© Fernando Garrido, 13, III, 2022
Hay cierta enjundia y sorpresa en lo que hemos escuchado referir estos días bajo el título de “Partidos de la Guerra”. Se trata en realidad de una sencilla adaptación tributaria del concepto histórico de “Señores de la Guerra”.
Su significado cobra validez para periodos y naciones dominadas bajo liderazgos que tienen como base la violencia de las armas, cuyo casus belli es un modo particular de organización política, económica y social, dependiente de la guerra entre distintas fuerzas y espacios territoriales de poder. Y naturalmente la población vive así, bajo la presión del terror. El fenómeno, aunque viene de muy lejos, se verificó, por ejemplo, en China en la primera mitad del siglo XX, y más recientemente, hasta nuestros días, en el fallido Afganistán.
El líder militar es el fenotipo de ese modo de existencia política. Los llamados “Señores de la Guerra” son caudillos cuyo poder emana no de la estricta legalidad, sino que se legitiman con la fuerza y capacidad de vencer o doblegar al adversario para la obtención del poder, botín y conquistas.
Es evidente una cierta afinidad con el modo en que la Rusia de PTIN se conduce en el presente. El antiguo pupilo de la KGB responde virtualmente al perfil.
En España, nos tememos que el atribulado SNCHZ le coja aún más afición a ese modo épico ilegal que tanto se le parece y viene practicando.
Por eso, mutatis mutandis, la recién escuchada categoría de “Partidos de la Guerra” ha dolido al hacer su aparición en el vademécum del gallinero progre español.
Haciendo memoria, creo recordar que teníamos partidos del tiro en la nuca y partidos de cal viva, partidos del bipartidismo y partidos trifálicos, partidos de la corrupción y partidos de la crispación, partidos golpistas, partidos feministas y partidos testosterónicos, partidos mal paridos y partidos partidos en pedazos, partidos por la mitad y partidos de risa… No sigo porque me parto yo también.
Efectivamente, es una lástima no haber visto antes esa preclara y útil categoría partitocrática para explicarnos la naturaleza última de las gallináceas unidas entorno al generoso pienso de la granja gubernamental. Y allí, de repente, con estilo gilesco, han salido cacareando las gallinas turuleta y caponatas. Chssssst, escuchen: “co, co, co, por aquí hay partidos de la guerra-a-a-a, hay partidos de la guerra-a-a-a…”.
“Anda tonta dilo tú que me da pereza”, y la tonta va y lo dice… No con la preventiva y misteriosa inocencia de “la niña de la curva”, que también, sino más bien como el niño del cuento del “rey desnudo”, que va y suelta lo que nadie se atreve, ni le conviene decir.
El sólo formular “Partidos de la Guerra”, ha sido la gran epifanía. Una prodigiosa verbalización del tabú, un desnudarse ante las cámaras, un arrebato de sincericidio político, una impúdica auto afirmación del “bloque de progreso”.
Mas, su “co co ua ua, co co ua ua co co co co ua”, ha despertado la ira de algún gallo que les cantó inmediatamente el quiquiriquí -puro machismo-, y las gallinitas tristes en su rincón han tenido que entonar -pero contumaz y ambiguamente-, “pio, pio, pio que yo no he sido…” Siempre cabalgando contradicciones.
¿Los partidos de la guerra estaban ahí sin que nadie se diese cuenta? Estaban ahí sentados, camuflados por arte de adivina adivinanza, como aquella tan conocida de “este banco está ocupado por un padre y un hijo; el padre se llama juan y el hijo ya te lo he dicho”.
Tal cual. Ahí estaban en la bancada los partidos de la Guerra Civil, pero amalgamados. Atrincherados en una sebosa nomenclatura verborreica, esperando su momento.
Una vez desvelado el abracadabra, los partidos del lío progresista tienen la oportunidad de presentarse a la sociedad con la deshonestidad de aquello que más le une, ser del viejo club de los partidos del treinta y seis: PCE, PSOE, ERC. Porque son aquellas organizaciones hoy activas y gobernando, que estaban por la guerra, la querían, la liaron y la perdieron.
