ECCE HOMO, ECCE INFERNUM
© Fernando Garrido, 29, V, 2024
Franco era bajito, creo que no muy agraciado y de afeminada voz, pero era un hombre, ecce homo.
Franco fue militar. Primero sirvió a la monarquía y después a una república que salvó en una ocasión y tuvo que amortajarla a la siguiente, cuando el cadáver ya olía a infiernos.
Franco gano la guerra a un proyecto inhumano de muerte y odio.
Dicen que lo suyo, tras la victoria, fue una dictadura, pero ¿quién lo recuerda? si casi nadie había nacido entonces.
Es muy probable que Franco fuese uno de los hombres más inteligentes, o listos -que es distinto-, de su tiempo y, según se cuenta, a él no le interesaba la política sino el buen gobierno de una España católica, faro imperial de cristiandad.
A pesar de ello, al parecer, ordenó la muerte de enemigos, no suyos, sino agresores de esa parte del pueblo español que se negó a hincar rodillas ante los falsos ídolos de un cainato republicano que prendía iglesias, que violaba clausuras, que asesinaba opositores, que recibía consignas de Moscú y que se sumergía en la noche del marxismo universal.
Esto es historia, una parte de ella. Es la que muchos sabemos y otros negarán, al igual que los de este lado invalidamos las afirmaciones partidistas de aquellos otros.
Al final, sólo los malditos hechos podrían desvelar el relato imposible de la verdad. Son los sucesos de hace tanto que, gracias a Dios, ni cadáveres de ágrafos anónimos, ni de poetas amadamados, ni las cruces derribadas de caídos por España podrían desvelar.
Por eso miente quien quiera ser portavoz de las mudas ausencias. Miente y traiciona no solo a una memoria improbable, sino mucho peor, traiciona al presente en las imaginadas ciénagas del pasado que, como hoy, no cualquiera lo advertía como preludio de un gran desastre.
Franco seguramente no debió de suceder. Si fue un mal -no lo digo yo-, vino a corregir otro anterior y quizás mayor. Acción-reacción se suele llamar.
Sánchez es acción y reacción que está sucediendo ahora. Es el mal -esto sí lo digo- que ha llagado para acabar con todo el bien precedente.
Sánchez no es bajito, es además bien parecido, con voz de mezquino galán presuntuoso, pero no es hombre, ecce infernum.
Puede que Sánchez sea uno de los egos más orgullosos y llenos de sí mismo de esta época, y posiblemente esté muy enfermo de eso. Se defiende y ataca como el demonio, porque está realizado de esa misma y esencial materia oscura.
Sánchez es político, no militar, por eso crea las guerras que el militante hace, que el rapsoda difunde y el pueblo paga. Sánchez bellum est. Es potencia del mal en acción que no teme la reacción, al contrario, la necesita para combatir al hombre justificando su violencia.
Sin embargo, Sánchez tiene una debilidad: ama a Franco en su intimísima mismidad, más que a su esposa, porque cree que su espectro le da la vida y protege. Casi un siglo después, Franco es su plan y unidad de destino en la historia, es su padre y anacrónico fetiche. Sánchez es fúnebre e invertido.
Pero matar a un muerto es cosa de los infiernos y en ese inframundo ya lo esperan a Sánchez convidado a cenar con su propio cadáver.