EMPECINARSE EN BURGOLANDIA
© Fernando Garrido, 5, VI, 2024
A decir verdad, en Burgos, el Empecinado es un paseo frio, diría que metálico y sin mucha gracia. Más que paseo es un lugar de paso, sin más.
Algo diferente suele ser los viernes de mañana, cuando se instala allí el mercado ambulante de trapos y calzados. Al menos en ese día, si hace bueno, se ve ajetreado. El resto de la semana es lugar inhóspito, silente y como desahuciado.
Pero los domingos no es menos empecinadamente triste, aunque el tradicional rastro de coleccionismo, objetos antiguos, viejos o usados se haya trasladado forzosamente aquí hace, creo, al menos tres años, quedando reducido a su mínima expresión, tanto que da verdadera lástima ver los “cuatro” puestos que han quedado.
Sufrimos tiempos de cambios absurdos y de políticas autoritarias. Hoy, la burocracia hipertrofiada no deja en paz el menor resquicio de la vida sin atosigarlo, poniendo todo del revés allá donde alcanzan las garras de unas administraciones que, acaparadoras, se suelen justificar inflando la normativa para eludir responsabilidades y, sobre todo, recaudar más por cualquier causa.
Dicen que es por el bien común y el interés general. Pero no es así. Se nos imponen normas que en definitiva acaban con la esencia de las costumbres, de las tradiciones y de la libertad en cada ámbito.
También el rastro dominical ha sufrido las consecuencias y no sólo por el cambio de su ubicación en la Plaza de España.
El anterior gobierno socialista, aprovechado el virus chino y después justificado en las inminentes obras del mercado norte, se cargó el mercadillo, porque ya desde antes venía intentando alterar lo que las mañanas de domingo era para muchos aficionados a la búsqueda de objetos de culto o necesidad, de tesoros inesperados y gangas inusitadas, un excelente motivo para salir de casa temprano con la ilusión y afán de encontrarlo.
No vamos a negar que ahora la Plaza de España esté indispuesta. Sí, pero es cuestión fundamental que la administración municipal -para eso está o debería- sea sensible a lo que hay, que sepa y quiera entender el significado, el alma e idiosincrasia de cada evento.
Para el caso de esta tradicional cita dominical, se debe de encontrar un emplazamiento apropiado, más acogedor, castizo o pintoresco, al tiempo que ampliar las licencias y relajar los obstáculos para que el rastro no pierda su aquel, como ha sucedido en gran medida a causa de la sistemática persecución hacia los vendedores, sobre todo a aquellos que quizás tienen como escuálida y única fuente de ingresos el mercadear lo que encuentran y rescatan de la basura.
Son o eran esos ciudadanos o familias necesitadas, a quien Jesús, un conocido mío, aficionado a espigar en baratillos, llama “espontáneos”, es decir, los no profesionales. Gentes con pocos recursos que verdaderamente por necesidad realizan una labor de reciclaje que a muchos otros sirve para obtener cualquier objeto de interés a buen precio.
Lamentablemente, lejos de abordar el asunto con inteligencia y aplicar soluciones adecuadas y razonables, de común se lanza a la policía municipal a hostigar, castigar y desmantelar cualquier intento de aquellos que, cuando interesa, llaman “vulnerables”, y que sólo existen si ideológica e instrumentalmente ha de valer su miseria para justificar alguna otra norma asociada a una mayor recaudación de impuestos, así que no se note el expolio llamándolo “redistribución de la riqueza”, ¡qué gracia!
El pasado domingo oía en boca de uno de los vendedores veteranos decir que se sienten agraviados y perjudicados, que “sería bueno que se concedieran permisos a todos, a menor coste y requisitos, para que el mercadillo funcionara como antaño, puesto que a mayor oferta más atractivo y todos salen ganando, ya que ahora la situación es lamentable y a la vista está, especialmente los días de lluvia o frio cuando apenas se montan dos o tres puestos”.
Lo cierto es que no se quiere ver y se deja estar al mendigo sesteante acampado todo el día en cualquier calle, puerta y esquina, pero no así se permite ejercer a aquel que, con similar necesidad, pero con mayor iniciativa, esfuerzo y honradez, se busca la vida recuperando cosas aún servibles que otros desechan, para venderlo el domingo de mercadillo.
Qué malo hay en ello, cuando a cada tranco se apela a que nuestro consumo y actividades han de ser responsables, súper sostenibles, mega reutilizables, híper ecológicas y, un “te lo juro por Greta Thunberg”, que al final resulta ser sólo verborrea recurrente, para justificar empecinadas e insoportables normativas que destruyen el discurrir tradicional del sentido común en la vida ciudadana.
Alguien debería darle la vuelta a esto.
Viva la libertad, cardíaco carajo.