GIGANTES Y ENANOS
© Fernando Garrido, 31, V, 2023
Leovigildo, Recaredo, Pelayo, varios Alfonsos, Fernandos, Felipes o Carlos, Urraca, Berenguela e Isabel, son algunos de los nombres de gigantes, forjadores de un proyecto nacional sugestivo y común que, en cada contexto histórico, hicieron de España algo más grande y mejor.
Poco queda en los lideres actuales de la pretérita grandeza, ni de nobles y gigantescas hazañas en esta época anómala, sino las más perversas enanías que han jibarizado la gran nación que recibieron.
Homúnculos de mala estofa que, contra el mandato recibido, han reducido la política, la democracia y la nación a la mínima expresión de la decencia.
Castilla ha sido notable víctima de ello. Porque a Castilla, desde hace casi medio siglo, le fue negada y troceada su legitimidad histórica y territorial a fin de facilitar constructos nacionales periféricos e identitarios basados en la raza, la falsificación del pasado y el odio al resto de la nación española. Empresa de difícil éxito sin la desarticulación de las partes de una España vertebrada en torno a Castilla, la norte y la sur, la Vieja, la Nueva y la Novísima (Andalucia).
Voy a referirme a Castilla la Nueva ya que hoy se celebra con extraño júbilo su desaparición que, como pieza sacrificial al servicio del proceso de centrifugado nacional, fue reinventada en la penumbra de los despachos como Castilla La Mancha.
A partir de ahí se puso en marcha un proceso de borrado o cancelación de la auténtica identidad castellana para ser remplazada por la impropia mancheguización de su idiosincrasia. Es decir, una paulatina sustitución del todo por la parte. O si se quiere, la precaria, imprecisa y desdibujada identidad territorial, antropológica o cultural de una comarca, la Mancha, puesta ya inicial y nominalmente en plano de igualdad con el tronco al que pertenece. Una aberración que con el tiempo ha ido avanzando en la construcción artificial e inducida de una identidad manchega para definir a toda la región y sus habitantes.
Esta anomalía tiene su origen en el año 1978, nueve siglos después de la reconquista y reincorporación del reino de Toledo (con Madrid, Cuenca, Ciudad Real y Guadalajara) a la unidad hispana, que fue sin duda uno de los grandes hitos no sólo en aspectos militares, políticos y religiosos, sino principalmente en el simbólico respecto al espíritu que movía el anhelo de restauración del antiguo reino visigodo peninsular, con sede regia y conciliar en Toledo.
Castilla La Mancha es en definitiva una anomalía insensata, cuyas pesadas consecuencias afectan no sólo al propio territorio castellano (al auténtico y al inventado), sino a la totalidad de la nación española, ininteligible sin la unidad integral de esa parte de Castilla que, desde el año 1085, se incorporó al proyecto común y sugestivo de la restauración de la hispanidad romana, cristiana, germánica, latina y occidental. Es decir, la ley, la fe, la lengua, la cultura y civilización greco latina que ya nos era propia al menos desde el siglo primero antes de nuestra era. Momento en que comienza efectivamente a configurarse lo que será España, en un largo proceso culminado con trascendencia intercontinental entre los siglos XV y XVI.
Hoy, sin embargo, enanos macerados en licoreras denigran el destino de esta noble y antigua tierra.
García Page es uno de esos mini hombres de bufonesca pero poderosa condición. A él le precedieron otros tiranos de pane lucrando en el arte de la manipulación y el engaño. A saber: el masónico judeo-converso, hoy supermillonario y “patriota” con nacionalidad dominicana, José Bono. Y, tras él, el terrateniente aristócrata ciudadrealeño de los altos vuelos, José María Barreda.
Tres tiranías matrioskas para una región in aeternum en los últimos puestos de riqueza y desarrollo, de perpetua recesión y decadencia en todos los órdenes, cuya sociedad (la mitad de ella) sin embargo continúa haciendo contumazmente vencedores a quienes empobrecen al conjunto.
De ahí que se trate de un régimen tiránico, pues en la primitiva Grecia fue acuñado ese término “tiranía” o “tirano”, referido a aquel que obtenía el poder engañando al pueblo, con las malas artes demagógicas y sostenido por redes clientelares. Lo que viene siendo aún en el presente la triste realidad -aunque no sólo- de Castilla La Mancha.
El pasado domingo 28 de mayo se reeditó el viejo tiranato de esta región que se auto flagela en las urnas a base de sopa boba.
Región amamantada y mancheguizada por pigmeos cuya acondroplasia no está localizada en su osamenta, sino en la extrema pequeñez de su categoría política y humana.
Por mi parte no soy ni quiero llamarme manchego, no les di mi voto y hoy, menos que nunca, tengo nada que celebrar.