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TENGO, TENGO, TENGO, TÚ NO TIENES NADA…

Fernando Garrido • 14 de diciembre de 2021

TENGO, TENGO, TENGO, TÚ NO TIENES NADA…

 

© Fernando Garrido, diciembre 2020-2021*

 

“Tengo, tengo, tengo; Tú no tienes nada”, se trata del estribillo de una conocida canción infantil que seguramente a todos nos suena. A día de hoy, eso mismo es lo que va sonando para lo poco o mucho que tengamos: una, dos o tres ovejas y una cabaña.

La derogación del derecho a la propiedad privada es una realidad fáctica y un proceso en marcha. Su movimiento es lento y sigiloso: pequeños zarpazos que avanzan hacia la expropiación total y absoluta. Buena prueba de esto que digo es la creciente demanda de vigilancia privada, urgida por la inseguridad jurídica que sufre la propiedad en España.

 

La crisis de la propiedad, sobre todo de aquella de tipo inmobiliario, se da de manera significativamente alarmante en esta patria nuestra donde tradicionalmente las clases medias, como ahorro e inversión, vienen optando por ser propietarias de una o varias viviendas.

 

SECURITAS DIRECT, SED HISPANIAE INSECURITAS PECULIUM…

 

Actualmente, las compañías de seguridad privada viven un momento de extraordinario crecimiento. Del mismo modo van al alza empresas que ofrecen servicios de cobros de alquileres o la negociación de desalojos extrajudiciales, por ocupación o morosidad. Su volumen de negocio y facturación parece no tener techo. Sus productos son exitosos porque responden a una triste necesidad social.

La publicidad de esas compañías es elocuente y se repite a todas horas. Su línea argumental resulta dramáticamente veraz. En ella, actores interpretando a ciudadanos corrientes, expresan su temor e inquietud ante la probabilidad real de que su casa sufra un robo o sea ocupada. A lo que convienen en la necesidad de que sea protegida por una determinada empresa de seguridad privada, al tiempo que reconocen que en su calle o barrio son muchos quienes ya disponen de ese servicio de vigilancia para “vivir tranquilos”.

Aparte de otras consideraciones, resulta muy preocupante que el mensaje sea recibido con resignación y naturalidad por buena parte de la ciudadanía.

Porque no nos equivoquemos, contratar seguridad privada es pagar por un servicio que ya se satisface copiosamente mediante el pago impuestos al Estado, una de cuyas funciones es precisamente la protección y seguridad de la propiedad de cada cual.

Si no es así -y parece no serlo-, cabe preguntarse sobre la legitimidad de la fiscalidad que se ejerce de manera múltiple y asfixiante sobre unos bienes cuya propiedad está en entredicho y no es plenamente reconocida. Teníamos entendido que para eso se exigen tributos, para que la administración disponga de recursos suficientes para garantizar -entre otras- la seguridad física y jurídica de las personas y bienes.

Es obsceno. En democracia nadie debería sentir la urgente necesidad de contratar un servicio privado de vigilancia, sino exigir a quienes gobiernan el cumplimiento de los deberes que tienen para con el ciudadano.

Lamentablemente la administración y gobierno del reino de España, ocupado por fuerzas criminales o, cuando menos, de dudosa o nula adscripción democrática, hace dejación interesada de sus funciones, pervirtiendo el sistema, para usurpar los bienes y la soberanía ciudadana.

En España sufrimos desde hace décadas un clima expropiatorio encubierto bajo un garantismo cómplice con la delincuencia y el crimen. Garantías de las que sin embargo no goza un ápice la propiedad particular.

El propietario ha sido degradado y convertido en mero gestor de unos bienes de los que ha de dar permanente cuenta al Estado que, desde la misma adquisición del bien, lo usurpa y toma para sí, determinando más allá de sus legítimas atribuciones, los límites de su uso y disfrute, imponiendo las condiciones, cada vez más estrechas, para la tenencia, el arriendo, la compra-venta o transmisión. Condiciones dictadas siempre contra el propietario, convertido en nuevo siervo adscrito a la gleba, dejando claro que en realidad es el Señor Estado el titular del bien, y que todo está al servicio de su propósito, que no es otro que el poder devorador, omnímodo y absoluto.

Vivimos en lo que es ya mera ficción teorética sobre la existencia de la propiedad privada que, en términos prácticos y reales, no existe.

No se es dueño de nada. Recuerden el “tengo, tengo, tengo, tú no tienes nada” que, en otros términos, es lo que me dijo hace no mucho mi amigo burgalés y pragmático filosofo, Mariano Marín, “que hoy somos tenidos por las cosas y no nosotros a ellas”. Por ello se escucha este refrán disuasorio:

“No tendrás nada y serás feliz”

Tengo oído que eso se llama comunismo. Que yo recuerde, esa forma de gobierno (de dictadura) no ha sido sometida aquí a referendo, ni nuestra Constitución lo contempla. Por tanto, qué diablos nos está sucediendo.

