© H. Steppenwolf, 25, I, 2022
También, como era de esperar, nos hemos encontrado una paupérrima celebración del Santo Patrono. Pero según las cosas, mejor así, porque ya se sabe la recurrente querencia al espanto de cegadoras luminarias y estruendosas batucadas con que, de unos años a esta parte, se celebran las cosas aquí.
Más complace ver la cuidad con su otrora natural sobriedad castellana, en silencio y a la luz del sol o de la luna junto a sus farolas, antes que con el carnavalesco disfraz de artificios leds y demás espectáculo epifánico de pane et circenses, oficiado ante las cámaras por esa vedette del trampantojo a la que ya le huele el alerón de plumas a elecciones. En realidad, se encuentra en modo propaganda desde el día en que celebró el nuevo triunfo para cuatro añitos más de frívola inanidad.
La celebración ildefolsina del patrón del pasado 23 de enero, se concretó en un acto de entrega de “medallas de oro” de hijos predilectos de la Ciudad.
Debo señalar con perplejidad, que las medallas de hijos predilectos a tres fallecidos, denota que fue su muerte lo que les adornó más que otra cosa. No lo digo yo, sino que no se entiende poner medallas póstumas a no ser por la negligencia de no haberlo hecho en vida. Pero sospecho que no era eso. Que no había para tanto mérito; salvo el hecho de cumplir en el plano escatológico con la clientelar logia toledanoplanista.
Van y le dan la Medalla -para no regañar- a “todos y a todas las toledanas y los toledanos”. La distinción fue recogida por “un niño y una niña, toledano y toledana”, muy tierno, muy tierna, muy chipi-chupi-guay, muy igualitario, muy inclusivo; pero muy, muy vacío y vacía. Qué memez, no se ha visto cosa igual, qué solemne ñoñería.
Por mi parte rechazo y devuelvo solidariamente mi cachito de tan estúpida medalla, por indignante e impropia su motivación.
No sé si me he perdido algo, si soy yo el desorientado o es mi derrededor que ha enloquecido. Según mi modesto entendimiento, la medalla de hijo predilecto la otorga la Ciudad de Toledo por excelencia, a quienes poseen algún mérito extraordinario por su labor o actividad. También tengo entendido que la Cuidad, como ente vivo, no es otra cosa que el conjunto de sus ciudadanos.
Cáspita, me hacen dudar a estas alturas de que así sea. Si no, díganme por qué la Ciudad se nombra hijo predilecto de sí mismo.
Pero no, no es ese el total de lo sucedido. Nos han dado el cambiazo, nos han robado el título de toledanos; porque ahora la Ciudad es Ella, esa alcaldía del gesto y nada más, transmutada en Ciudad. Una madre nutricia, divina de la muerte, endiosada y resiliete, una santísima y palomera trinidad de inclusividad, igualdad y sostenibilidad.
Gracias alcaldesa, está usted sembrá como una fútil coliflor pocha, regada con pacharán, en un tiesto damasquinado.
Ya no sabe qué hacer para darle gusto a su cuerpo Macarena, y gobierna por el arte que inventaron los que el vulgar aplauso pretendieron, porque, como sus vanidades la paga el toledano sieso, es justo honrar al necio para darle gusto.
Y por si no se dieron cuenta, si todos los toledanos tenemos la medalla, de aquí en adelante sólo podremos nombrar hijo predilecto al foráneo, aunque algún día salga de entre nos un nuevo Garcilaso, un Azarquiel, o un Alfonso X.
Si nos dieron la Medallita a todo quisqui, es porque Ella, la más bella del espejito milagrero, se la quiso conceder a sí misma, para no esperar a que quizás nadie se acuerde de Ella cuando esté muerta en el limbo progresista, junto a su amado SNCHZ.
Ahí están las antipáticas cifras poblacionales, de movilidad, de empleo, de envejecimiento, de actividad económica, y de todo lo demás, para comprobar que el pulso de Toledo está de extremaunción. No sé si tal vez en un “Compro Oro” nos darían algo de propina a cambio de esas falsas ochenta mil medallitas.