Son nostálgicos del puño en alto, fanáticos del “no pasarán”, y pirómanos del “arderéis como en el 36”.
Anhelan la revancha subidos, como el Maquis, al monte, pero en un entorno ecológico, eólico, fotovoltaico, sostenible, inclusivo y enmoquetado, haciendo la guerrilla con las cuchufletas que compran en la almoneda del “ista” … ¡Ista, ista, ista, las guerrillas socialistas!
El goyesco “No a la Guerra” de salón, o el de la plebeya procesión pancartera, sale o se queda en casa según convenga al estrellato del momento.
Con GNZLEZ, “OTAN no, bases fuera” y al doblar la esquina se da el morreo con Tío Sam.
ZP, en plena resaca del 11-M, tararea “hoy no me puedo levantar” y cuando se le pasa va a hacer las américas silbando “en tu fiesta me colé”.
Y el divo SNCHZ, es la Parrala viceversando en una opereta de Mary Shelley.
En estos tiempos de violencia feminista, si esos gachós fuesen mujer, cualquiera que quisiera cortejarlos, mejor desistir, so pena de una desesperada noche facetada en afirmaciones y una fatal condena por abusos o violación. Porque en realidad esta izquierda siempre está haciendo la guerra y no el amor, pero declamando lo contrario.
Recordemos las palabras de un ocioso exministro socialista, abonado a dar la brasa en las cadenas del régimen; para más señas, un viejo gallo contradictorio adosado a una frondosa cresta capilar, un narciso de salón de té, y un pájaro de cuenta en rama con manchego gorgojéo.
Ese, ese mismo que siendo ministro, nada menos que de defensa, sentenció en los tiempos en que la Tierra sólo pertenecía al viento que, “prefería morir a matar”. ¡Ja!, quisiera velo.
Que no nos equivoque la solícita mejilla de ese jesuítico impostor, porque traduciendo correctamente de su farfullo manchego al noble castellano, significa que el súbdito –porque así nos consideran-, llegado el caso, antes que defender legítimamente la vida, el patrimonio y la libertad, debe sacrificarse en la pira del agresor en aras de la paz.
Así es como nos quiere el socialismo guerracivilista: víctimas dóciles, atadas de pies y manos, arrastradas por los suelos, desarmadas, para que, cobardes, nos den de puntapiés.
Estamos siendo pateados brutalmente por los partidos de la Guerra Civil y el golpe perpetuo. Y como en toda guerra hay licencia: se viola, se mata, se roba, se requisa y se saquea. Velailo, velaila, velaquile, velallile, nos lo quitan todo.
Carestía, inflación, fiscalidad salvaje, pobreza energética… Pero le echan la culpa a la recién estrenada guerra de PTIN. Porque, además, según van diciendo en sus telewateres, esos rusos son de VOX.
La guerra es en realidad una bendición más para su avaricia porque, entre otras cosas, engorda su capacidad vía impositiva, para despilfarrar sin freno en sus escandalosas guerrillas ideológicas.
Por eso las guerras, en contra o a favor, les van y mucho, da igual el 11-M, Irak, el 15-M, Afganistan, el 1-O, el 11-S, la COVID china o la contienda ruso-ucraniana. La guerra, su terror y desconcierto es sin embargo su contento, oportunidad, negocio y acomodo, porque es coartada para sus asaltos al poder, y justificación a sus erráticas políticas fundamentalistas que destruyen y empobrecen invariablemente a la nación.
Sólo así se entiende que en la presente situación empleen, por ejemplo, varios miles de euros en maquillaje presidencial –truco en italiano- o veinte mil millones de nuestros euros para la igualdad.
¿Igualdad? Para Margaret Astor, Max Factor, Lancôme, Chanel y Christian Dior. Una cosa es clara, que pronto existirá mucha igualdad entre los muertos de hambre.
Pues no se conoce hasta ahora un gobierno del partido de la guerra que no haya ocasionado grandes desastres sociales y económicos. No pregunten por qué, al igual que no se le pregunta al lobo por qué mata a las ovejas, incluidas aquellas que no engullirá.
No pregunten, porque es su naturaleza.