TOLEDO, SER O NO SER
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© Fernando Garrido, 2, XI, 2024
Toledo no sabe qué quiere ser. Sólo sabe a duras penas una parte de aquello que fue. Pero de eso hace tanto tiempo que nadie lo reconoce.
Hace ahora cuarenta años, en 1983, desde el ámbito universitario se lanzaba una invitación para reflexionar sobre un fenómeno que ya se mostraba evidente. A ese debate, organizado en forma de simposio bajo el título “Toledo, ciudad viva, ciudad muerta”, acudieron agentes de los distintos ámbitos de estudio e instituciones implicadas.
Eso sucedía apenas una década después de que se empezara a sentir cómo la vieja ciudad, su Centro histórico, se despoblaba. Desde entonces el vaciamiento ha seguido su curso sin solución de continuidad (aunque exista una estadística cosmética que multiplica por dos los cinco mil habitantes reales, a costa de aceptar como buena cierta picaresca o engaño, a la vez que una comprobación laxa y deficiente del padrón municipal).
Hoy, sin embargo, la entelequia de su repoblación aún está sobre la mesa de quienes no han sabido entender el éxodo, ni dar respuesta ni remedios adecuados al vaciamiento poblacional y consiguiente deterioro material de las cien hectáreas del núcleo histórico.
Pero si se me permite diré que ese vano anhelo, que ya lo era al final de la pasada centuria, lo es más aún en el presente. Pues la realidad, tanto entonces como ahora, es que el Centro histórico por sus singularidades no podía cumplir con las necesidades que el avance de los tiempos señalaba para satisfacer lo que se ha dado en llamar “calidad de vida”.
Por eso digo y afirmo que cualquier esfuerzo –inexistente por cierto en términos prácticos, sino más bien lo contrario- fue y será estéril, al tiempo que una aparatosa y trascendental equivocación que compromete el futuro de una maravillosa ciudad que sin embargo aún no sabe qué es, qué quiere, qué puede y debe de ser.
Por eso, la cuestión del ser o no ser de la antigua Ciudad ha de ser justamente planteado en otros términos, fuera de la quimérica e imposible repoblación, es decir, debiera de ser propuesto, por ejemplo, bajo esta fórmula: Toledo una ciudad viva, turística y cultural o Toledo despoblada, muerta y nada.
Pues si la ciudad fue paulatinamente abandonada de su población autóctona por motivos obvios y razonables, no así el visitante que la viene considerando y eligiendo cada vez más como destino turístico, atendiendo también a una mayor calidad de vida que sitúa el viajar como una de las experiencias preferentes para el ocio y la cultura.
Y puesto que esa es la realidad, Toledo no debiera sustraerse a ella, habría de ser plenamente consciente de ese atractivo, fortaleza y potencial, sin mitos, remilgos ni complejos, para convertirse en la gran ciudad turística que por derecho propio puede ser, tal que -permítase la comparación- una Venecia española en la vanguardia de la atracción del turismo mundial.
Es cierto y no se nos despista que existe un rechazo y oposición actual contra el turismo, inducido y alentado desde determinadas ideologías con afán de plantear desde su conveniencia existencial luchas de diversas clases, entre las que recientemente han incluido al turismo como una de ellas en contradicción con sus propios discursos de progreso e igualdad social.
Son la continuidad y sucesores de aquellos que hace no tanto decían que Toledo era ciudad estrecha, rancia, caduca, mística, cuartelaria y beata. Que en ella abundaban curas, curatos, trotaconventos, monjas y soldadesca.
Quienes sabemos de aquellos tiempos, bien conocemos que era ese un manido y malicioso sambenito porque, aparte clérigos y mílites, en la ciudad moraba y desarrollaba su actividad una variadísima población como la de cualquier otra capital de provincia mediana, a lo que se añadía, por supuesto, ese turismo que nunca ha faltado por pintoresco mérito de la vieja Ciudad, de su arte e historia.
En aquel entonces se cursaban quejas acerca de que los visitantes venían de día y luego marchaban a Madrid de noche, por lo que la ciudad no sacaba partido al turismo como debiera, máxime cuando Toledo, para conocerlo, siquiera al bies, se requieren al menos un par de jornadas, quizás tres.
Se intentaron medidas cuestionables que nunca resultaron, pues, entre otras razones, el turismo dependía sobre todo de agencias y tour operadores que adaptaban la oferta a intereses propios y dispares, pero también a que Toledo no acometió nunca un programa de infraestructuras turísticas adecuado. Se fio todo a su natural atractivo, considerado como algo suficiente.
Hoy, sin embargo, felizmente el turismo ha cambiado de orientación y expectativas. Es un visitante más numeroso, libre e independiente.
Pero la costumbre de la queja al parecer nunca cesa. Ahora que la ciudad experimenta un gran incremento de visitantes, al socaire de la corriente general a la vez que estimulada con atractivas propuestas desde el sector privado, como pueda ser el magnífico parque-espectáculo Puy du Fou, se ha pasado de reclamar más turismo y más pernoctaciones a pretender lo contrario, a cerrar las puertas de la ciudad vaciada, señalando al turismo como algo indeseable, molesto y culpable de cada mal.
Uno de los argumentos falaces e injustificados apunta a ser el motivo de que el toledano no pueda residir en la Almendra histórica. Fenómeno que precisamente, como ya se ha dicho, viene sucediendo desde hace cincuenta años, a consecuencia de una mayor y mejor oferta de calidad residencial en la periferia, que se corresponde con las expectativas de una sociedad que aspira a un modo de vida más cómodo y acorde con los tiempos actuales.
No así sucede respecto a las necesidades de un visitante, cuya estancia no requiere de los servicios que día a día precisa un residente habitual; estamos hablando de una oferta comercial moderna, variada y cercana, servicios de salud o asistenciales, dotaciones deportivas, lugares de esparcimiento infantil, colegios, estacionamiento para vehículos, calles y espacios adaptados a la movilidad personal o rodada, entre otros más.
Por esa razón somos cada vez menos los residentes en el Centro histórico, esto quedó reflejado en una crónica sobre la problemática, titulada “Los Últimos del Casco”, que publiqué en este foro. Una realidad irreversible, porque la antigua Ciudad no puede ofrecer aquello, ni vuelta del revés.
Se está perdiendo mucho tiempo a costa de no querer ver la realidad de un Toledo siglo XXI, que podría situarse a nivel planetario a la cabeza de esa creciente industria turística y porque, además, Toledo no tiene otra.
La oportunidad está ahí. Ahora depende de que quienes están al frente de las administraciones e instituciones locales y regionales sean conscientes y den el paso definitivo hacia adelante con inteligencia y valentía, dejando a un lado las voces melancólicas del retrogreso, y emprender, fomentar y no estorbar ese gran proyecto necesario para que Toledo finalmente vuelva a ser y lo sea de veras.