Minirrelato
© Fernando Garrido, 2023
Ya no brillaba su poesía. Sobre papel de teflón sus tintas eran de agua. Versos que se ahogaban en la distancia abisal de las palabras.
La rima no funcionaba, ni libre ni esclava, ni en amores correspondidos ni en melancólicos desengaños, ni en los prados, ni bosques ni lagos ni ríos. Tampoco al calor del estío, ni con los trinos primaverales, ni en la otoñal hojarasca de cromáticos desvaríos.
-Qué me sucede ¡Dime, oh espéculo! Tú que otrora me viste de mil flores engalanado. Dímelo al punto, porqué como escamas de difunto están mis pétalos sueltos, secos y desvaídos.
El espejo indiferente siquiera a él le miraba. Mas, al fondo estaba reflejada una ventana. Por ella vio que afuera pasaban las cosas que pasan.
El poeta salió de su vieja noble casa. Ávido, medio desnudo, anduvo por la estrada. Caminó por parques, paseos y plazas. Recorrió cada sala y avenida del alma. Blasfemó en los templos de Apolo. Meditó en las ermitas dionisiacas.
Pegó su oído al habla. Escuchó decires y diretes de musas hermosas o agrias, de aquellas que hoy han de ser amadas u odiadas.
Suspiró por salvar al Mundo de la gran amenaza. Se entregó a la molicie de diversos anversos y reversos que inspiraban metaversos, multiversos y viceversos. Aprehendió sin reservas la nueva economía con que se escribe y se parla.
Descubrió, al fin, que no era ya la poesía poesía, sino prosa enojada.