ESPAÑA, ESTADO GAMBERRO
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© Fernando Garrido, 8, XII, 2024
Suena solemne una campana de la torre. Un personaje mitrado se acerca a las puertas del antiguo templo. Va escoltado por una cohorte de sacerdotes. Todos desfilan con coloridas prendas litúrgicas, tocados, dalmáticas y casullas con originales estampados. No, no son de Ágata, han sido creadas por Jean-Charles de Castelbajac, excéntrico diseñador pop, perteneciente a la antiquísima nobleza franca.
El personaje que va en cabeza de la procesión, es Laurent Ulrich, arzobispo de París. Se sitúa frente a la puerta de su sede y la golpea tres veces con su llamativo cayado para que se abra. El original báculo no es mágico, pero es una joya fantástica; no, tampoco es de Tiffany & Co, ha sido diseñado por el arquitecto francés Sylvain Dubuisson, con vidrio y madera chamuscada del techo de Notre Dame, colapsado durante el incendio de 2019.
La televisión francesa lo retrasmite en directo para todo el mundo que también vio arder en sus pantallas la magna catedral parisina hace un lustro. En aquel mismo momento el gobierno francés prometía devolver al gran templo gótico su ser y, tras cinco años trascurridos desde el desastre, ayer mismo quedaba cumplido el desafío. La reapertura de Notre Dame se celebró anoche con toda la pompa y solemnidad de ocasiones históricas.
Una ceremonia a la que acudieron jefes de estado, presidentes, primeros ministros, embajadores y otras personalidades en representación de cada uno de los países amigos más importantes del mundo desarrollado, junto a otros de la antigua esfera colonial francesa. Pero entre todos, España no estaba allí.
Aunque joda, hay que reconocerlo, en Francia tienen, además de un gusto exquisito, un celo y extraordinario orgullo por su presente y su pasado, por su cultura, su legado histórico, artístico y patrimonial y, además, saben presentarlo al mundo.
Tanto que incluso les sobra de ello para mostrarnos en Toledo, en el espectacular parque Puy du Fou, la historia nuestra, que aquí es despreciada secularmente por esa izquierda que se jacta de siglo y medio de más que dudosa honradez. Tal vez sea por eso que desprecian la verdadera excelencia histórica donde no tienen cabida.
La ausencia de representación española nos debiera desconcertar, pero esto es lo que sucede cuando una nación, bajo la égida autocrática de la corrupción política y moral, se ha convertido en un estado antisistema alineado con lo peor.
La no asistencia ayer a la gran celebración de ningún representante o del presidente español que no pisa tampoco el suelo patrio por si los abucheos, las piedras o el barro del camino, pero que sin embargo vuela permanentemente a los lugares donde lo puedan aplaudir a cambio de negocio, da cuenta de como a España la está convirtiendo en un estado apestado e incómodo para las naciones serias. Algo así tal que ese amigo gamberro que no quisieras sentar a tu mesa en prevención de que acuda bebido y se dedique a lanzar migotes al resto de comensales y después vomitar sobre la mesa.
No sé qué sería de nuestras catedrales si, Dios no lo quiera, ardieran un día como tantos templos y algún Alcázar imperial, cosa que ya sucedió, a manos de aquellos “amigos” de la cultura y el patrimonio histórico.