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© Fernando Garrido, 10, XII, 2024
Confiar es encomendar o dar al cuidado de alguien algo como pueda ser la propia persona, su hacienda, negocio, un secreto o alguna otra cosa, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de aquel se tiene.
Ahora bien, es una maldición recurrente que los políticos se expresen en términos de confianza para pedir adhesiones o cuando, cada dos por tres seis, afirman categóricamente “poner la mano en el fuego” por tal o cual correligionario.
Mala señal, pues invariablemente habrían de quemarse de veras sino fuese porque la política no conlleva consecuencias derivadas de los hechos, sino en la aceptación del valor volátil de los argumentos creados en gabinetes de asesoría retórica. Es decir, fiados al arte del engaño y no a la constatación en la cruda realidad.
A pesar de todo el hombre necesita confiar. Qué sería de él bajo la gran incertidumbre de si el Sol mañana saldrá de nuevo por el Oriente.
Otra cuestión de confianza, menos trascendental y segura es, por ejemplo, que la entidad financiera que custodia tus ahorros te los entregue sin merma ni hacer preguntas cuando se lo pides. Sobre todo, si conoces que ese dinero, virtualmente tuyo, no tiene respaldo material alguno, como antaño el oro, porque hoy es un bien meramente conceptual basado de nuevo en la confianza que ofrezcan las leyes, los bancos centrales y el gobierno de un estado o conjunto de ellos.
Es lo que se denomina dinero fiat, palabra latina que significa “que así sea” o “hágase”. Por tanto, la pasta tiene un valor meramente fiduciario. Es una cuestión de confianza que, sin ir más lejos, aquí y ahora la inflación y presión fiscal sin medida ni control debería producir la efectiva retirada de tal confianza.
En cualquier caso, el ideal fiduciario tiene que vérselas con la lealtad a la virtud ética y moral de quienes intervienen en ella.
Pero si un delincuente plantease a otro someterse a la confianza de la banda a la que ambos pertenecen, el asunto o cuestión tendrá que ver con el mal y no con la humana virtud de aspirar al bien.
Pues esto es lo que sucede, si un infame forajido catalán pide formalmente, una vez más, al individuo que gobierna España, voluble y desleal, que demuestre ser confiable, hágase y que así sea.
Nadie espere de esto ningún bien. Será nuestra mano quemada en su parrilla, porque SNCHZ no es sujeto ni cuestión de confianza, sino incondicional servidumbre al mal por su propio bien.