© Fernando Garrido
Es domingo, salgo envuelto de peluche. Es enero, esto es Burgos, la Castilla congelada. Estamos sin noticias de calentamiento global. El termómetro no es ficción, es pura deflación.
Por las aceras voy dejando un rastro maldito de huellas de carbono y vaho. Me dirijo hacia el mercadillo de trapos y sarapos donde se encuentra lo efímero y lo corriente. Los tenderetes con sus gitanos y las prendas congeladas están ¡al-euro, al-euro, al-euro!
Últimas rebajas de la semana. Las últimas serán para los últimos, digan lo que digan.
En la esquina, como Cervantes su Benegeli para "el Quijote" o como Kyot su Flegetanis para "Parsifal", hallo entre sedas, lanas y sintéticos el gran chollo: “Clases de Biblia Gratis”.
A pesar, vuelvo para el centro con mis carbónicas huellas digitales en los bolsillos vacíos. Este festivo casi todo es gratuidad.
En San Lesmes, hoy se celebra al santo. Reparten, en nombre del patrón, panes y agujeros, chorizo y morcilla al precio de guardar una cola con más de mil agentes humanos contaminantes.
Paso y camino de largo una calle más allá. Leo algunos rótulos sugerentes: “Compro Oro”, “Implantología”, “Open Wash” y cerca, en Plaza España está abierta una exposición de pinturas firmadas por Quincoces.
Dentro de la sala cada mirada al lienzo me devuelve en palabras un singular estado patológico. Observo veladuras plúmbeas, fuego y humo sobre trazos suicidas. Huellas y más huellas de civilización fecal pre-apocalíptica.
No me rompo ni me vendo, y tampoco lo compro.
Aplico, eso sí, porque se me antoja, un concepto estilístico inventado aquí y ahora mismo: el HÍPER DEPRIMISMO.
Escapo hacia la calle San Juan. Paso bajo el arco entre una muchedumbre, jotas, estandartes y capas castellanas abrochadas con fíbulas charras.
Ya en casa, asisto a una comida frugal y, a media tarde, salgo para un té en el Victoria.
De vinos, por allí caen Paula e Isabel. No nos conocemos, pero ahora ya sí. Sin embargo teníamos un amigo común, Fernando, un edil de voz latina.
Improvisamos, como perros aguardando en la puerta, una anímada tertulia reunidos en torno al veneno agravado de unos cigarrillos.
Se habla de comunicación, de política, juventud y no sé de qué más. Nadie se quiere marchar.
Pedimos en la barra a Jorge unos vinos servidos en esas copas victorianas que ya conocen bien cada guerra, cada herida y cada sed.
Que nos susurran desde el alto: “podéis destrozar todo aquello que veis porque con cada soplo se vuelve a crear”.
Siendo así, casi que ya nos retiramos. Besos, despedida y hasta pronto.
Mientras se acaba el domingo, nos llega otra vez el último eco insolente de la canción:
“como si nada, como si nada, como si nada”.