UN PAR DE BANCOS
© Fernando Garrido, 6, X, 2024
Es un banco metálico, pero no en efectivo. Existen dos. Cada uno en un extremo de la amplia acera que se extiende por el margen izquierdo del Arlanzón, entre el agitado puente de San Pablo y la peatonal pasarela decimonónica de Bessón.
Dos bancos para sentarse como otros varios presentes en esa arbolada acera de la calle Valladolid, también llamada de la Merced por la iglesia parroquial que está allí y su convento anexo, hoy transformado en gran hotel.
Dos bancos que no llamarían nuestra atención si no fuese porque están repintados con los colores del arcoíris.
En verdad que tanto colorín resulta estridente. Supongo que será para llamar la atención del transeúnte y al mismo tiempo cursar reivindicaciones de esa manera que ahora se suele llamar “visualizar” alguna cosa. Creo que no es necesario en este caso consignar el qué. Ya sabemos que se trata de ese batiburrillo interminable de siglas en referencia a conductas o preferencias sexuales distintas de lo habitual que enorgullecen a algunos, y a otros, la mayoría, nos resulta indiferente, aunque a base de dar tanto la murga ya es harto cansino, no menos empalagoso y casi repelente.
El caso es que no encuentro razón para que un determinado colectivo, no siendo minusválidos, disponga de mobiliario público reservado ad hoc y el resto no. No sé, se me ocurre por ejemplo el ocioso grupo de jubilados supervisores de obras, o el de abrazafarolas anónimos, los pobres de solemnidad, la comunidad de donantes de sangre, los Testigos de Jehová o tribus urbanas tal que metaleros, punkarras o hip-hop, aunque si bien es cierto que estos últimos, tan amantes del rotulador y el espray, ya se reservan cualquier tipo de dotaciones urbanas, públicas o particulares, para pintarrajearlas con sus infames firmas e ininteligibles gurrapatos. Ya se sabe el dicho: el nombre de los imbéciles aparece escrito por todas partes. En Burgos son legión.
Pero, respecto a los bancos referidos anteriormente, me asalta una duda no exenta de cierta enjundia y lógica preocupación. A saber ¿Quién tome asiento en uno de ellos estará anunciando implícitamente que pertenece a alguna de las modalidades sicalípticas acogidas bajo el rosario de siglas LGTBIQ…?
O quizás, sin menoscabo de lo anterior, ¿el acto de asentar las posaderas ahí, funciona como explícito señuelo para contactos con afines en busca de algún escarceo amoroso puntual?
Como no tengo respuesta a eso, ni tampoco descubro el eureka, por si las moscas un servidor evitará poner su trasero sobre la pinturita de arcoíris, no sea que alguien se confunda de linaje y acabemos a tortas.
En fin, seguramente sea más interesante para los chicos y las chicas experimentar un momento Mercadona, aunque no sean aficionados al zumo de piña al que, por cierto, las garrapatas gubernamentales, por ser azucarado, le atizan un 21 de IVA para que liguemos más felices y comamos menos perdices.