TOLEDO, SAN EUGENIO DIES
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© Fernando Garrido, 14, XI, 2024
Hoy 14 de noviembre, el santoral tiene reservada su casilla al arzobispo san Eugenio de Toledo. Pero bajo ese mismo nombre encontraremos a dos santos y obispos toledanos, lo cual no deja de crear cierta confusión a la hora de conocer realmente a quién se conmemora.
Un disloque inherente a la luenga y gruesa historia de la civitas toledana, tan cuajada de cuitas espirituales y temporales, de falsos cronicones, tradiciones y otras leyendas que se funden y confunden con la realidad histórica, involucrada en este caso con la hagiografía franca que conecta a ambos Eugenios para fundirse en uno solo.
Así pues, a san Eugenio, el auténtico e hispano-visigodo, que vivió en el siglo VII y murió muy probablemente en Toledo tal que una fecha como hoy, se le ha atribuido ser también el primer obispo diocesano de la ciudad, allá en el siglo primero de nuestra era, cuando apenas
Toletum ibi parva urbs erat, sed loco munita: era población pequeña, aunque bien defendida, según anotaba Tito Livio (59 a.C.- 17 d.C.) en su prolija historia de Roma,
Ab urbe condita.
Pues bien, aquel Eugenio legendario, seguidor de Dionisio Areopagita mártir, discípulo de Pablo (Hechos, 17, 34), era de origen tal vez franco, hispano, o greco según autores, y habría estado vinculado a la primitiva Iglesia de Roma siendo enviado a Toledo por el tercer sucesor de Pedro, Clemente I, para predicar el cristianismo y establecer la cátedra episcopal. La cual debió dejar vacante antes del final de sus días, pues según el relato de la passio de san Eugenio de Toledo, escrita en el entorno parisino, fue perseguido cerca de allí por el emperador Domiciano; apresado, martirizado y decapitado en la localidad franca de Deuil y su cuerpo arrojado al lago Marchais.
Aunque después, tras milagrosas y fantásticas peripecias, sus restos mortales incorruptos reposaban en la iglesia de San Dionisio (basílica de Saint-Denis). Así las cosas, san Eugenio, el visigodo y auténtico tendría que haber gastado una bárbara longevidad de siete siglos.
Se ha de buscar el origen de la asunción de este dislate hagiográfico en el siglo XII, poco después de la reconquista del reino toledano por Alfonso VI (1085), teniendo como protagonista a Raimundo, segundo epíscopo de Toledo tras su restauración al cristianismo, quien viajando a tierras francas, con motivo del sínodo de Reims en 1148, descubría la existencia de sus restos mortales a partir de una inscripción que encontró en dicha abadía de Saint-Denis, donde rezaba, "Aquí yace el mártir Eugenio, primer arzobispo de Toledo".
Raimundo, franco de origen, no perdió la ocasión de hacerse acompañar de regreso a su sede castellana del brazo derecho de ese san Eugenio mártir. Una reliquia de extraordinario valor en aquel tiempo, que además constituía prueba fehaciente de la antigüedad y primacía de la archidiócesis toledana sobre el resto.
El asunto viene a complicarse más aún tres siglos después, en el áureo siglo XVI, cuando enterado Felipe II, reclamó el resto de su cuerpo a los franceses, trasladándolo a Toledo con gran pompa y boato.
De ese histórico evento existe una elocuente e idealizada instantánea realizada al fresco en el claustro catedralicio por Francisco Bayeu, a expensas del cardenal Lorenzana ya en el siglo XVIII, junto a otros tres grandes murales que recrean supuestos episodios significativos de su vida consagrada (predicación, aparición de san Dionisio y martirio).
Hasta aquí, resumida, su fantástica y pendular leyenda.
Por lo demás, Eugenio, el genuino titular de la festividad en el almanaque, inmediato predecesor de san Ildefonso en la cátedra toledana, es el segundo arzobispo de la Iglesia católica hispano-visigoda de ese nombre y, por tanto, Eugenio II en el episcopologio canónico toledano.
Su prelatura coincidió con los reinados de Chindasvinto y Recesvinto (653-672). Participó en cuatro concilios visigodos (VII - X). Fue un personaje excepcional cuyo legado es poco conocido, quizás eclipsado por la hagiografía apócrifa que lo ha rodeado. Aparte de su perfil humano e intelectual y labor espiritual como pastor, fue un extraordinario poeta y prosista de numerosas obras. Todo ello a pesar de ser un hombre de salud delicada y débil constitución, según informa Ildefonso y él mismo en sus poemas. Hacer siquiera un sucinto recorrido de ello, sería tarea para un prolijo artículo aparte, que quizás un día… No obstante, existe una abundante y rigurosa bibliografía sobre el particular, a ella remito a quiénes en este tiempo extraño quieran dedicarle la atención.
San Eugenio murió en Toledo un 14 o 15 de noviembre del año 657, cuando rondaba los sesenta años, siendo enterrado en la desaparecida basílica de Santa Leocadia.
Bibliografía básica
Gonzálvez Ruiz, Ramón, San Ildefonso y otros obispos de la Iglesia Visigótica y Mozárabe de Toledo, Toledo, Cabildo Primado Catedral de Toledo, 2018.
Rivera Recio, Juan Francisco, Los Arzobispos desde sus orígenes hasta el siglo XI, Toledo, Diputación provincial, 1973, pp. 68-73.
Rivera Recio, Juan Francisco, San Eugenio de Toledo y su culto, Toledo, 1963.
Rivera Recio, Juan Francisco, “La auténtica personalidad de San Eugenio de Toledo”, Anthan 12 (1964) 11-84.