que en realidad no es un patoso Ronald McDonald, ha conseguido poner a los americanos ante ese espejo pulido con una inteligente y sencilla pregunta: ¿vives ahora mejor que hace cuatro años? La negación general le ha servido para obtener una gran victoria.