© Fernando Garrido, 6, XII, 2022
A muchos no nos gusta la Constitución. Es más, posiblemente cada español que la conozca –cosa infrecuente- seguro que tendrá algo que objetar, sobre todo aquellos a quienes no nos camela que en ella se dé cabida al troceo regional o a los partidos que persiguen la destrucción del Estado y que emplean la violencia, el desacato e incluso las armas en su empeño.
A muchos no nos gusta que la Constitución hable de entelequias o nacionalidades inexistentes, o que exprese tonterías sin matizar como “el derecho a una vivienda digna” sin decir qué sea esa dignidad para cada cual, ni cómo ni con qué se adquiere sin cometer delito y se satisface el deseo inmobiliario en el registro de la propiedad y la notaría.
A muchos no nos gusta la Constitución, pero nos gustan menos aquellos que sistemáticamente la escupen, pisotean y pretenden retorcerla sin atender a los procedimientos reglamentarios para su modificación.
A muchos no nos gusta una constitución que siendo democrática permite sin embargo conculcar el principio básico de “un hombre un voto” mediante asimetrías en la representatividad territorial que, además, priman la desigualdad y deslealtad con competencias y conciertos económicos arbitrarios y ventajosos.
A muchos no nos gusta la Constitución, ni tampoco un tribunal afín cuyos falsos exegetas no quieran leer los textos sagrados sino atender a dictados extrínsecos remunerados.
A muchos no nos gusta una Constitución cuya vigencia resulta ser una cuestión discutida y discutible bajo la falacia de ilegitimidad por parte de aquellos que no tuvieron la oportunidad de votarla.
Idiotez que vale como decir que quienes la rechazaron en el 78 no han de cumplirla, o que el hecho incuestionable de no elegir cada uno a sus padres les convierta en seres huérfanos, jayones o bastardos.
Cada seis de diciembre una parte de España a quienes no gusta la Constitución la celebran, otra parte la ultraja, los demás disfrutan un día festivo sin cuestionamientos en un puente singular del cual disfrutan -de momento- en un régimen democrático liberal, aunque votaron y votaran a quienes les arrebatán el futuro.
Es evidente que esta Constitución ha de perfeccionarse sobre todo en esos aspectos y cláusulas que en su estructura profunda ocultan un botón para su autodestrucción, cuya ruta exploran quienes la pretenden, y que junto a SNCHZ sueñan con el momento histórico estelar de presionarlo.
A muchos no nos gusta la Constitución y la celebramos; sin embargo, es muy posible que la Constitución Española haya quedado obsoleta más allá de esos resortes suicidas, anclada en un pasado que responde a duras penas a las nuevas circunstancias mundiales de un presente cargado de cambios que anuncian un futuro de equilibrios desconocidos hasta ahora, a los que habrá que hacer frente. Sobre todo, la amenaza globalista que impone la pérdida de soberanía y libertad de las naciones europeas, ya en crisis desde principios de este siglo.
En ese nuevo contexto los Estados nacionales deberán hacerse más fuertes, para lo que es imprescindible blindar las democracias de sus feroces enemigos que, aquí y ahora, en España están juntos y asociados en la dirección del Estado.