RAMÓN O RAMONA, QUÉ MÁS DA
© Fernando Garrido, 4, III, 2023
Mi novia se llamaba Ramón es un celebérrimo tema de “Los Burros” al que no cabe atribuir más interpretación que su intención melodramático-burlesca y tener un estribillo que en los ochenta se hizo muy popular:
Mi novia se llamaba Ramón, eso qué más da, se murió muy deprisa;
las palabras que terminan en «ón» esas suelen ser para morirse de risa.
Mi novia se llamaba Ramón, y eso qué más da, una chica muy lista…
Lo cierto es que aquel tema ramoniano tenía su precedente en la que fuese “canción del verano” en 1978, firmada e interpretada por humorista Fernando Esteso, quien lanzó a “La Ramona” al estrellato del sex simbol cazurro:
La Ramona es la más gorda de las mozas de mi pueblo, Ramona te quiero.
Tiene un globo por cabeza y no se le ve el pescuezo, Ramona te quiero… La Ramona es barrigona su cuerpo da miedo verlo, Ramona te quiero
La Ramona es pechugona tié dos cantaros por pechos, Ramona te quiero
Los brazos de la Ramona son más anchos que mi cuerpo, Ramona te quiero…
Un paleto Esteso que, con garrota y boina arroscada, actualizó como nadie la figura rustica y tradicional de las serranas: campesinas come-hombres, rudas y ardientes, que pusieron en dilemas al “Buen Amor” y la castidad de Juan Ruiz, arcipreste de Hita, en las postrimerías del Medioevo.
Llamarse Ramón o Ramona y ser novia o una fiera serrana era una cuestión prosaica y divertida, pero hoy esas categorías del chow bisnes reaparecen en la tribuna parlamentaria y en el BOE como Pedro –nunca mejor dicho- por su casa (léase saunas con cuarto oscuro), en un país definitivamente dirigido por dementes, donde el Estado no es de derecho sino del revés.
Demencia es, pongamos por caso, cambiar de género con un simple trámite administrativo.
De ese modo cualquier sátiro espabilado puede penetrar con todo derecho en el vestuario de féminas de un gimnasio y deambular en cueros mostrando sus atributos, haciendo quizás guiños genitales e insinuaciones sutiles a sus “iguales” que, desnudas salgan o entren de las duchas o que, en tanguita, en bragas o sin ellas, se cambian de ropa para la sesión de zumba, pilates o el aerobic…
No sé qué dirán ellas a esto, si se sentirán cómodas con los grandes avances y conquistas de este nuevo feminismo que en realidad tanto conviene a los tramposos. Pero que a decir verdad también ha venido a corregir las desigualdades que, en aras de la igualdad, han pulverizado por ejemplo la justa competencia según las capacidades humanas.
Resulta insólito y paradójico que el desvarío, llevado al disparate, venga a corregir ahora injusticias acumuladas. Es el revés del derecho.
Por eso, con astucia, es posible que muchos varones den ese sencillo paso que nos brindan, como lo es la simple y voluntaria inscripción como mujer en el registro civil para que se nos abran un sinfín de posibilidades y ventajas como acceder a las cuotas reservadas para ellas en cualquier ámbito laboral, público o privado, o entrar a formar parte en equipos o competiciones deportivas femeninas, o en listas electorales cremallera, o reclamar como madres nutricias la custodia preferente de unos hijos o, al dar una paliza a la pareja no ser considerado el hecho violencia de esa que llaman machista sino una riña entre lesbianas y, eventualmente, pasar una temporada a la sombra felizmente rodeado por un nutrido harén de presidiarias. Y, por supuesto, gozar de la presunción de veracidad y no ser necesaria la carga probatoria para interponer una denuncia contra el cónyuge, el jefe, el compañero o el vecino con quien se tiene alguna cuenta pendiente o que simplemente a uno le cae mal.
Tampoco volver a casa solo, borracho, abrazando farolas, será considerado un mal ejemplo de páter familia, sino un acto de autoafirmación de la nueva identidad registrada con boli BIC cristal.
Porque a decir verdad el cambiarse registralmente a mujer tiene todas las ventajas de que ellas pueden gozar y seguir siendo varón sin mayor problema, ni llevar disfraz y sin limitación alguna. Por fin ha llegado la igualdad.
Ramón o Ramona qué más da… En un país llevado por dementes.