 

En el siglo XVII, Hobbes, explicó en forma de ucronía política antropológica, cual habría sido el origen o fundamento de la sociedad y el entonces vigente estado absolutista. Lo llamó “Estado Leviatan”[1],en referencia al monstruo mítico, que infunde un temor que impele al individuo a entregarle la soberanía y abandonar el estado de naturaleza cainita, para conformar la sociedad civil.

Más allá de la distópica fabulación hobbesiana, la sociedad bajo la amenaza y protección del Estado se ha ido organizando, y el individuo fue progresando en autonomía. El gran logro fue al cabo la democracia liberal; la gran apoteosis, el non plus ultra formulado como “el fin de la Historia”[2]a finales del siglo XX, por Francis Fukuyama. Se equivocaba sin embargo el mestizo politólogo de Illinois, y ahora de vuelta a la más terrible mitología entramos bajo un nuevo estado monstruoso, un estado insaciable que algunos han llamado con inteligente perspicacia, “Estado Minotauro”, que en su trampa laberinto normativo burocrático devora a los individuos y sus bienes.

Se trata del laberinto esquizofrénico de la postmodernidad y el transhumanismo, donde las conciencias se han ido modelando lentamente de manera implacable hacia la muerte del consciente e inconsciente individual y colectivo de la sociedad civil democrática.

Desde la temprana escuela y demás dispositivos para adquisición de conocimiento, de información y cultura, existe un denodado y programático esfuerzo por condenar al sistema capitalista, como también denostar el esfuerzo y la excelencia. Como resultado, no es extraño que hoy día, el solo mencionar el término “capitalismo”, produzca en buena parte de la sociedad un rechazo inducido, identificándolo con la corrupción, la avaricia, la desigualdad, la injusticia y en general de cualquier problema que nos pueda aquejar; muchos de ellos creados artificialmente a tal fin.

Es insólito que nuestro sistema capitalista, que ha hecho posible tan extraordinarios avances en nuestra civilización, sea apreciado como sinónimo del Mal, pues no existe alternativa posible compatible con la democracia, los derechos ciudadanos y la libertad.

Da perogrullesco pudor advertir que el sistema comunista que, ahora cada vez más explícitamente se pretende, ha llevado a las naciones en que se implantó, sin excepción, al desastre y el sacrificio de millones de víctimas humanas; pero esta verdad histórica constituye un tabú impuesto por el poder devorador a su servidumbre.

Volviendo a la consideración inicial, el fenómeno de la proliferación de la seguridad privada, no es anecdótico ni coyuntural, es signo visible de una realidad sistémica, del cambio de paradigma, de la desaparición fáctica de la propiedad y por tanto de la libertad. No es broma, es trágica realidad. Es la subversión e involución del modelo democrático, hacia el viejo sueño utópico totalitario de toda revolución socialista (fascista o comunista). Es su aggiornamiento revestido con pellica de democracia para imponer la dictadura de los progretarados. Aquella que no fue, ni es, ni será otra cosa que la dictadura del rebaño ovino pastoreado por una élite de lobos que dictan e imponen arbitrariamente lo que el rebaño de ovejas ha de dictar; al tiempo que el conjunto ovino, supuesto y virtual dictador, es sacrificado para poner en práctica lo dictado.

No lo quiero ni pensar, pero a esta sociedad se le va poniendo inquietantemente gesto de óvido sacrificial, tal como las esforzadas ovejas de la cancioncilla, “una me da leche, otra me da lana y otra me mantiene toda la semana”.

La actual y brutal crisis sanitaria, social y económica, está poniendo a prueba hasta dónde el sistema democrático liberal puede resistir su propia ficción, hasta dónde el sueño de las libertades ciudadanas es capaz de mantener alzado el telón. Es muy probable que la representación esté tocando a su fin. Se nos anuncia que el teatro será definitivamente incendiado por los lobos y sus perros subalternos, porque ya se están oyendo los aplausos de la estúpida y aterrorizada masa ovina. Entonces comenzará otra función que llevará por título:


 “AQUÍ MANDAN UNICAMENTE LOS LOBOS”.




[1] Thomas Hobbes, Leviatán (1651), Alianza, 2018, 832 pág.

[2] Francis Fukuyama, ¿El fin de la Historia? y otros ensayos (1989), Alianza, 2015, 168 pág.


* El presente artículo es una actualización de “Crisis de la Propiedad: hispaniae insecuritas peculium”, artículo publicado hace justo un año por otro medio, y que he creído oportuno ofrecer ahora a los seguidores de elCastellano.es



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Fernando Garrido


Fernando Garrido, articulista, editor, historiador, fotógrafo e ilustrador.

Licenciado en Humanidades y máster en gestión e investigación de patrimonio histórico-cultural por la UCLM. 

Completó su formación en la Facultad degli Estudi Filosofía y Letras de Cagliari, y en el Instituto Europeo di Design di Milano.




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