LA COLUMNA BLA, BLA, BLA
© Fernando Garrido, 11, IX, 2024
Como casi cualquier día leo el Diario, el de Burgos. Aunque creo que no sería muy distinto repasar el de cualquier otra capital castellana de arriba o abajo, del centro o para más adentro, porque hoy seguro que nos traen alguna maula efeméride del 11-S y otras cuestiones gemelas.
Y sucede que cada día leo el periódico “aun sabiendo que nada nuevo encontraré. Otra estúpida guerra. Un alcalde que dimite. Un vendedor agresivo se necesita”, o que el Burgos empató en casa… Prácticamente así lo expresaba allá a finales de los años setenta, “TOPO”, mítica banda pop-rock vallecanamente madrileña.
Personalmente ojear el periódico es un acto-rutina de cada día y sobremesa. Acudir al café de costumbre. Entre sorbos, pasar las páginas del papel prensa manoseado, que ya se encuentra bastante mustio, dócil y ahuecado por la torturadora y exhaustiva sobrexposición al escrutinio matinal de la clientela que me ha precedido.
Alguna vez incluso noto algún roto y la falta de algún fragmento o página arrancada, o que alguien lo uso de servilleta o, aún peor, no está el periódico. Ha desaparecido. Algún araña, despistado o descuidero, se hizo acompañar de él bajo el brazo hasta casa.
No obstante, no sucede a menudo y al amanecer de la tarde el Diario suele estar allí, libre y disponible en el lugar acostumbrado.
Lo agarro y comienzo con un somero vistazo a las noticias locales y provinciales, que raramente alguna y entre todas me entretienen más de cinco a quince minutos, incluidas el resto de secciones menos cercanas.
Luego le doy un repaso a la “Agenda” diaria, por ver si hay algún evento digno de pensármelo dos veces.
A continuación, paso hoja y miro el horóscopo de los incrédulos, es decir, la sección del “Tiempo” meteorológico: el que hace o hará, amablemente representado en unos recoletos mapitas con signos, nubes, gotitas y soles esquemáticos muy monos a la vez que elocuentes. Luego, mi ojo insensato acude a la “Cartelera”, tan estéril porque, aunque debería, no acudo al cine desde... Una eternidad.
Ya, por último, pliego el diario desde su eje natural hacia el reverso y busco, alineada en el margen izquierdo, la columna de contraportada de la cual cada día se ocupa en rellenar alguno de los habituales paisanos columnistas que practican variamente esa suerte de discurso breve, subjetivo, periodístico o cronístico, desplegado en menos de tres mil caracteres (espacios inclusive). Allí se divaga, opina o reflexiona en tono más o menos campechano, sobre asuntos cercanos y domésticos.
Lo más probable es que le dedique a esa columna toda mi atención e intención para fisgar lo que dicen y como lo cuentan. Interés fundado en aquello de que un servidor también usa y abusa a menudo de ese género narrativo (aquí sin ir más lejos). Si bien con menos agobios de extensión y de libertad editorial, pero siempre intentando ofrecer amenidad en la redacción con poliédrica originalidad en sus argumentos.
El que lo consiga o no, queda al criterio de cada discreto lector.
Y por esto mismo, asumiendo ahora ese papel lector, he de decir que me desesperan muchas de esas columnas en que no sucede otra cosa que el cabal topo bíblico de que “nada nuevo encontraré”. Sobre todo en determinadas fechas, como ahora, en septiembre, cuando el avezado columnista suele hacer alarde de gran pereza, muermo o singular destreza para el aburrimiento, a la vez que alguna indigencia y divorcio traumático con sus musas. Porque invariablemente y al unísono nos cuentan aquello de que “han terminado las vacaciones, bla, bla, bla, que se abre un nuevo tiempo, bla, bla, bla, que si la vuelta al cole y al trabajo, bla, bla, bla, la melancolía, la depre y el estrés posvacacional, bla, bla, bla…”
O sea, todas y cada una de las monumentales esencias de la prosaica obviedad que nadie necesita que le cuenten ni recuerden. Menos aún la pluma de quien estaría obligado a anotar al menos alguna idea original o clarificadora arrostrando el cotidiano panorama moral, político y existencial.
Pero ya han pasado diez días de septiembre y aún sigo encontrando lo que parecen ser todas una misma y sempiterna columna, como un Cristo atado a ella. La idéntica matraca e imaginería. El topo o tópico recurrente del pasado año y anteriores en cada fecha estacional. Lo mismo que en julio cantando las aleluyas del inicio vacacional, que en diciembre las recalcitrantes compras y polémicos adornos de Navidad o, en enero, los consabidos propósitos o despropósitos para el año que comienza y así continúan las mismas columnas con su bla, bla, bla, de topo en topicazo.
¡Ay! Vanitas vanitatum et omnia vanitas…
Vanidad de vanidades, nada nuevo bajo el sol porque hemos llegado casi hasta el final de esta columna sin novedad y tal vez dejando algunos pelos en la gatera y haciendo algunos “amigos”.
En cualquier caso, merece la pena rescatar del olvido aquel viejo y pesimista tema jipilondi de los TOPO que, sin ser la alegría de la huerta musical patria, mete en danza lo que aquí ahora intentaba expresar. No voy a privar a nadie que guste de leerlo y escucharlo a continuación.
¡Disfruten del “periódico”! ¡Salud y que Hacienda les sea leve!
“El Periódico”, Topo, Chapa Discos, 1978
Como cada día compro el periódico
aun sabiendo que nada nuevo encontraré
otra estúpida guerra, un alcalde que dimite
un vendedor agresivo se necesita,
el rayo parta en casa.
El primer premio acaba en dos,
nunca me toca la lotería.
Leo una crítica, pedante,
sobre un libro que va a salir.
Una mujer maltratada por su marido.
Un chiste agudo sobre el gobierno,
que nada va a solucionar.
Otra estúpida guerra, un alcalde que dimite,
un vendedor agresivo se necesita,
el rayo parta en casa.
Como cada día, compro el periódico,
aun sabiendo que el crucigrama es lo mejor,
es lo mejor..., es lo mejor...