© Fernando Garrido, 23, XII, 2022
Existe una convención que observa de común todo aquel que asiste a una representación o relato de ficción, sea cine, teatro o la lectura de una novela.
Me refiero a un contrato tácito firmado imaginariamente con el autor, mediante el cual lo que se va a leer o presenciar se acepta como verdadero mientras dure la obra, estando predispuesto a creerlo, por disparatado que sea, a cuenta de disfrutar intensamente de las sensaciones que, sean de intriga, hilaridad, terror, vértigo, ternura o amor, queden ahí al fin del relato, en la experiencia inocua de la ficción que, sin consecuencias dramáticas, permita regresar a la confortable realidad habiendo adquirido, quizás, algún conocimiento o modelo útil para la vida cotidiana.
Lecturas tal que “un mundo feliz” de Huxley (1932), “1984” de Orwell (1949) o “fahrenheit 451” de Bradbury (1953) y films como “Matrix” de las hermanas Wachowski (1999), fueron y son muy celebradas por un público al que advierten de su posibilidad real, indeseable y tal vez en marcha.
De ahí que a menudo se tema que la realidad supere a la ficción cuando nos encontramos ante acontecimientos insólitos e increíbles que afectan a nuestra existencia, porque inicialmente se nos presentan más propios de las artes de Sófocles, Dante, Sade, Mary Shelley, Bram Stoker, Robert Rodríguez o Tarantino.
Por eso, del mismo modo que cualquier ser civilizado e inteligente acepta voluntariamente aquella cláusula de suspensión cautelar y transitoria de la realidad, necesaria para gozar de la plenitud de una pieza literaria o del séptimo arte o, por qué no, de una gala del mago Tamariz o David Copperfield, le epata, indigna y se rebela, sin embargo, ante el relato político que exige análogamente la ruptura con la verdad de los hechos y suspende las leyes que los rigen, para imponer una ficción que ha de ser aceptada bajo pena de exclusión mundana a quien no esté dispuesto a tragarse los sapos.
En eso radica el discurso socialista en cualquiera de sus facies espectrales hoy vigentes. Desde las que, por ejemplo, hacen estragos en Hispano América, a las que en su-versión española se atrincheran en el llamado bloque de poder, surgido de la falsedad –en el más amplio sentido- e instalado en la dirección del Estado en mutua alianza para violar y torturar los hechos hasta forzarlos a coincidir con una ficción que rompe con todo aquel principio de realidad y legalidad que contradiga los deseos, potenciales o cumplidos, del poder para acrecentarlo.
La imposición sediciosa contra la realidad se ejerce lo mismo sobre funcionarios, jueces y fiscales, alcaldes y concejales, como en el común de los mortales, especialmente aquellos que son sus votantes o nutren los medios de comunicación encargados de difundir y validar cualquier falacia.
Desgraciadamente hay muchos que los siguen por oficio, lucro, egoísmo, fanatismo o ignorancia. Son una legión de famélica moral, firmantes de un contrato perpetuo con el autor político que les sirve en cada caso qué deben creer y divulgar, por alambicado y chocante que eso sea.
Esto es exactamente a lo que obedece el proceso iniciado hace una década en Cataluña que ahora SNCHZ, investido jefe de la banda golpista sediciosa, replica a escala nacional.
SNCHZ en su afán absoluto es Iglesias, Otegui, Puigdemont, Junqueras, Xi Jinping, Maduro, Castillo, Adolf y Mussolini… autoproclamados todos defensores, de aquella manera, de la democracia para alcanzar el poder y posteriormente derogarla gracias al poder adquirido, eliminado la realidad que estorba, para reescribir y dictar qué es y qué no es la farsa democrática que se ha de aceptar.
Del otro lado de su ficción, la realidad arroja a un SNCHZ “Dorian Grey” amoral, enfermo y repugnante vestido de Hugo Boss mascullando bravuconadas.
Naturalmente, el entreguismo al proceso en marcha, no sería posible sin el acompañamiento incondicional del PSOE, organización monolítica que, con difícil y traumático encaje democrático, se caracteriza por negar la realidad tal cual es y, por tanto, mantener una relación tóxicamente conflictiva con la verdad que, necesariamente, desemboca siempre en lo delictivo o aún peor.
Y ¿qué hay de quienes le siguen y cortejan, aun haciendo melindres para disimular su adhesión?
Qué hay de PAGE, paradigma singular del uso y abuso paliativo de un áspero coctel de vaselina y gel etílico que embriaga e informa una versión chusca del “poli bueno / poli malo”.
Es simplemente una réplica a gran escala de la técnica aplicada para acorralar y engañar a un electorado que recela entre lo que ve y lo que le cuentan, para que finalmente firme en las urnas un contrato con la ficción y el repudio a la empírica realidad de los hechos.
Se dice de los hechos que son tozudos, tan tozudos, incómodos y delatores como un cadáver en el maletero del coche, que se ha de ocultar y hacer desaparecer cuanto antes.
Por eso tienen prisa, mucha prisa en arrojar a marcha forzada los cadáveres que aparecen tras las cortinas de cada ley evacuada en la presente legislatura, porque delatan la violencia, la tortura y el divorcio irreconciliable de la logia en el poder con la verdad y con cualquier tribunal racional que instruya los hechos y los juzgue conforme son, según la legalidad vigente bajo la cúpula constitucional.