LOS FRUTOS PODRIDOS
© Fernando Garrido, 13, V, 2024
Desde que SNCHZ en 2016 intentara intervenir manipulando las papeletas de una urna ocultada tras un biombo en Ferraz, por elevación, en España no ha habido elecciones en que la marrullería y el fraude encubierto no haya estado presente de uno u otro modo.
Lo de Cataluña es claro ejemplo, donde finalmente, gracias a SNCHZ, un forajido que cometió gravísimos delitos contra las instituciones, por los que aún no ha sido juzgado, con tan solo 674.896 votos fundados en el odio al país, manda de facto -ya hace un año- sobre la totalidad de sus 47 millones de ciudadanos, supuestamente libres e iguales.
Otra anomalía, raramente debatida, de las muchas que infectan al sistema constitucional español, es la discrecionalidad en la convocatoria electoral por parte de los gobiernos regionales y la capacidad para hacerlo según la propia normativa, tiempos, reparto de escaños, investidura, nombramientos, etcétera.
Esto supone una aberración que dilata diferencias y desigualdades entre territorios y sus ciudadanos. Pero también un problema de permanente especulación plebiscitaria, que desde la parcialidad condiciona, intoxicando, toda la política nacional, sometida a la dependencia permanente de las voluntades -contaminadas- de algunas de sus partes, precisamente las más desleales que han hecho del odio al conjunto su negocio y manera de ser nacionalistas antiespañoles.
Aparte de más consideraciones, el asunto es importante porque supone la imposibilidad de registrar una foto fija, es decir un estado de ánimo u opinión democrática de la sociedad en un mismo momento partiendo y referido a las realidades regionales, sin discriminación de tiempo político ni origen geográfico.
Un hecho que constituye otra brecha abierta contra el sistema para su alteración desde las periferias atomizadas, atendiendo a un sistema no ya democrático ni proporcional de mayorías, sino desproporcionado, construido con minorías (minocrático) con capacidad de suplantar y usurpar la soberanía nacional, sometida a aritméticas electorales de donde, digamos, la suma de melones podridos, manzanas con gusanos, melocotones mohosos, ciruelas pochas e higos chungos, da como resultado minoyorias (perdón por el neologismo), cuyo factor común no puede ser otro que la infección patológica o parasitaria. Esa es la fruta envenenada que, en broma nos guste o menos, gobierna hoy debilitando desde el caos al Estado.
Los presentes comicios catalanes, precedidos de los vascongados, son claras muestras de cómo lo estatal queda subyugado y devorado por las puntuales contingencias, componendas y desvaríos autonómicos en urnas manipuladas tras los biombos nacionalistas.
Estamos pues, porque se parece mucho, ante una especie de restauración posmoderna del sistema medieval de señoríos territoriales. Una actualización o enmienda contra los avances humanistas de aquella modernidad que vino a derogar la organización feudal caracterizada por el enfrentamiento, la guerra y la atomización de un poder basado, groso modo, en privilegios gananciales y el vasallaje piramidal que ahora nos trae el bloque de la fruta podrida, autollamado “progresista”.