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ZOON KLIMATIKÓN, ¡APUNTEN! ¡FUEGO!

F. Garrido • 24 de julio de 2022

ZOON KLIMATIKÓN, ¡APUNTEN! ¡FUEGO!



© Fernando Garrido, 25, VII, 2022


¡Apunten! y ¡fuego! son las últimas y fatales palabras que escuchan algunos hombres ante un pelotón de fusilamiento antes del silencio eterno. Tal como el que arrostraba el coronel Aureliano Buendía al inicio del relato mágico realista de García Márquez en “cien años de soledad”:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo.”


Tal vez no fuese así, pero parece que García Márquez nos pinta al hombre de hoy frente al pelotón del cambio climático, y también a aquella patria lejana que fue su infancia: el mono, el homo habilis y erectus, y después aquel sapiens que significó la aparición del zoon logon y zoon politikón, madurez racional que, ahora perdida, da lugar al homo climático o zoon klimatikón.

Porque somos clima y fuego que quema cada verano prados, montes y aldeas. Incendios que son munición deíctica para apuntar al hombre como culpable universal frente al pelotón del cambio climático.

Ciclo o cambio climático cuya realidad sin embargo se pierde en la noche de los tiempos, cuando no había hombres, ni mitos, ni palabras, ni ciencia. Pero había fuego, después hielo y viceversa.


El “cambio” es un viejo conocido a través de la antigua perspicacia griega (“todo cambia nada permanece”), pero víctima actual de un vuelco semántico-conceptual. Si los griegos se asombraban a través la razón ante lo caprichoso de los fenómenos naturales, hoy sus herederos hemos concluido “científicamente” que somos zoon klimatikón, principio y fin del cambio y de todo cuanto ocurre en la naturaleza. No está mal como puro ejercicio de autoestima si no fuese porque nuestra intervención desde esa nueva perspectiva del Olimpo llamado “estado del bienestar”, no estuviese al mismo tiempo, como Zeus, comiéndose crudos a sus hijos.

Somos, por tanto, en el siglo XXI, los ciudadanos quienes, cual Prometeos, robamos el fuego a los dioses para entregarlo como combustible abrasador para recalentar el Planeta que, vengativo, nos mata.


Pero he aquí que el hombre actual -bastante más tonto que aquellos griegos-, ha decidido hacer frente al incremento del calor legislando sobre el clima; sin embargo, el clima, que tiene su propia e ininteligible ley, se llama andanas y resiste a someterse al dictado de los hombres. Y los hombres sucumben -como siempre- bajo la prófuga burla climática; sometidos por añadidura –nosotros sí- a las leyes que el clima no acata.

Así, desde la política, institución creada para la organización humana pero incompetente frente a las fuerzas de la naturaleza, se quiere intervenir el clima que ha sido declarado culpable de homicidios de lesa humanidad; pero ante la imposibilidad de capturar al esquivo clima, ni de someterlo al dictado del tribunal político-apocalíptico, se ha señalado al Hombre como responsable subsidiario, endosando a cada individuo una mochila climática llena de impuestos, expropiaciones, privaciones y prohibiciones, haciendo de la sociedad la unánime yihad suicida del cambio climático, al tiempo que famélica legión con pobreza de esa que llaman energética y sus parientes la inflación, escasez y el hambre.


Da vergüencilla tener que reescribir aquí que “cambio climático” significa obviamente que el clima cambia: una aparatosa verdad indiscutida e indiscutible, salvo para aquellos que hasta la fecha desconocían que el clima influye en los seres vivos, que los multiplica o liquida según el cómo, el cuándo y dónde.

Sabemos que la corteza de la Tierra, donde moramos, es una pequeñísima parte del globo, y que por debajo de ella todo arde y se desplaza: volcanes, terremotos y maremotos son fenómenos que nos lo hacen ver a menudo. Sabemos también que el Planeta Azul gira alrededor del astro Sol y que ambos se encuentran en una Galaxia junto a toda una serie de cuerpos gigantescos y fuerzas difíciles de precisar con exactitud y que, aun queriendo, son imposibles de determinar y prever, pero que en última instancia influyen o determinan el clima de una corteza terrestre hoy más que nunca humanizada y habitada. Esta superpoblación del Planeta es una de las circunstancias, pero no la causa, de que los acontecimientos climáticos afecten con mayor impacto y número al ser humano, cuya responsabilidad en todo esto es con toda probabilidad muy pequeña.

Pongo un ejemplo. Desde el siglo XX a causa del incremento poblacional y de mayor cantidad de metros cuadrados demandados por habitante, se ha urbanizado y construido en espacios inundables. El hecho de que eso no suceda en periodos dilatados no quiere decir que no sean susceptibles de ello en algún momento. Así, cuando al fin llega una avenida de aguas que lo inunda a causa de un gran temporal que desborda los cauces fluviales, en lugar de admitir el error urbanístico y/o medioambiental, se argumenta que eso antes no pasaba y es debido –cómo no- al calentamiento global.


El cambio climático es el argumento chollo. El cambio climático es un comodín que lo mismo sirve para un roto o un descosido. Da igual si son las lluvias o la sequía, el viento o las tormentas, la nieve o el hielo, todo remite a una misma cosa: el calentamiento global que todo lo produce y tiene su causa y origen en el ser humano.

 

Pero el cambio climático es un fenómeno constante que se produce sin solución de continuidad desde la formación misma del planeta Tierra, cuyos ciclos van desde el horneado más extremo a cubrirlo con una espesa cascara de hielo. Ciclos en los que el hombre no intervino jamás ya que ni estaba ni se le esperaba, porque sólo en las medianías de esos polos climáticos distantes se halla la viabilidad de vida humana, que está restringida y es sólo posible en un periodo templado, ciclo insignificante en comparación con la edad de la Tierra, y en el que llevamos instalados unos cuantos millones de años.

 

En realidad, es una suerte la nuestra; porque el clima llevaba matando organismos vivos durante billones o trillones de años.

Y dentro de los parámetros templados, no ha sido ni es precisamente el extremo cálido bajo el que más individuos perecen. Ahí están las cifras. En la actualidad, a pesar del calentamiento global mueren, en proporción de seis a uno, más seres humanos de frio que de calor, y no digamos ya de hambre, enfermedades, guerras, etcétera.



SNCHZ, uno de los líderes más adictos a la legislación climática, se da vueltas por España en avión, helicóptero y automóvil, aprovechando los incendios, para inmortalizarse en fotos con paisajes achicharrados de fondo, y junto al desastre dar fuerza a la argumentología climática, mintiendo –como siempre- a cuento de estadísticas parciales que recita concluyendo que “el cambio climático mata”.

Cabe entonces preguntarse ¿Cuánto ha matado SNCHZ en cada uno de sus garbeos quemando toneladas de petróleo y queroseno?

Es más, preguntémonos cuántos ciudadanos finan a consecuencia de las políticas contra el cambio climático antes que por el calentamiento en sí.

Casi seguro encontraríamos lo que puede ser un auténtico genocidio mundial.

Esa sí es una verdad incómoda y oculta, que ninguno de los implicados reconocerá: “pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra” (punto y final del relato de García Márquez con el que comenzaba).


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