© Fernando Garrido, 4, I, 2024
La expresión coloquial “ni qué niño muerto” es muy antigua y común en el habla popular. Nuestro Diccionario de la lengua lo recoge, señalando que es utilizada en construcciones exclamativas para enfatizar “rechazo o desprecio hacia lo que se acaba de mencionar”.
Se trata por tanto de una construcción cuya lógica es del tipo: qué A ni qué B.
Siendo A el elemento contingente o discrecional que se cuestiona, y B el sintagma fijo (niño muerto) mediante la cual el hablante expresa su rechazo, incredulidad o negación hacia un determinado planteamiento, comentario u argumento.
Existen en nuestro idioma otras expresiones cuyo elemento fijo funciona en ese mismo sentido como: ni qué hostias, qué leches, qué pollas (con perdón) en vinagre, ni qué ocho cuartos, etcétera.
¡Qué historia ni qué niño muerto! es el ilustrativo ejemplo que nos ofrece el DLE entre otras muchas acepciones y expresiones en que se halla involucrada la palabra “niño”.
Es un ejemplo que me viene al pelo, porque en la historia que hoy nos escriben los manipuladores habituales nos hablan y muestran todos los días a niños muertos, con el propósito de criminalizar al estado democrático de Israel en su legítima defensa contra el ataque permanente que mantiene contra él, el estado fantasma y terrorista palestino de Hamas.
Y esos niños muertos son, para la izquierda española antisistema (toda lo es), un elemento instrumental, exhibicionista y propagandístico que pretende demostrar que Israel lleva a cabo un genocidio.
En primer lugar, en cualquier guerra muere todo tipo de población civil. Es la triste realidad que forma parte de los daños llamados “colaterales”.
En el caso palestino, las bajas que se producen entre su población civil no siempre pueden considerase así, puesto que en muchas ocasiones es utilizada como escudo, por tanto, como un material de guerra pasivo defensivo, cuya muerte es además aprovechada como imagen y relato propagandístico de Hamas para señalar a sus víctimas de malvadas.
La imagen de niños muertos, a menudo convenientemente preparadas a tal fin, son manipuladas y usadas como un potentísimo argumento, dirigido al epicentro sentimental humano, para remover las conciencias de ciudadanos pasmados en el amodorramiento de los llamados estados del bienestar donde, paradójicamente, la muerte se oculta y a los niños también, salvo que sirvan -como es el caso- para construir un estado de opinión contrario a un adversario.
Ahora se trata del estado de Israel, que nos lo presentan como enemigo de la humanidad, que está llevando a cabo un genocidio. O sea, un exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad.
Es fácil caer en la trampa, pero en este conflicto no existe la pretensión de acabar con un grupo humano ni qué niños muertos, sino dar batalla y vencer definitivamente a un grupo terrorista de bestias atacantes.
Repito: no es un grupo humano, sino un grupo terrorista que ha tomado, desde hace años, el control del territorio palestino en Gaza y alrededores.
Hamas es para la ONU y asociados un grupo terrorista, por tanto, una organización criminal armada que emplea el horror de la violencia para obtener objetivos políticos. Es decir, hacerse con el poder por la fuerza de todo ese territorio, incluido el que ocupa el estado israelita.
¡Que genocidio ni niño muerto!