Relato Navideño
Puede escuchar este cuento haciendo clic abajo
© Fernando Garrido, 26, XII, 2024
Nicomedes Pérez Pulgar, siempre decía que la culpa de casi todo lo que sucedía en el Mundo residía en el meridiano de Greenwich, porque eso que llaman “tiempo universal coordinado”, es decir, el caprichoso huso horario UTC, destrozaba las vidas humanas igual que las peores enfermedades víricas. Todo a cuenta de una teoría nunca científicamente explicada, la cual, indemostradamente, favorecería ciertos parámetros económicos en relación al cálculo del bienestar interior bruto de los grandes núcleos urbanos y sus cinturones industriales.
Nicomedes también opinaba que Greenwich, además de una oscura convención geográfico horaria de los países adheridos al maldito experimento bífido estacional, era en realidad un sucio distrito del este londinense, en la ribera sur del Támesis, al que habían otorgado un inmerecido valor cuantitativo para conllevar expolios con británica severidad, al punto de señalar okloc los atracos en el día D a la hora H, teniendo en cuenta el dextrógiro del reloj biológico de la víctima a fin de cogerla desprevenida.
Por eso, Nicomedes llevaba años registrando los datos más extravagantes del artificioso fenómeno horario UTC, para componer su gran obra ensayística de investigación antropológica, que legaría a la civilización presente y futura, obteniendo en contrapartida la única inmortalidad posible, aquella depositada en los repositorios universitarios o anaqueles y vitrales de bibliotecas y museos.
A tal propósito, Nicomedes Pérez Pulgar, había anotado hoy en su cuaderno de trabajo que, “la ciencia astronómica occidental sitúa a 22 de diciembre el solsticio de invierno, momento en que el Astro Rey se retira de Capricornio e inicia su lento retornar hacia el cálido trópico de Cáncer. De ese modo han transcurrido exactamente 365 periodos temporales de 24 horas completas desde que se oficiase en este lugar de la Tierra, atravesado en su ángulo nororiental por el meridiano Greenwich, el último sorteo del Gordo de Navidad. Momento en que las gentes afectadas de ludopatía transitoria estacional elevan sus ilusiones al arbitrio de 100.000 bolitas de boj de 18 milímetros de diámetro y 3 gramos de peso, contenidas dentro de una esférica red metálica construida con meridianos y paralelos, cuyo eje en movimiento simula el giro planetario junto a otra esfera similar, de menor tamaño, donde otras 1.807 bolas determinan qué cantidad se asigna a sus hermanas liberadas de la cien milenaria manada”.
Este año, Nicomedes Pérez Pulgar, había adquirido por 20 unidades abstractas de moneda legal la opción ganadora sobre uno de los números impresos en una de esas bolitas. Participación correspondiente a la décima fracción de un billete de lotería semejante a sus otros 193 isótopos de diez décimos, lo cual, según sus rigurosos cálculos arrojaba un hipotético reparto del primer premio, el gordo navideño, entre 1.930 cupones, tocando a 400.000 unidades monetarias cada uno, debiendo restar de ahí el mordisco obligatorio para el organizador, cuya cantidad, tan sólo por dicho concepto, superará los 12 millones de unidades lucrativas, detraídas de la premiada obesidad dineraria a fin de cebar las arcas estatales, luego puestas a disposición discrecional de la élite encargada de procurar la felicidad popular.
El numero apostado por Nicomedes era un experimento más de su trabajo de campo que respondía a una serie de suposiciones que había venido desarrollando los últimos meses, según complejos cálculos sobre el meridiano Greenwich intersectado en el paralelo número X del bombo el día D, en el instante H de la extracción del gran premio. Si todo lo presupuestado se cumplía, él sería uno de aquellos que descorchan botellas de espumosos a la puerta de los establecimientos donde despacharon el numero bonito.
Así, las del mediodía serían, pero el Gordo se resistía a amanecer. Dato que corroboraba sobremanera la intención de Nicomedes, pues la hora UTC, de su tardía irrupción era un síntoma propiciatorio a tener muy en cuenta, pues sus probabilidades aumentaban con menos bolitas danzando en los bombos. Escalando desde una sola posibilidad entre 100.000 hacia una de entre 99.000.
Aquel retraso demoraba también los planes del equipo de realización audiovisual que había recibido órdenes de arriba, para que justo después de que los bombos arrojasen el número del primer premio, pero sin darlo a conocer públicamente, la retrasmisión fuese interrumpida para conectar en directo con el parlamento nacional donde se celebraba un acto programado en esta fecha tan significativa para la mayoría de ciudadanos que, algunos más y otros menos, ponían con ilusión sus futuras y sumisas relaciones con la hacienda pública al cuidado de la escurridiza fortuna.
Por fin, el esperado momento H llegaba a término. El regidor comisario de protocolo parlamentario apretó el icono ámbar del dispositivo de control, para indicar a los diputados en las pantallitas de sus escaños que debían de concluir solemnemente la sesión y comunicar a la ciudadanía la buena nueva, avalada con ese gran golpe de efecto, que era sin duda la gran expectativa de conocerse el número ganador recién extraído.
Tras la señal, sus señorías, garantizándose el instante prime time según el guion consensuado, se levantaban todas a una como un resorte, sonrientes, aplaudiéndose entre sí, estrechándose las manos y felicitándose por el gran acuerdo alcanzado en la gran cuestión de vital importancia impulsada por la secretaría nacional para la abolición del trabajo del ministerio de holganza y pleniderechos.
Además, la presencia en el parlamento del cardenal Yusuf Ali-cuécano, máximo representante de la curia sincrética plurinacional, había sido determinante para advertir al mundo que, según palabras de monseñor, “aunque en el viejo libro del Génesis se habla del pan ganado con sudores de la frente, esto sólo rezaba con vigencia en una oscura etapa de la humanidad, pues eran condiciones materiales que el hombre está obligado a rechazar y cambiar mediante el advenimiento de la nueva gracia reformista y de progreso, hoy felizmente en marcha”.
A continuación, los miembros paritarios y más racializados de la asamblea de aforados, subían a la tribuna de oradores para leer, en las respectivas lenguas inclusivas cooficiales, la declaración institucional sobre el premio gordo con la nueva ley aprobada, que sonaba así:
“El Gordo de Navidad, según nos informan en este momento desde el salón de sorteos, ha recaído sobre el número 44.193, que lo es y lo tiene todo el pueblo aquí representado, bajo la imperativa necesidad de igualdad material, mental y espiritual. Así, hoy, este parlamento ha decidido, unánimemente y con carácter inmediatamente retroactivo, que todos los ciudadanos sean agraciados con el Gordo y demás premios sorteados, siendo, no obstante, ganadores a título honorifico como donantes los poseedores de dichos billetes o décimos afortunados, que comparten voluntariamente, por efecto de esta nueva ley, con sus compatriotas”.
El júbilo y la locura colectiva se descorchaba en todo el país. Pero Nicomedes sonreía frente a aquel décimo suyo que, según lo previsto y lo prescrito en la ley, llevaba el 44.193, diciéndose con aires de triunfo…
-Como que me llamo Nicomedes Pérez y Pulgar, Greenwich nos roba el sol que allí, en Londres, no tienen. Maldito sea el horario invernal que trajeron los blasfemos demonios, cometiendo una grandísima traición al día en favor de las tinieblas y mi eternidad. Pues, así sea.
END FIN