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Fernando Garrido, 11, XII, 2022
Chatos y negros: así ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así los ven los tracios. Pero si los bueyes y los caballos tuvieran manos para dibujar y crear obras de arte, entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a sí mismos, los bueyes semejantes a bueyes; y a partir de sus figuras crearían las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada cual la suya.
Estas palabras pertenecen al legado de Jenófanes de Colofón, poeta y filósofo escéptico griego del siglo VI a.C., quien además vino a ser más profético y avanzado que sus contemporáneos, preconizando un monoteísmo que, siglos después, se alzó triunfante con el judaísmo del que emanaron a su vez el cristianismo y el islam, religiones que hoy son las más extendidas del Planeta.
Pero tal como ya advirtió Borges, aún más perspicaz si cabe, “la historia universal es la de un solo hombre”. Por tanto, virtualmente, un solo Dios y Hombre. Es por ello que quizás las actuales tendencias monoteístas tienen endiosado a un Hombre, cuya acción sobre la Tierra sería semejante a la de los viejos dioses griegos, poseedores de un caprichoso poder para desatar fenómenos sobre las cosas y las personas al albur de sus cuitas contingentes y aleatorias.
Es este, el de ahora, un monoteísmo rabiosamente intersubjetivo que viene a superar la soberbia humana denunciada en las Antiguas Escrituras a través del relato de Babel. Empresa harto desastrosa por multicultural y plurilingüe que hoy, sin embargo, es restaurada, corregida y re ensoberbecida gracias a la traducción de la máquina-interprete (deus ex machina) en una red de conexiones, nódulos y algoritmos destinados a enlazar y gobernar todo afán humano en su actividad terrícola.
Según la burla de Jenófanes, aplicada ejemplarmente al remotísimo mesozoico, no cuesta imaginar en dibujos animados a los saurios adorando a un Dios con un look divino, así como muy de diplodocus, musculado y metro sexual.
Sin embargo, tuvieron aquellas bestias la fortuna de guiarse únicamente de su instinto natural, no pereciendo amargamente por achacar a su glotonería y putrefactas ventosidades el cambio de clima que les causó la extinción. De no haber sido así les hubiese dado lo mismo, pues el Planeta se les hizo imposible de igual modo -al parecer por la causa externa de un asteroide- pero el sufrimiento por la auto culpabilidad y los vanos esfuerzos por cambiar de hábitos -quizás haciendo dieta carnívora para salvaguardar la sostenibilidad de masa arbórea- les hubiera hecho caer tal vez bajo la dictadura falsamente salvífica de los Tiranosaurios Rex, auto legitimados para tragarse a todos a cuenta remediar la emergencia climática del Cretácico final.
Cosa no muy distinta, a escala sapiens, está en el presente, cuyos tiranos, aspirantes o en ejercicio y sus monos imitadores, se representan con un donut multicolor 20-30 pinchado al solapón.
Una rueda de molino irisada que hacen tragar a la humanidad so pena de herejía negacionista contra el dogma único para el NDM (nuevo desorden mundial), síntesis de un proceso dialéctico y estético del socialismo universal para su imposible acomodo democrático a partir de sus formas brutas y criminales: facies, esvásticas, estrellas, hoces y martillos.
La rosquilla arcoíris representa pues, y con el beneplácito del ruin de Roma, la nueva alianza de concepciones ideológicas hermanas contra el hombre libre, subsumidas bajo el paradigma del siglo XXI, que tiene como principales dogmas axiomáticos el origen antrópico del calentamiento planetario y la ilicitud de la riqueza, palancas ambas para la amortización controlada de las democracias, cuyo programa en marcha –sin pretender aquí exhaustividad- es:
1. Desaparición del uso de combustibles fósiles o recursos minerales, ergo, todo lo que se mueva gracias a ellos.
2. Abolición del dinero en efectivo e intervención total del sistema financiero.
3. Fiscalización absoluta del capital y espiritualización de la riqueza.
4. Sustitución de fronteras nacionales con límites climáticos y epidemiológicos,
5. Derogación de las constituciones democráticas a cambio de la aplicación alternativa del derecho consuetudinario como: el oráculo apocalíptico, el interés general y la justicia social.
6. Unidad monolítica de ciencia, religión y poder absoluto.
7. Educación, tabú y neopuritanismo multicultural para la igualdad y unicidad sexual e identitaria.
8. Abolición del heteropatriarcado, el género, la familia y la patria potestad.
9. Comunión de derechos humanos, animales y vegetales.
10. Asunción e identificación voluntariosa de la felicidad con la pobreza.
Estos diez mandatos se completan con disposiciones obligatorias como: creer ciegamente en el calentamiento antrópico, aborrecer al prójimo que posee algo que tú no y obedecer al salvador-legislador universal sobre todas las cosas.
Frente a esa realidad mágica paupérrima y socialista, propongo y regalo a cualquier formación política que lo quiera aceptar un sencillo programa de gobierno.
Lo llamaré “Excepción Española 23-33”.
Consiste en el simple uso de la racionalidad frente al fanatismo para establecer diez años de moratoria en la aplicación de ese decálogo de disparates y de toda política intervencionista o normativa que, venga de donde venga, ponga en riesgo la sanidad, el comercio, la industria, la ganadería, la agricultura y en suma el desarrollo y bienestar de los españoles, recuperando la soberanía efectiva y total sobre nuestra economía, vidas y recursos.
Y después de una próspera década de libertad ya hablaremos con Jenófanes y también con Cervantes sobre si son galgos o podencos, bueyes o caballos, chatos, negros o rubios. Decidiremos entonces y sólo entonces, qué forma deban tener nuestros políticos y dioses. Porque los dioses que ahora nos pintan estos monstruos contemporáneos gubernamentales son semejantes a sí mismos, necesariamente monstruosos.